Parece que los bancos centrales esta vez se han pasado de la raya. Otro tanto podría decirse de los Tesoros (o Ministerios de Hacienda) de los países más avanzados que, con la ayuda imprescindible de los bancos centrales (que han estado creando dinero de la nada para entregárselo en mano) han podido estar gastando como si nada sucediera.

Hay que reconocerles a unos y otros que reaccionaron adecuadamente al iniciarse la recesión provocada por decreto para intentar contener la Covid-19, pero también empieza a resultar patente que no calibraron bien.

Probablemente influidos por la postura de sus ministerios de sanidad respectivos (que hicieron cuchufletas inicialmente de la pandemia que venía de China) ni Tesoros ni bancos centrales mantuvieron la sangre fría que había que tener en momentos tan duros y se vieron contagiados por el ataque de pánico de esos mismos gobiernos que antes hacían oídos sordos al estruendo epidémico que llegaba de China, primero, y de Italia después.

Y ahora nos encontramos con los problemas derivados de que haya demasiado dinero en circulación.

Si la crisis financiera de 2008-2009 se caracterizó porque había "demasiado dinero a la caza de pocos activos" (financieros y físicos), la crisis que está avanzando de manera cada vez más obvia es una en la que se podría añadir algo al eslogan de la anterior: "Y a la caza de alimentos, bebidas y todo tipo de bienes de equipo para la industria y aparatos para el hogar".

Probablemente influidos por la postura de sus ministerios de sanidad respectivos ni Tesoros ni bancos centrales mantuvieron la sangre fría que había que tener en momentos tan duros

En la última semana hemos ido conociendo una faceta más de los excesos de demanda característicos de este ciclo de expansión económica que están llevando a que la capacidad del comercio marítimo y terrestre para distribuir por el mundo tanto materias primas como componentes y productos elaborados se haya visto desbordada.

Una de las consecuencias más visibles es que el encarecimiento de unos productos y la llegada con retraso de otros (si es que llegan) puede terminar acelerando una desaceleración que, como hemos comentado recientemente, se percibe ya en EEUU y en China.

Ya hay casos que apuntan a un menor crecimiento del PIB por esa vía. El más conocido de todos es el de los fabricantes de automóviles que tienen que parar o bajar el ritmo de la producción por la escasez de alguno de los componentes que utilizan en la fabricación de vehículos, principalmente microchips. Pero ya empiezan también las malas noticias, derivadas de los precios prohibitivos del gas natural y de la electricidad, en otros sectores.

Así, los fabricantes de fertilizantes CF Industries, por un lado, y Yara, por otro, han decidido parar la producción en algunas de sus plantas por ese motivo y se teme que, de seguir las cosas como están, en los meses más fríos del año muchas industrias tendrán que rebajar su ritmo de trabajo.

Los efectos inducidos en otras industrias se anuncian poco alentadores, por decirlo suavemente, ya que los fabricantes de abonos también producen para la venta el CO2 que utilizan los envasadores de carne y ensaladas, así como las cerveceras, que notarán pronto su escasez. Un CO2 que se utiliza también, mundo cruel, para atontar a los animales camino del matadero. El Conde Maistre hubiera tenido mucho que decir sobre esto.

Los gobiernos y los bancos centrales se las han arreglado para que la "recesión por decreto" pasara "casi desapercibida"

En fin, aunque la situación no reviste gravedad, por el momento, el efecto dominó de la escasez de productos de un sector sobre otro está tomando muy mal cariz, y todo por la combinación de un exceso de demanda, de la escasez de la oferta o de ambas cosas a la vez.

El exceso de demanda no es algo que pueda causar sorpresa: desde el inicio de los confinamientos y cuarentenas se sabía que la imposibilidad de moverse haría que se acumulara un ahorro al que antes o después se daría salida. Pero es que, además, los gobiernos y los bancos centrales se las han arreglado para que la "recesión por decreto" pasara "casi desapercibida" (en España, la tasa de paro máxima se ha quedado en poco más de la mitad de la que hubo en la crisis financiera).

Por debajo de ese mundo de apariencias se movía, sin embargo, la caída de los ingresos gubernamentales, que los bancos centrales remediaban monetizando (comprándoles) la deuda pública que emitían. Todo muy bien hecho.

Pero, así, nos encontramos ahora con que, mientras que el PIB mundial retrocedió 3 billones (o trillion) de dólares en 2020 (cifra que está recuperando en 2021) los bancos centrales han puesto a circular 12 billones de dólares más de los que ya había antes de la pandemia (en el caso de EEUU, para un retroceso del PIB de medio billón de dólares en 2020, la Reserva Federal solo en ese año inyectó 3,2 billones).

El incremento de la demanda resultante de esta operación no es que no haya sido el propio de una recuperación económica más o menos vigorosa, es que ha sobrepasado los límites de la capacidad instalada de algunos sectores productivos (por ejemplo, la mencionada capacidad de fabricar microchips) y también la capacidad instalada para el transporte marítimo y, en algunos lugares, también para el terrestre.

Para hacerse una idea: las ventas al por menor en EEUU estaban en agosto de este año un 19% por encima de su nivel de antes de la pandemia. Eso hace que, si en los tres años previos a la Covid-19 la media de las ventas por año creció a un ritmo del 3,6%, en la actualidad ese incremento medio por año sea del 11,4%.

Parece bastante claro que los bancos centrales no han calibrado bien (no era nada fácil hacerlo) su respuesta a la crisis y que se han pasado de la raya

Parece bastante claro que los bancos centrales no han calibrado bien (no era nada fácil hacerlo) su respuesta a la crisis y que se han pasado de la raya. Con eso los gobiernos están felices y la población contenta (dentro de lo posible con la tragedia).

Pero, lo que agrava la situación, los bancos centrales siguen poniendo dinero a circular de manera incontenible, y Joe Biden quiere aprobar un plan de cinco billones de dólares de incremento del gasto para EEUU (aunque financiado también con impuestos). Y está por ejecutarse el plan de recuperación Next Generation de la Unión Europea que pretende más digitalización y, por ende, más demanda de microchips. Círculo vicioso.

Hace dos semanas, un alto directivo de la mayor compañía naviera del mundo pedía que se redujera el consumo. Parece que ni los gobiernos ni los bancos centrales están dispuestos a hacerle caso. Pero estas cosas se suelen ajustar por las buenas o por las malas.

La realidad de la capacidad productiva y de los transportes, que no pueden responder adecuadamente a una demanda tan elevada, se ha hecho evidente. La reducción del consumo que no se atreverán a provocar los gobiernos vendrá "con una venganza" por vía de la exacerbación de los desajustes que se están viviendo entre importantes sectores industriales, lo que provocará, si no hay mucha suerte, como poco, una merma del PIB esperado.

Esta expansión económica ha desbordado sus límites y ya se devora a sí misma. Como la figura mitológica del Uróboro (la serpiente que se come la cola). Los bancos centrales deberían hacer algo. Pero el miedo a dar un paso en falso les domina. No lo harán.