Javier Milei

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Opinión BLUE MONDAYS

Argentina, el país que siempre tropieza con el mismo peso

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Argentina votó este domingo y, cuando estas líneas lleguen al lector, tal vez todavía no se conozcan los resultados definitivos. Las elecciones legislativas se presentan como unos comicios que tienen lugar dos años después de las presidenciales. No se escoge pues a un nuevo presidente, sino que renueva la mitad de la Cámara de los Diputados y un tercio del Senado.

Se trata, por tanto, de unos comicios que habrán funcionado más como un examen de resistencia que como una cita electoral. El país no sólo elige representantes, sino la continuidad o el freno del experimento económico más audaz de su historia reciente.

El presidente Javier Milei ha intentado en apenas diez meses lo que muchos no se atrevieron en décadas. Su gobierno redujo el gasto público, eliminó subsidios, liberalizó precios y persiguió el equilibrio fiscal con una ortodoxia que Argentina había olvidado.

La inflación, que llegó a niveles delirantes en 2024, se redujo con una velocidad inesperada. En mayo de 2025 marcó el nivel más bajo en varios años y la tasa interanual descendió desde el entorno del 300 por ciento a cifras de dos dígitos altos.

También el déficit público dio un vuelco. Argentina registró en enero su primer superávit financiero en más de una década y encadenó varios meses de saldo positivo.

Lo que Milei ha ganado en disciplina macroeconómica lo ha perdido en capital político

En paralelo, el comercio exterior cerró 2024 con un superávit cercano a los 19.000 millones de dólares. La credibilidad fiscal, aunque frágil, volvió a ser una variable de la que se puede hablar en presente.

Sin embargo, los fundamentos contables no siempre se traducen en bienestar. El país atraviesa una recesión técnica, el consumo se contrajo y la pobreza creció de forma visible. Las reformas han comprado tiempo, pero no consenso. Lo que Milei ha ganado en disciplina macroeconómica lo ha perdido en capital político.

A pesar de que el FMI proyecta un crecimiento de entre el cinco y el cinco y medio por ciento para 2025, sus propios informes admiten que la inflación sigue en niveles que duplican el objetivo inicial y que la mejora de reservas depende de un entorno internacional favorable. La estabilización existe, pero aún no se sostiene por sí sola.

La paz social no ha llegado. En el mejor de los casos, el país vive una tregua condicionada. Las clases medias y bajas soportan el ajuste, mientras los sindicatos, las provincias y la oposición tantean los límites de la paciencia. Si el Congreso resultante no otorga una mayoría estable al oficialismo, el gobierno se verá obligado a negociar cada reforma, ley por ley, en un proceso lento y desgastante.

Si, por el contrario, Milei consigue ampliar su base parlamentaria, podrá avanzar hacia la segunda fase de su plan, que pasa por afianzar la apertura del mercado, fortalecer las reservas y consolidar un sistema de precios menos dependiente de la intervención estatal.

Milei ha demostrado que un país crónicamente inflacionario puede, al menos por un tiempo, estabilizar sus precios y cuadrar sus cuentas

La economía argentina se mueve entre dos pulsos que se anulan mutuamente. Por un lado, la disciplina fiscal ha devuelto un sentido de orden que los inversores valoran.

Por otro, la urgencia social amenaza con desmontar esa disciplina al primer síntoma de impopularidad. La oposición peronista, reorganizada bajo el frente Fuerza Patria, representa ese reflejo de resistencia.

El nuevo bloque, articulado por el Partido Justicialista, La Cámpora, el Frente Renovador y otros aliados, ha sido impulsado por Massa, Kicillof y Máximo Kirchner, y ha devuelto al peronismo bonaerense la capacidad de actuar como contrapeso. Su estrategia es conocida: invocar el miedo al ajuste y presentarse como refugio ante el desgaste del liberalismo.

El resultado económico es ambiguo. Milei ha demostrado que un país crónicamente inflacionario puede, al menos por un tiempo, estabilizar sus precios y cuadrar sus cuentas. Pero la sociedad argentina, acostumbrada al péndulo del gasto y al subsidio, apenas empieza a asimilar el coste de esa estabilidad.

Si la política fuerza un cambio de rumbo antes de que el equilibrio madure, la economía volverá a su secuencia habitual de inflación, controles, déficit y devaluación. Si en cambio se mantiene el ajuste y el consenso social no estalla, el país podría entrar en una etapa de crecimiento incómodo, aunque más previsible, que no sería menor cosa para un país que ha vivido demasiado tiempo al borde del colapso.

Para el observador europeo, Argentina es un recordatorio de que ninguna economía resiste indefinidamente el populismo fiscal. Milei ha demostrado que el orden puede ser rentable, pero no gratuito. El riesgo es que la impaciencia social y la estrategia del miedo que explota el progresismo destruyan lo logrado antes de que pueda consolidarse.

Si eso ocurre, Argentina volverá a enseñarnos lo mismo de siempre: que en economía no basta con prometer disciplina, hay que sostenerla cuando duele.