Una de las compañías más grandes y valiosas del mundo, Amazon, ha publicado su informe de sostenibilidad anual referente a 2021, y sus resultados son enormemente reveladores: sus emisiones totales de gases con efecto invernadero se incrementaron en un 18% con respecto al año anterior, hasta alcanzar los 71.54 millones de toneladas de dióxido de carbono equivalente. Con respecto a 2019, la cifra supone un incremento de más de un 40%.

Amazon es una compañía supuestamente avanzada en conciencia medioambiental, que se ha comprometido a conseguir ser neutra en dióxido de carbono en el año 2040. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué razón avanza en sentido completamente opuesto al que debería mantener si quiere cumplir sus supuestos objetivos?

Hablamos de una compañía que invierte sumas millonarias en, por ejemplo, financiar empresas de vehículos eléctricos para sustituir sus contaminantes furgonetas y descarbonizar su flota, o que el mes pasado anunció que comenzaba a repartir en algunas ciudades con bicicletas eléctricas adaptadas para el transporte de mercancías… ¿Qué justifica semejante desviación en sus objetivos?

Las emisiones totales de gases con efecto invernadero de Amazon se incrementaron un 18% con respecto al año anterior

La respuesta es muy clara: la pandemia. Durante los dos años en los que hemos estado sometidos a restricciones más o menos rigurosas, la compañía multiplicó sus ventas de manera descomunal. Los duros confinamientos del 2020 hicieron que, cuando simplemente salir al supermercado tenía una percepción de riesgo notable, muchísimas personas se decidiesen a utilizar el comercio electrónico. Muchas de ellas lo hacían ya de manera habitual, y simplemente incrementaron las categorías de productos que adquirían a través de ese medio. Otras no lo habían probado, pero ante el peligro, decidieron hacerlo.

El resultado fue una tormenta perfecta: Amazon, líder absoluto en ventas a través de la red, estaba en el lugar perfecto para ser beneficiada por la pandemia: sus ventas se multiplicaron en todas sus líneas de producto, montó muchísimos almacenes más en todo el mundo para lograr servir esa demanda multiplicada, prácticamente duplicó su plantilla, y se convirtió en la cuarta empresa más grande del mundo por capitalización bursátil: en octubre de 2011 valía ya 1,67 billones de dólares, tan solo detrás de Apple, Microsoft y Alphabet.

Desde entonces, su valor ha caído a los 1,25 billones debido a la crisis generalizada que atraviesan unas compañías tecnológicas que esperan un escenario regulatorio cada vez más duro, pero los hechos están ahí: Amazon aprovechó la pandemia para crecer como la espuma.

¿Qué hacer si tienes unos objetivos, pero de repente, una circunstancia tan excepcional como una pandemia se interpone entre ellos y tú? ¿Cómo explicar a tus accionistas que realmente crees que deberías recortar tus emisiones, pero que no vas a poder hacerlo… porque quieres seguir creciendo como si no hubiera un mañana? Amazon, simplemente, decidió aprovechar el momento y posponer esos objetivos medioambientales. Y seguramente, un porcentaje elevadísimo de directivos que hubiesen estado en la situación de tomar esa decisión habrían hecho lo mismo.

Con su ejemplo, Amazon nos muestra todo lo que está mal en la gestión del mayor problema que tiene ante sí la humanidad: la emergencia climática. Que siempre, en todos los casos, va a aparecer un problema, un imprevisto, una oportunidad o una circunstancia excepcional que, curiosamente, vamos a priorizar frente a nuestras obligaciones medioambientales. En el caso de Amazon, además, ni siquiera eran, como tales, “obligaciones”: sus objetivos medioambientales son algo que la compañía ha decidido por sí misma, sin que ninguna ley le obligue a ello.

El próximo invierno, se prevén en la Unión Europea importantes problemas con el suministro del gas ruso. ¿Qué van a hacer los países que se habían comprometido a reducir sus emisiones en los Acuerdos de París? Muy sencillo: apelar a la excepcionalidad, a la emergencia que supone una contienda en sus mismas puertas… y volver a quemar carbón o lo que haga falta quemar. Ante la perspectiva de un invierno sin suministro de gas, hay que hacer lo que sea, incluyendo posponer nuestros objetivos medioambientales.

¿Dónde está el problema? Tan sencillo como que la emergencia climática no admite ser pospuesta. Es lo que es: un sistema fuera de control. No pide permiso, no se fija en las circunstancias, no podemos negociar con ella, ni explicarle que “es que este año no puede ser, ya si eso reduciremos las emisiones el siguiente”.

Con el sistema de gestión que tiene el mundo actual, heredado de cuando se crearon los países y adquirieron soberanía, nunca superaremos el reto que supone la emergencia climática. O cambiamos la forma de gestionar el planeta o pereceremos entre incendios, sequías, inundaciones, huracanes, hambrunas o guerras por unos recursos cada vez más escasos y catástrofes climáticas de todo tipo. El panorama es horroroso y cada vez está más cerca.

Hay que hacer algo. Urgentemente. Pero este año no, que no nos viene bien. Ya lo haremos en algún otro momento.