Susana, camarera.
Susana, camarera de Málaga, no se corta y critica a los turistas de Madrid: "Suelen ser los más secos y más exigentes"
Desde clientes que piden lo más barato aunque tengan la carta delante, hasta discusiones por el peso exacto del pescado: los camareros de un chiringuito malagueño cuentan cómo es trabajar cara a cara con el turismo.
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Atender mesas en verano puede parecer un trabajo sencillo, pero tras las sonrisas y bandejas hay historias que no siempre se cuentan. Camareros de un chiringuito malagueño, sin pelos en la lengua, comentan cómo es lidiar con turistas de todas partes: quiénes son más educados, quiénes se gastan más o quiénes se quejan hasta por no ponerle unas aceitunas con un plato ya en la mesa.
“Aquí vienen muchos guiris, y la mayoría son súper educados”, comenta una de las camareras. “Nada que ver con algunos de Madrid o Córdoba, que vienen con otra actitud, mucho más exigentes”, explica. “Los de Madrid, además, suelen ser más secos con nosotros”, recalca.
Según explica, mientras los extranjeros apuestan por platos grandes y pescados del día sin mirar tanto el precio, muchos turistas nacionales, sin especificar sitio, “preguntan el precio o si se come a buen precio, antes de sentarse”, dice uno de los camareros del local.
Uno de los camareros de otro restaurante de la Costa del Sol comenta cuál es la clientela que se lleva la palma en cuanto a la exigencia, los cordobeses: “Siempre quieren aceitunas, aunque no estemos obligados a ponerlas, y la cerveza la quieren fría, fría, fría… o incluso congelada”, relata un camarero con humor.
La evolución del turismo también ha sido tema de conversación en los últimos años. “Antes parecía que estabas en el extranjero, ahora la mayoría son españoles”, comenta Tomás, un cliente que veranea siempre en Málaga. “Esto ha cambiado muchísimo. Antes esto era la selva, ahora ya está más ‘humanizado’ como dicen”, recalca.
Entre bromas, nostalgia y anécdotas curiosas, los camareros también recuerdan tiempos en los que algunos bares daban prioridad a los extranjeros: “Había sitios donde no te dejaban ni entrar si eras español”, confiesa otra cliente.
Pese a todo, el equipo mantiene el buen humor. Aunque reconocen que el trabajo puede ser agotador, lo viven con una mezcla de resignación, cariño por su tierra y mucha experiencia callejera.
Como dice uno de ellos, “partimos desde abajo, pero aprendemos a llevarnos bien con todo el mundo, aunque alguno venga más congelado que la cerveza”, concluye uno de los camareros con una sonrisa de oreja a oreja.