Las alarmas que alertan de una emergencia climática ya no pueden sonar más altas ni más claras: en pleno mes de julio, una inundación sin precedentes devasta el centro de Europa y provoca centenares de muertos. California alcanza su sequía más grave en siglos, Canadá experimenta una ola de calor sin precedentes, y otras partes del mundo sufren huracanes e incendios descontrolados. 

Ver a los escépticos tomar cada uno de esos desastres naturales por separado y afirmar que “siempre han ocurrido” resulta completamente risible cuando se examinan los gráficos de tendencias: nunca, en ningún momento de la historia de la humanidad, esos desastres se han sucedido con tanta frecuencia ni de manera tan desordenada. La actividad humana ha desestabilizado el clima del planeta, y estamos empezando a experimentar sus consecuencias. 

Lo que viene en los próximos años - y hablamos de los próximos años, ya no de “las posibles consecuencias para nuestros nietos”, como se decía hace no tanto tiempo - va a ser de todo menos bonito. Si en algún momento pensaste de manera egoísta que, por tu edad, eso no te iba a tocar, olvídate: con el clima en el estado actual, estás ya, quieras o no, metido en una ruleta siniestra en la que tienes muchas posibilidades de que cualquier desastre natural genere un impacto directo en tu vida, desde simples pérdidas económicas a destrucción de tus propiedades, o hasta directamente la muerte. 

Si pensaste que el cambio climático no te iba a afectar, debes saber que tienes posibilidades de que un desastre natural impacte en tu vida 

Por otro lado, debemos pensar cuál ha sido nuestra respuesta ante una evidencia tan palmaria como la que tenemos ante nuestros ojos: en el mejor de los casos, planes ambiciosos para recortar nuestras emisiones en un 55%… en el año 2030, como propone el Pacto Verde Europeo. Algo completamente insuficiente teniendo en cuenta que, en el momento actual, tendríamos no solo que estar reduciendo esas emisiones, sino que necesitaríamos incluso tener emisiones negativas, es decir, estar extrayendo dióxido de carbono de la atmósfera de manera agresiva. Está claro que, a este ritmo, no vamos en absoluto bien. 

¿Qué argumentos se esgrimen para tanta ausencia de decisión? Simplemente, que una acción más decidida no sería compatible con la actividad humana. Lo que muchísimos afirman es que llevar a cabo acciones más inmediatas, como eliminar los combustibles fósiles, provocaría un parón de la actividad económica que nos llevaría a consecuencias graves.

De acuerdo, sí… pero ¿qué hay más grave que haber desestabilizado el planeta hasta el punto de que cada semana haya catástrofes naturales que matan a cientos de personas? Obviamente, lo que muchos prefieren es seguir jugando a la lotería, al “no me va a tocar a mí”, pero sin cambiar nada en su forma de vida, porque “es un trastorno”. 

Un hecho relevante de esta semana resume claramente la actitud de la humanidad ante la emergencia climática: la Organización de Países Productores de Petróleo ha decidido levantar su techo de producción, el límite que habían fijado durante la pandemia, y volver a producir en niveles normales, para así provocar un descenso de los precios.

Muchos prefieren jugar a la lotería pensando "no me va a tocar a mí" 

Ante una emergencia como la que estamos viviendo, ¿cómo reaccionamos? Pidiendo más petróleo y más barato. Que sea precisamente ese petróleo el que nos haya traído hasta los niveles actuales de emergencia nos trae sin cuidado. Es mejor esconder la cabeza en la arena y no pensar. 

El panorama es impresionante: por un lado, una gran mayoría de la sociedad que no está dispuesta a sacrificar nada en su estilo de vida, porque su forma de desplazarse, sus viajes y su forma de consumir se han convertido ya en “derechos inalienables”.

Por otro, una gran cantidad de industrias que bajo ningún concepto aceptan cambios en sus estructuras de costes o simplemente dejar de producir ni siquiera aquello que es  más directamente perjudicial, sean vehículos con motor de combustión, envases de plásticos o cemento, y aducen que dejar de hacerlo sería “detener la economía” y tendría consecuencias catastróficas.

Y por otro, un planeta desestabilizado, en el que las catástrofes se suceden sin solución de continuidad, en cualquier lugar del mundo. 

Una gran mayoría de la sociedad no está dispuesta a sacrificar su estilo de vida

Lo que creíamos que iba a tener lugar allá por el año 2100, cuando muchos ya no estuviésemos aquí, está sucediendo, semana a semana y mes a mes, ante nuestros propios ojos, mientras seguimos mirando las noticias e intentando convencernos de que no pasa nada, que es todo normal, y que simplemente son los mismos huracanes, incendios o inundaciones de siempre, pero los pobres a los que les ha tocado han tenido mala suerte. Un auténtico fenómeno de alucinación colectiva. 

Estamos escribiendo la historia del fin de la civilización humana, y es muy sencilla: entre todos la mataron... y ella sola se murió.