Un fenómeno llamativo de la crianza de los hijos es que su edad se mide en días nada más nacer, y enseguida en meses, hasta que llega un momento en el que hay que saltar de nivel y hablar de años. Normalmente suelen ser los dieciocho meses. No sé por qué no se dice un año o medio año, sino doce meses, catorce meses o dieciseis meses.

Con la guerra de Ucrania, por desgracia, está sucediendo algo así. Ya no hablamos de los días que llevan los ucranianos resistiendo los ataques rusos. Ya van casi dos meses y medio y aún no se ve la luz al final del túnel. Esta sensación de que la guerra va a durar muchos meses más se sustenta en algunos indicios.

Por ejemplo, Robert Habeck, ministro de economía de Alemania, ha afirmado recientemente que, probablemente para finales de año, Alemania podría resistir el embargo europeo de petróleo ruso, contando incluso con los problemas de escasez que ocasionaría tal medida.

Los diplomáticos europeos, por su parte, se congratulan y preparan el paquete de medidas que incluye el embargo para finales de año. Es decir, están asumiendo que pasamos el verano y el otoño con guerra. No cabe ya hablar de sesenta días. Hay que saltar de nivel y contar los meses. Y eso, con suerte. Veremos dónde estamos cuando llegue 2023.

De momento, los analistas ya están planteándose cuáles serán los efectos de segunda ronda en las economías nacionales y en los mercados financieros. Por ejemplo, la persistente inflación y la subida de tipos que se va a producir pueden cambiar rápidamente la percepción que los inversores tienen respecto a ciertos mercados, de los que se habían beneficiado gracias a las diferentes condiciones económicas y los tipos bajos, durante décadas.

Los analistas ya están planteándose cuáles serán los efectos de segunda ronda en las economías nacionales y en los mercados financieros

Ese cambio en las expectativas de los inversores globales va a remover el fondo de las aguas financieras. No sabemos el resultado. También podríamos preguntarnos qué efectos está teniendo la guerra en las aseguradoras dedicadas a aviación, a riesgo crediticio, a activos asociados a riesgo político.

La clave es la exposición de las empresas europeas. El precio de expulsar a Rusia del mercado energético europeo va a ser muy alto. Mucho más complicado que echarla del sistema bancario europeo. En estas condiciones, países como Eslovaquia, Alemania y Hungría son severamente criticados por su negativa al embargo. De hecho, España logró una "excepcionalidad" para asegurar que el embargo no perjudicaría mucho su economía. Otra cosa es que esa "excepción" sea adecuada o no lo sea.

Lo relevante es que, poco a poco, los países más renuentes a cortar el grifo del gas y el petróleo rusos han ido cediendo. Todos excepto Hungría. Orban ha dicho por activa y por pasiva que no quiere hacer pagar a sus ciudadanos unas sanciones que a quien deben perjudicar es a otros. Suena muy bien.

Pero esta guerra es ya cosa de todos y todos vamos a pagar por ella, con o sin embargo. Porque no se va a acabar hasta que no se le cierre el grifo a Putin. China, que al principio del conflicto se vislumbraba como posible país intermediario de una solución, no parece que vaya a ejercer de ello. Hacerlo implicaría alinearse con Estados Unidos. ¿Cómo perder la oportunidad de ver empobrecerse a su enemigo número uno? 

Porque, a pesar de las reservas energéticas estadounidenses, la inflación está golpeando duro al país. Los analistas ya mencionan la temida estanflación, que tanto rechazo produce aquí, donde está tan mal visto ser cauto.

Lo terrible es limitarse a mirar cerca, que es lo que parece que está haciendo nuestro gobierno

En el Financial Times, si bien recalcan que no estamos en los 70 y no vamos a estar en una situación parecida, sí explican con tranquilidad que se llama estanflación a ese fenómeno en el que la inflación aumenta y crecimiento baja. Y no pasa nada. Hay que llamar a las cosas por su nombre. ¿Podría ser peor? Siempre. Podría extinguirse la especie humana. Pero lo que tenemos no es precisamente bueno. Y no parece que vaya a mejorar.

Lo terrible es limitarse a mirar cerca, que es lo que parece que está haciendo nuestro gobierno. Como mandar papeles trucados a Bruselas para que cuele. O seguir con los mensajes triunfalistas con el objetivo de mantenerse en el poder, como si estuviera en permanente campaña electoral.

No puedo evitar preguntarme qué tiene que pasar para que nos tomemos en serio esta crisis. Es verdad que la pandemia cortó la cadena de suministro y afectó a la economía global. También es cierto que la guerra nos ha pillado a todos con el pie cambiado en plena subida de precios de la energía y de la inflación. Pero España está a la cola de los países en creación de empleo y en crecimiento.

Según el Fondo Monetario Internacional, es el único país europeo que no va a recuperar en el 2022 el volumen de PIB de 2019. Incluso Grecia y Portugal se van a recuperar antes. ¿No estaremos haciendo mal las cosas?

Me viene a la cabeza Alexis Tsipras. Con una situación catastrófica y ganando unas elecciones en enero del 2015 a base de vender medidas "anti-austeridad" y euro rebeldes, no tuvo más remedio que plegarse y adoptar medidas radicales acordes con el MEDE (Mecanismo Europeo de Estabilidad) para salvar la situación económica de su país. Por el camino, a los seis meses de ganar, su compañero de viaje, Varoufakis, dimitía. En septiembre Tsipras tenía que adelantar las elecciones y las ganaba reforzando su liderazgo. Y ahora, desde la oposición, clama contra el horror del neoliberalismo. Sin rubor.

¿Estará esperando Sánchez a que nos encontremos en la ruina total?¿Estará soñando con perder las elecciones para pasar la bola al que venga detrás? ¿O estará tan cegado por el poder que prefiere seguir mareando la perdiz hasta que el pueblo aguante? En este último caso, que parece el más probable, por desgracia, la pelota está en manos de los ciudadanos. Como siempre. Solamente queda preguntarse cómo quitarle el chupete de las medidas cortoplacistas al bebé que es el pueblo español: inmaduro y dependiente.