Puntualmente cada septiembre, con la vuelta al colegio, regresan los mismos debates y las mismas campañas alarmistas: asociaciones de padres que piden aulas libres de móviles, titulares que presentan los teléfonos como si fueran la raíz de todos los males, y políticos que se dejan arrastrar por un discurso tan popular como peligroso. 

El último ejemplo lo tenemos en iniciativas como la de “Adolescencia libre de móviles”, que pretenden que la solución a los problemas de la juventud pasa por encerrar la tecnología en un cajón y fingir que no existe.

Una estrategia que, lejos de proteger a los chavales, los está condenando a crecer en la misma ignorancia digital que adorna a los que forman ese tipo de asociaciones. 

Un adolescente de hoy vive en un ecosistema marcado por la tecnología. El móvil no es un capricho, es parte del paisaje social, cultural y educativo en el que se desarrolla su vida actual y, más aún, su futuro profesional.

Pretender que se puede “preservar” a los jóvenes de esa realidad es tan absurdo como pensar que en el siglo XIX se podía educar a un niño sin enseñarle a leer y a escribir, por miedo a que los libros lo confundieran o lo pervirtieran. Sí, leer puede exponerte a ideas peligrosas, pero la solución nunca fue prohibir la lectura, sino enseñar a leer mejor, a interpretar, a distinguir. Con los móviles pasa exactamente lo mismo. 

Las estadísticas nos dicen que el 95% de los adolescentes españoles ya tiene un smartphone antes de los 14 años

El problema no es que los chavales usen móviles, sino que nadie les enseña a usarlos bien. Y no hablo de aprender a manejar una aplicación o a enviar un mensaje, eso lo aprende cualquier idiota sin necesidad de cursos, porque la tecnología se ha hecho absolutamente sencilla.

Hablo de lo importante: cómo buscar información fiable, cómo pensar de manera crítica ante lo que aparece en su pantalla, cómo entender los mecanismos que emplean las redes sociales para manipular su atención y convertirlos en adictos, cómo detectar noticias falsas, cómo proteger su privacidad y su seguridad en un mundo cada vez más hostil. Ese es el currículo que falta en nuestras escuelas, y del que ni padres ni asociaciones parecen querer hablar. 

Las estadísticas nos dicen que el 95% de los adolescentes españoles ya tiene un smartphone antes de los 14 años. ¿De verdad alguien cree que prohibiendo su uso en el colegio van a desaparecer los riesgos? Lo que desaparece no son los riesgos, sino la oportunidad crucial de educar. 

Un chaval al que se le niega la exposición a la tecnología en entornos supervisados y con guías adecuadas se convierte en un adulto que reproduce los mismos errores que ve en casa: padres que no saben distinguir un bulo de una noticia, que reenvían cadenas absurdas en WhatsApp, que caen víctimas de estafas estúpidas que cualquiera con dos dedos de frente reconocería inmediatamente, o que no entienden cómo funciona un algoritmo de recomendación y, por tanto, no pueden explicárselo a sus hijos.

Criar niños a oscuras solo garantiza que acaben siendo tan analfabetos digitales como muchos adultos de hoy. 

El futuro pertenece a quienes sepan manejar las herramientas digitales con inteligencia y criterio

Lo que necesitamos no son asociaciones que demonizan al móvil, sino una verdadera alianza educativa para enfrentarse a los auténticos culpables: empresas que diseñan plataformas y aplicaciones con criterios adictivos, que aprovechan vulnerabilidades cognitivas para maximizar tiempo de uso, y que invariablemente priorizan el beneficio económico sobre la salud mental de sus usuarios.

El móvil es el medio, no el problema. El problema son esos modelos de negocio basados en la explotación sistemática de la atención y en la falta de regulación que los permita campar a sus anchas. 

En vez de pelear contra los smartphones como tales creyendo que son algún tipo de peste, deberíamos pelear por un sistema educativo que forme ciudadanos libres y no esclavos de la tecnología. Que les enseñe que tener un móvil no significa estar disponible las veinticuatro horas para cualquiera, que un like no mide el valor de una persona, que una app puede robarte datos bajo la apariencia de un juego inocente, o que una noticia puede estar diseñada para manipular su voto en el futuro.

Esa formación, impartida con rigor y desde edades tempranas, es la mejor vacuna que podemos ofrecer. Formar en pensamiento crítico, en un ambiente plagado de tecnología. 

El futuro pertenece a quienes sepan manejar las herramientas digitales con inteligencia y criterio. Negar a los chavales ese aprendizaje es como enviarles desarmados al campo de batalla más determinante de nuestra época.

La alternativa es clara: o los preparamos para que dominen la tecnología, o los condenamos a ser dominados por ella. Y si algo deberíamos haber aprendido ya es que la ignorancia nunca fue un buen plan. 

Criar hijos a oscuras con la esperanza de que no se quemen con la luz de la tecnología es el mayor error que podemos cometer como sociedad. Lo que necesitan no son tinieblas protectoras, sino linternas potentes: educación, pensamiento crítico y la capacidad de usar un móvil para ser más libres, no más esclavos.

Dejémonos de populismos baratos y de demonizar absurdamente un objeto. Lo importante no es una adolescencia libre de móviles, sino preparar a las personas para el entorno en el que, se pongan como se pongan, van a tener que vivir.   

***Enrique Dans es profesor de Innovación en IE University.