Si la pandemia está demostrando algo, es la capacidad de la ciencia para reaccionar y desarrollar remedios adecuados para acabar con ella. A medida que las campañas de vacunación avanzan, las cifras de reducción de la morbilidad y la mortalidad son cada vez más evidentes, y dejan completa y absolutamente en ridículo a los idiotas negacionistas que esgrimían teorías conspiranoicas absurdas.

Las vacunas son un milagro de la ciencia, y las más punteras, las basadas en ARN mensajero, son además extraordinariamente fáciles y baratas de fabricar.

La evidencia llega a tal punto que deberíamos, como sociedad, reflexionar sobre si podemos permitirnos el lujo de convivir con negacionistas y objetores de las vacunas. La libertad individual es una cosa, pero el negarse a cumplir las reglas mínimas que garantizan una convivencia en sociedad, evitar convertirse en un vector de infección para una pandemia que ha acabado con la vida de millones de personas, es otra muy diferente. 

Sinceramente, creo que un negacionista debería ser desterrado de la sociedad. Y dado que la pena de destierro hace mucho que no forma parte de nuestro ordenamiento jurídico, debería llevarse a cabo por la vía de los hechos: ¿te has negado a vacunarte por algún tipo de teoría conspiranoica completamente carente de base científica?: pues olvídate de ir a trabajar (¿de verdad pretendes poner en peligro a tus compañeros por tu estúpido negacionismo y tu elevada probabilidad de contagiarte?), de entrar en un lugar público, de viajar o de subirte a cualquier medio de transporte colectivo, de acceder al recinto de un estadio o espectáculo, etc.

Si decides esgrimir tu teórica libertad individual  para no vacunarte, el resto de la sociedad esgrimirá su derecho a excluirte para evitar males mayores y que andes por ahí con el riesgo irresponsable de contagiar a otros. 

La libertad individual es una cosa, pero el negarse a cumplir las reglas mínimas que garantizan una convivencia en sociedad, es otra muy diferente

Pero en el fondo, el negacionismo de la pandemia o de las vacunas no deja de ser uno de esos tristes "problemas del primer mundo": hay que ser tremendamente imbécil para, teniendo acceso a una vacuna ya probada en millones de personas y que ha demostrado reducir la probabilidad de contagio y de hospitalización al mínimo, negarse a recibirla.

Y que la sociedad no haga nada para evitar el peligro que representa convivir con esos imbéciles no hace más que demostrar lo absurda que se ha vuelto esa sociedad, que pretende anteponer unas supuestas libertades individuales al bienestar de todos. No, cuando se vive en sociedad, las libertades individuales no son ilimitadas.

En realidad, el verdadero problema no está en el primer mundo. Como las dramáticas imágenes y cifras en la India están demostrando, el problema está en los países en los que la posibilidad de negarse a recibir una vacuna resulta de por sí un lujo impensable.

En muchos países, la idea de mantener distancia social es sencillamente imposible, porque muy pocos viven o trabajan en entornos en los que eso sea posible. Lavarse las manos es un privilegio, porque muchos, simplemente, no tienen acceso a agua corriente.

Un confinamiento supone que, mientras dure, muchos carecerán de medios de subsistencia. En esos entornos, las preocupaciones no tienen que ver con estúpidos negacionismos, sino con la supervivencia. 

Pero el problema, por supuesto, no se restringe a los países en vías de desarrollo. La realidad es que sería extraordinariamente torpe plantearnos que nuestro planeta quedase únicamente "vacunado a medias".

Mientras no logremos vacunar a la población de todos los países en vías de desarrollo, estaremos simplemente esperando a que alguna nueva variante incubada en alguno de ellos vuelva a propagarse, poniendo a prueba la eficacia de las vacunas. 

Aún no hemos asimilado completamente la magnitud de los descubrimientos en materia de vacunas realizados durante la pandemia, y en particular, los relacionados con el uso del ARN mensajero.

Es perfectamente posible que estemos ya ante la posibilidad de una vacuna que pueda protegernos contra todos los coronavirus, virus del catarro común incluido, y contra muchas otras enfermedades contra las que hasta el momento no sabíamos luchar.

Cabe incluso la posibilidad de que seamos capaces de utilizar la misma técnica para que nuestro sistema inmune sea capaz de eliminar tumores cancerosos. Estamos ante una auténtica nueva frontera en salud pública. Tenemos los medios para ello. Ahora solo falta que sepamos utilizarlos correctamente.