El final de agosto vino cargado. En primer lugar, de augurios no muy favorables acerca de una recesión europea, que comprometería seriamente la economía española. Pero también de elecciones: en Italia y en Chile, dos países muy cercanos a mí, por amistad y porque cuando voy me siento “en casa”. De los italianos admiro, entre otras cosas, esa capacidad de vivir la hecatombe como si no pasara nada, como si fuera lo normal.

El profesor Carlo Lottieri comentaba cómo parece que está de moda atribuirse el adjetivo “liberal” en estos momentos de campaña. Para mí es un deja vu de libro respecto a lo que hemos vivido en las elecciones, en las que el presidente Sánchez se decía liberal. También Vox luchó por el sello de autenticidad liberal.

Además, ahora Ciudadanos repite sin tregua que es EL partido liberal. Parece, además, que en la refundación están tratando de introducir algunos principios liberales. Ojalá. No obstante, debo recordar que, aunque yo alardee cada día de lo azul que tengo los ojos, no los voy a tener azules nunca. Sea como fuere, yo creo que lo que nos definen son los actos y no lo que digan quienes tienen siempre el “liberalómetro” a mano.

Lo de Chile es otro cantar. He tenido la oportunidad de conocer a miembros de partidos políticos de la derecha y de la izquierda. He debatido con Felipe Kast, fundador del partido Evópoli y sobrino de José Antonio Kast. He debatido con Fernando Atria, ideólogo de Boric, y con la diputada del partido de los Comunes Camila Rojas. Y, además, tengo muy queridos amigos allí. La pantomima de la Convención Constituyente sería de risa si no creara un precedente dramático para quienes, explícitamente o no, luchan activamente para destruir la democracia liberal, basada en el Estado de derecho.

No voy a hacer un análisis de lo sucedido desde el 2021 en esa Convención, pero estaría bien escribir una crónica de las barbaridades que se consintieron. El marcador de la gravedad de la situación lo vemos en llamativo hecho de que parte de la izquierda se haya manifestado en contra del engendro salido de ese proceso constituyente, y a favor del rechazo.

Ciudadanos repite sin tregua que es el partido liberal. Ojalá.

El “Así, no” nos habla de la enorme decepción que la izquierda no radical chilena debe sentir. Y, de hecho, estoy convencida de que ha sido la clave de la victoria del rechazo. Los inversores mostraron su euforia y apuestas por una mejora en el panorama. Pero no sabemos si los cambios en el gobierno de Boric son cosméticos o incluso, si van a llevar a una situación peor. Tengo que reconocer que, especialmente este verano, una no sabe qué desear, y prefiere eliminar las expectativas y los planes de su vida. Seguimos observando.

Septiembre viene embarrado. La información, no solamente en redes, también la institucional, la de diferentes partidos, en general, lo que nos llega a los españolitos de a pie, se ha convertido en una auténtica Torre de Babel. Sobra ruido en muchos ámbitos. Cualquier debate económico se convierte, por arte de magia, en una batalla pro/anti gobierno. Decir que la inflación es un fenómeno monetario es razón suficiente para merecer el menosprecio de reputados economistas que se han calzado los guantes de boxeo.

Pero si afirmas que la inflación es multicausal te levantan la ceja los que creen que la causa es exclusivamente monetaria. Es una pena. Porque este debate se remonta al siglo XVI, cuando algunos autores de la Escuela de Salamanca, como Martín de Azpilcueta, explicaban que la causa de la subida de precios no era el egoísmo de los comerciantes sino la llegada del oro americano: allí donde hay abundancia de dinero, éste pierde su valor, y por tanto, los precios suben. Un tema muy interesante y una escuela, la única española en la historia del pensamiento económico, muy moderna para su época.

Tengo el honor y el placer de moderar el panel de economistas que el Centro Diego de Covarrubias ha organizado. La ocasión no puede ser más especial: la presentación de la reedición del libro de Marjorie Grice-Hutchinson, La Escuela de Salamanca, a cargo del catedrático de la Universidad Complutense, Luís Perdices de Blas. Además del profesor Perdices, me acompañarán los catedráticos de Historia del Pensamiento Económico Pedro Schwartz y Carlos Rodríguez Braun, mi maestro. El día 22 de septiembre a las siete y media de la tarde, ustedes tienen la oportunidad de aprender de estos grandes economistas, en el Salón de Grados de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad San Pablo-CEU, mi casa. 

Decir que la inflación es un fenómeno monetario es razón suficiente para merecer el menosprecio de reputados economistas

Pero no es solamente la inflación el entorno en el que encontramos exceso de ruido. El otro es el de la energía. ¿La subida de precios de la energía se debe enteramente a la guerra de Ucrania? Pues no, viene de lejos. No con tanta intensidad, efectivamente, pero la invasión de Ucrania no es la única y última causa de todos los males. Hay muchos problemas que hemos sembrado renunciando a la independencia económica, en concreto, energética que muchos llevamos años reclamando. Mucha parte de este barullo la tienen los mensajes del gobierno y las medidas que proponen. Todo es causa de la guerra y la solución es la fijación de precios que va a recaer sobre los ricos. Tamaña simplificación, en una sociedad “tiktokeada”, cuela. 

Y, para terminar, la tercera bomba de humo se refiere a qué pasa con los fondos europeos. Los datos dicen que todo bien. Pero si miramos de cerca, comprobaremos que el análisis de impacto se refiere a los fondos adjudicados, no a si se han ejecutado por completo y de la mejor manera posible. 

Ahora que retomo mis publicaciones en este periódico, que también es mi casa, habrá que esforzarse por separar paja y grano y poner interrogantes para que no se asuman determinados titulares grandilocuentes como verdades absolutas.