El 31 de octubre de 1975, dos días antes de morir, el director italiano Pier Paolo Pasolini concedió su última entrevista. En aquella conversación parisina con Philippe Bouvard, el cineasta dejó dicho la filosofía con la que había venido trabajando a lo largo de su carrera cultural: "Escandalizar es un derecho, escandalizarse es un placer". 

La controversia y la provocación son los caminos por los que históricamente ha transitado el arte. Solo aquello que tiene la suficiente fuerza para llamar la atención es capaz de despertar conciencias. El problema viene cuando parte de la sociedad entiende como desafío al statu quo algo que es, simplemente, contemporaneidad. 

Y de esto el mundo cofrade sabe mucho. En las últimas semanas, la producción cartelística de la ciudad ha regalado obras colosales como las de José Miguel González Morales, Julia Santa Olalla o Jesús Zurita. A estos pósteres hay que sumir la serie onírica-pop de Lazarus. El leitmotiv de todos ellos es el mismo: ante el reto de contar (visualmente) una historia de 2000 años, recurramos a lenguajes del siglo XXI.

Uno de los primeros consejos que dan los periodistas en la facultad es evitar leer los comentarios en redes sociales, pero a todos nos acompaña un punto de masoquismo. Entre la alegría colectiva por piezas artísticas de gran nivel, un reducto rancio sigue intentando mantenerse en la idea de que cualquier tiempo pasado fue mejor.

Son una especie de Galia enfadada que resiste a la invasión del hoy. Alguno tiene la desfachatez de sacar pecho su incomprensión, llegando a asegurar cosas como las que a continuación reproduzco: "El afán de vanguardia está más que demostrado que no gusta, ni casa, ni se acepta en ámbitos cofrades" (¿fuente?), "queremos ser tan modernos…" (usted desde luego que no) o "¿pero qué está pasando con los carteles de este año, por Dios? (exclamación al cielo incluida).

Todas estas cosas tienen un punto divertido. Sobre todo cuando los cabreados se retroalimentan entre ellos. En cierta medida, creo que lo puedo comprender; la ofensa, y eso que aquí no hay por ningún lado atisbo de Saló y los 120 días en Sodoma, es inherente al ser humano. Y por tanto, supongo, al cofrade. Mientras se les pasa el mosqueo, larga vida a estos artistas.