Málaga

Desapariciones, un duelo que nunca acaba: "El abandono institucional hiere; pedimos empatía y mejorar protocolos"

Jesús Gutiérrez, Juan Carlos Aluz, Juan Antonio Gómez y Francisco Cortés son malagueños que llevan años desaparecidos y sus familias relatan en este reportaje el dolor que acumulan con el paso del tiempo.

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Juan Carlos Aluz, Jesús Gutiérrez, Juan Antonio Gómez y Francisco Cortés. Son los nombres de cuatro malagueños que nunca se conocieron entre sí, pero que comparten un vínculo irrompible: llevan años desaparecidos y sus familias siguen buscándolos sin descanso.

A pesar del paso del tiempo y de la escasa respuesta institucional, sus nombres siguen vivos en los hogares donde siempre hay una silla vacía cada Navidad, una llamada que no llega y una herida que no deja de sangrar y que es imposible de cicatrizar.

En 2024, Málaga fue la provincia andaluza con más denuncias por desaparición: 722 en total. La mayoría se resolvieron pronto, por tratarse de ausencias voluntarias o sin participación de terceros. Pero una diminuta parte de todas las denuncias que se interponen año tras año se instala en el limbo de los llamados casos fríos. Expedientes sin resolver que se acumulan en estanterías, a la espera de que un nuevo indicio consiga ponerle punto y final. En la provincia hay cerca de una veintena de ellos. Cuatro tienen rostro y nombre en este reportaje.

Jesús, el abuelo del barrio de La Paz

Imagen de Jesús Gutiérrez Galeote.

Imagen de Jesús Gutiérrez Galeote.

Alba Molina lleva casi cinco años sin noticias de su abuelo, Jesús Gutiérrez Galeote, un anciano de entonces 83 años desaparecido la tarde del 7 de agosto de 2020 en Málaga. Hacía un calor horroroso. Eran las cuatro de la tarde. Nadie lo vio en el siempre concurrido barrio de La Paz, donde vivía, más allá de la cámara de seguridad de su portal.

Alba reconoce que en conversaciones con sus amigos sobre abuelos, ella tiende a callar. Dice que el suyo falleció, sin intentar dar demasiadas explicaciones, porque sabe que le duelen. Y mucho. "Intento hacer mi propio luto pensando así", explica su nieta. "Pero no pudimos darle un funeral, no sabemos si estaba asustado, si tenía dolor… Y ese no saber es más doloroso aún que la muerte", lamenta.

Pese a su edad, Jesús estaba muy lúcido, no tenía demencia senil ni ninguna otra patología. Es por ello que, durante un tiempo, Alba llegó a pensar que podían haberle hecho daño, lo que le provocaba aún más dolor. "Se me hacía imposible que se hubiera marchado por voluntad propia; luego, con la poca información, que pudimos recabar, intenté quitarme esa idea de la cabeza. Empecé a sospechar de todas las personas que me preguntaban por él", reconoce.

Lamenta creer que a las personas ancianas "no las buscan igual", como si no tuvieran derecho a ser localizadas ni familiares que les quieren. "Las primeras horas son cruciales y siempre son las más controvertidas", dice, sin entender cómo alguien creyó que lo de su abuelo era "algo voluntario", cuando se marchó "sin móvil ni cartera y con altas temperaturas". "Pido más empatía. Nos han ayudado las asociaciones sin ánimo de lucro, pero instituciones, nada", critica.

Juan Carlos: un paseo sin regreso

Juan Carlos Aluz.

Juan Carlos Aluz. Alba Rosado

Misma sensación tiene Elena Aluz, hermana de Juan Carlos Aluz, desaparecido desde el 13 de junio de 2021. Aluz salió de casa de su madre, con quien vivía en la zona de Portada Alta, para ver a su nieto en Gamarra. Como este no estaba en casa, decidió ir a dar un paseo. Tenía 60 años, era metódico, activo, y nunca se ausentaba mucho tiempo, por lo que cuando a las siete de la tarde no había vuelto, comenzaron a preocuparse. Padecía problemas de salud mental y no llevaba la medicación encima

Nunca más supieron nada de él desde ese día, salvo que la última señal que dio su teléfono fue en El Limonar, en el Camino de los Almendrales. Se peinó la zona, pero sin éxito. Su hermana Elena recuerda que la Policía les obligó a esperar más de 12 horas para poder denunciar. "En las primeras horas, siempre tan claves, lo único que encontramos fue indiferencia. Nadie se lo tomó en serio", critica, al igual que Alba.

A día de hoy, sigue sin haber una hipótesis clara sobre qué le pasó a Juan Carlos. ¿Pudo tratarse de un suicidio? ¿Un accidente? ¿Una desaparición forzada? Elena no tiene respuestas. Solo suposiciones. "¿Cómo puede una persona desaparecer así? Málaga está llena de senderistas, de perros, de gente. ¿Dónde está Juan Carlos? ¿Nadie va a encontrar su cuerpo?", se pregunta entre la rabia y la resignación.

Elena agradece a Paco Lobatón su labor en la asociación QSD Global, su único bastón donde apoyarse en los últimos años. "Hacen una reunión anual con conferencias donde nos vemos todos, nos apoyamos entre nosotros. Sabemos que esta herida no se cierra y que la esperanza, aunque sea leve, siempre está", dice.

Con el corazón abierto, reconoce que le es imposible no ver el rostro de su hermano en cada uno de sus días. Antes de irse de la casa de su madre, su despedida fue algo fría, pero como padecía un trastorno de la bipolaridad lo achacaron a ello. "A veces pienso que pudo quitarse la vida, pero no sé dónde. Estuvimos días buscando por todos lados. Lo que más me duele de todo esto es mi madre. Que se ha hecho ya muy mayor y es un dolor que se va a llevar con ella", lamenta.

Francisco: la lucha contra la droga y el silencio

Una imagen de Francisco compartida por el Ayuntamiento de Alameda.

Una imagen de Francisco compartida por el Ayuntamiento de Alameda. Ayto Alameda

Una situación diferente vive Dolores Cortés en el pueblo de Alameda con su hermano Francisco Cortés, desaparecido desde el 27 de junio de 2023. Está convencida de que su hermano murió de forma violenta a manos de alguien al que "le salió todo muy bien".

Cortés reconoce con firmeza que su hermano estaba muy metido en un "mundo complicado", el de la drogadicción, pero que era un hombre que "no se metía con nadie" y que nunca daba problemas. Toda su familia le tenía mucho cariño.

"No se separaba de nosotros, aunque vivía solo desde que se separó, siempre venía por las mañanas para que le diésemos para tabaco, pero el día 28 no vino, ahí vimos que algo pasaba y su sobrino puso la denuncia", declara la mujer.

La droga era su gran enemiga desde hacía, por lo menos, treinta años. Cree que su tan mal elegido círculo pudo tener que ver en la desaparición. "Nos han dado nombres, esto no deja de ser un pueblo, pero de momento nada. Silencio absoluto. Nos sentimos abandonados. Mi hermana llama cada veinte días a la Guardia Civil, pero nos dicen que no se sabe nada de él. Nos da la impresión de que nadie lo ha buscado bien", expresa.

La familia descarta la opción del ajuste de cuentas la descarta desde el principio. Francisco cobraba 480 euros de pensión y siempre pagaba todas sus deudas cuando cobraba.

Tres días después de perderle el rastro, apareció la mochila que Cortés llevaba encima el día de la desaparición. En su interior, su documentación, algo de dinero en efectivo que había sacado del banco el día 27 y metadona. Les llama la atención que pese a sacar sesenta euros en efectivo del banco, en la cartera solo había 30. Una pregunta a la que aún no han podido dar respuesta.

El lugar donde apareció aquella mochila no termina de convencer a la familia, que había pasado por allí en varias ocasiones buscando a Francisco. Sospechan que pudo ser colocada por alguien, pues "estaba a la vista".

De la misma forma, una semana después de perderle el rastro a su hermano, hallaron a su perro. Pese a que tenía dos, al parecer, aquel día solo acabó acompañándole uno de ellos. Según declaró en el momento del hallazgo la hermana del desaparecido, el can venía limpio, sin síntomas de haber estado perdido en el campo, en el caso de que su dueño hubiese tenido un accidente. "Daba la sensación de que había estado encerrado y que luego lo soltaron, estaba limpio y comido", asevera Dolores.

Ella solo quiere que los restos mortales aparezcan. Lleva años llorándole y quiere poner fin a tanto dolor. "No puedo dormir. Me viene más a la cabeza él que otro hermano que falleció porque siento que no pudimos despedirnos de él. A las cuatro de la mañana me despierto y lo primero que hago es mirar por la ventana, desde donde veo un banco donde él se ponía", relata.

Asegura que desde la primera batida organizada por el Ayuntamiento de Alameda, nadie les ha ayudado institucionalmente. "Ni apenas los medios. Una televisión iba a venir dos veces, nos dejaron tirados y nos dijeron que si aparecía o había novedades les llamáramos. Si mi hermano aparece, no necesito a nadie que diga que está muerto. Esto nadie sabe lo que es hasta que lo vive. Lo ves en la tele y nunca imaginas que te vaya a pasar a ti", critica con indignación.

Juan Antonio: quince años en la nada

Juan Antonio Gómez Alarcón en fotos cedidas por su familia.

Juan Antonio Gómez Alarcón en fotos cedidas por su familia. Cedidas

Y si alguien sabe de lo que duele el paso del tiempo, esa es Carmen Gómez, hermana del desaparecido Juan Antonio Gómez. Acaban de cumplirse+ quince años de su desaparición en Mijas.

Era martes, 20 de julio de 2010, cuando el joven malagueño de 32 años avisó a su familia de que estaría fuera "dos o tres días". Se dirigía a la Sierra de Mijas, como tantas otras veces, con la intención de hacer senderismo. Todo indica que aquella jornada el joven habría planeado realizar una ruta circular, ya que solo tomó dinero suficiente para el autobús de ida, que salía en dirección Fuengirola-Marbella.

Siempre que Juan Antonio no se desplazaba en furgoneta, solía elegir rutas circulares, y la familia cree que en aquella ocasión optó por una que unía Ojén y Mijas, recogida en una guía de excursiones que él mismo había escrito. El nivel de conocimiento que tenía de la sierra era profundo: había documentado en esa publicación 54 cuevas del entorno. Su entorno mantiene que posiblemente descubrió una más, la número 55, pero que no pudo salir de ella.

A pesar de todo, la familia no ha podido confirmar que Juan Antonio llegara a adentrarse en la montaña, ya que no existe ninguna prueba concluyente. Lo último que se sabe con certeza es que fue visto subiendo a un autobús. En el momento de su desaparición no portaba documentación ni teléfono móvil, algo habitual en él, ya que conocía bien que no había cobertura en las zonas donde solía moverse.

Cuando pasaron los "dos o tres días" que había anunciado y Juan Antonio no regresó, la familia empezó a alarmarse. La preocupación creció rápidamente y se vieron obligados a interponer la denuncia por desaparición. Comenzaba así una búsqueda que, quince años después, sigue en el mismo punto.

Quince años sin una llamada, sin un indicio concluyente, sin su cuerpo. Su hermana, Carmen Gómez, mantiene viva la memoria del joven, al tiempo que denuncia el abandono institucional que, según afirma, ha marcado todo este tiempo. Aunque reconoce ciertos avances desde 2010, sobre todo en cuanto a concienciación y formación en desapariciones dentro de los cuerpos de seguridad, Carmen denuncia que llegan demasiado tarde y a un ritmo insoportablemente lento para quienes viven en carne propia la desaparición de un ser querido.

El único apoyo constante, dice, lo ha encontrado en el ámbito local: "El Ayuntamiento de Mijas ha colaborado con algunas actividades conmemorativas, como la organizada recientemente con motivo del aniversario", expresa.

Pero en lo esencial —la búsqueda, el seguimiento, la información—, Carmen asegura que el trato institucional ha sido decepcionante. El caso de su hermano se archivó en 2012, en sus propias palabras, "sin que la familia fuese informada". Se enteraron por su propia cuenta y tras 'pelear' por la información. Desde entonces, ni una sola novedad.

Carmen habla con la serenidad de quien ha aprendido a convivir con la ausencia, pero también con el agotamiento emocional de quien ha tenido que sostenerse sin apenas apoyo. "Tener un ser querido desaparecido es una herida muy abierta", explica. "Tienes que encontrar el equilibrio entre seguir viviendo y seguir buscando. Nunca quieres abandonar, pero a veces no puedes más. Es un desastre emocional muy grande", dice con emoción.

El dolor, además, se recrudece ante episodios como el hallazgo de restos humanos que podrían coincidir con los de Juan Antonio. En 2016, explica, apareció el cadáver de un varón en el Pico de la Concha (Marbella). Por su edad y características, encajaba con el joven desaparecido.

La noticia se conoció coincidiendo encima con el aniversario de la desaparición. Pero a la familia nadie le comunicó nada. Tuvieron que hacer sus propias averiguaciones hasta confirmar que se trataba de otra persona. "No tienes fácil llegar a esa información, siendo tú parte interesada. Y eso te indigna. Nos ha pasado en al menos cinco ocasiones desde que desapareció", denuncia.

Más allá de la falta de avances, Carmen denuncia un trato deshumanizado por parte de algunos agentes y responsables públicos. "Nos victimizan, nos maltratan. Encima de estar viviendo una situación muy dolorosa, parece que estuviéramos molestando". Se refiere tanto a la desinformación como a la falta de sensibilidad en las respuestas —o directamente a la ausencia de ellas—. "Parece que solo se acuerdan de nosotros los tres días posteriores a la búsqueda", lamenta.

Carmen insiste en que las familias tienen derechos, y no solo obligaciones. El derecho a ser informadas, a ser tratadas con dignidad, a recibir una atención adecuada. "A veces cuesta hasta reírse o relajarse. Por mucho que pase el tiempo, la normalidad nunca llega".

A pesar de todo, Carmen sigue manteniendo viva la esperanza. Su hipótesis principal sigue siendo que su hermano sufrió un accidente en la montaña, tal vez un golpe, un desvanecimiento, una caída. "Y si no hay evidencia de muerte, hay esperanza de vida", dice cada vez que hablamos con ella, como un mantra al que agarrarse de por vida.

A día de hoy, Carmen no pide un milagro. Solo algo de voluntad, como el resto de nombres del reportaje. Y lanza un mensaje claro a quienes tienen poder de decisión: "Hace falta más formación específica en desapariciones, pero sobre todo, más empatía con las familias. Somos personas".

Las historias de Jesús, Juan Carlos, Francisco y Juan Antonio son solo una ínfima parte de las más de seis mil denuncias por desaparición activas en España. Al igual que Alba, Elena, Dolores y Carmen son solo una diminuta representación de la gran cantidad de familias que sufren en el día a día en España.

El silencio institucional puede ser sepulcral. Pero mientras haya una madre, una hermana, una nieta o una hija que se niegue a rendirse, el olvido no ganará.