Las narrativas y su control son, en el contexto social, uno de los principales problemas que existen en una sociedad tan hiperconectada como la actual. La narrativa es, en un tema, lo que se comenta en tus círculos, lo que has oído sobre un tema determinado o lo que tú mismo contribuyes a difundir cuando hablas con otros sobre ese tema. Son esa serie de ideas que, de alguna manera, has escuchado a otro, o has visto en un medio, y que comentas posteriormente con terceros, contribuyendo a crear un flujo comunicativo determinado. 

¿Qué pasa con la narrativa? Que su control es algo cada vez más descontrolado. Que cada vez más, a pesar de contar con infinidad de fuentes de información literalmente al alcance de nuestro dedo, preferimos quedarnos con la visión que nos ha resonado mejor, que nos ha parecido convincente, que coincide con nuestras creencias o que por la razón que sea estamos dispuestos a abrazar.

La que nos va a hacer parecer inteligentes y bien informados cuando la contamos a otros. Y en ese proceso de permanente renuncia a obtener información adicional y verificar lo que hemos escuchado, vamos engordando monstruos y generando estúpidas bolas de nieve que crecen al descender por la ladera. 

Da igual lo que sea, y cuanta investigación seria y competente haya detrás de ello. Un día te cuentan, por ejemplo, "que muchos médicos de tal o cual hospital están comentando que las vacunas generan problemas de tal o cual tipo", y a ti, por la razón que sea, el comentario te hace clic.

Lo relacionas con otro que habías oído o leído anteriormente sobre el proceso de desarrollo de las vacunas, que falsamente afirmaba que se habían saltado varios pasos en la fase de pruebas, y automáticamente, engancha con un mecanismo atávico que todos tenemos -incluso los animales- y que resulta muy difícil evitar si no se hace de manera plenamente consciente: el miedo al cambio. Eso que, invariablemente, te lleva a desconfiar de cualquier cosa nueva. 

En ese proceso de permanente renuncia a obtener información adicional y verificar lo que hemos escuchado, vamos engordando monstruos

En un instante, te has convertido en alguien que no solo se ha creído una información no comprobada y que podrías demostrar como falsa con un esfuerzo mínimo, sino que, además, has pasado a ser una bomba que difunde esa creencia entre tus amigos y conocidos.

En poco tiempo, ese rumor estúpido ha circulado, y se convierte en un argumento más para un montón de anti-vacunas que se creen mejor informados que nadie porque, por supuesto, todo forma parte de una conspiración terrible que solo ellos conocen. 

A partir de cierto momento, ya todo da igual. Has invertido suficiente esfuerzo en entender el bulo, en asimilarlo y en contarlo a otros, que ya las demostraciones más palmarias de su falsedad no te afectan: seguro que son fuentes tendenciosas, o que forman parte de esa conspiración.

A ese nivel, algunas narrativas terminan siendo auténticas armas de destrucción masiva: el poder de esos canales informales para difundir un "me han contado" o un "¿sabías que?" es impresionante.  

¿Cómo es posible que, en un mundo como el actual, sigamos difundiendo estupideces como lo hacíamos cuando no había manera de contrastar su veracidad? ¿Por qué personas supuestamente inteligentes renuncian a entender las cosas y a informarse en condiciones, para ponerse al servicio de la propagación de un bulo absurdo?

¿Por qué están dispuestos a utilizar todas las falacias posibles - incluida la de autoridad, "me lo dijo un médico", como si todos los médicos, sean de la especialidad que sean, tuviesen que ser expertos de primer nivel en virología o inmunología - para tratar de demostrar algo que, prácticamente, acaban de oír? ¿Qué interés tienen en ello? 

La realidad es que el control de la narrativa tiene que ver mucho con la explotación de las debilidades humanas. Basta hablar con cuatro amigos, o estar pendiente de un par de grupos en WhatsApp, para ser consciente de cómo determinadas narrativas encuentran huecos y recovecos por los que circular, por los que colarse, y alcanzan una difusión mayor de la que realmente merecían. 

En la práctica, esas narrativas aparentemente descontroladas terminan por tener mucha más importancia de la que parece, y por determinar comportamientos en ocasiones marcadamente perjudiciales y sin sentido.

Lo mínimo que deberíamos plantearnos es, cuando leemos o escuchamos algo que nos sorprende o que de alguna manera "nos hace clic", es tratar de verificarlo antes de dedicarnos a difundirlo como si fuéramos vectores en una infección. Pero mucho me temo que eso, para muchos, es demasiado pedir. Jugar con rumores, con dimes, con diretes, con la irresponsabilidad y con el miedo al cambio resulta mucho más divertido. 

Decididamente, esta sociedad no se merece la ciencia que ha logrado desarrollar.