En la inagotable fuente de inspiración que supone contar con una página web en la que escribo diariamente y en la que una pequeña cantidad de comentaristas me contestan, me encuentro una perla que me hace pensar: en respuesta a mis tesis sobre las virtudes de la educación online, una persona afirma que "un curso usando vídeos grabados y una web con tutorías y ejemplos es difícil que pase de los 500 euros", dejando clara en su estimación del precio el valor que adscribe a ese tipo de cursos. 

Estoy completamente de acuerdo con él: un curso basado únicamente en vídeos grabados y en una web con tutorías y ejemplos es difícil que valga más de 500 euros, y muchas veces, menos de eso.

El problema es que la idea de que la enseñanza online es "videos grabados y una web con tutorías y ejemplos" es un lugar común, un tópico, y en realidad, puede ser infinitamente más rica. En mi experiencia personal, la enseñanza online es algo que me cuesta mucho más trabajo producir e impartir que su equivalente presencial, y las discusiones, las interacciones y, en último término, el aprendizaje que en ella se producen no es que sea "un sustitutivo de la clase", sino que es generalmente mejor. 

La enseñanza online es algo que me cuesta mucho más trabajo producir e impartir que su equivalente presencial

Convencer al mundo de algo así es sumamente difícil. ¿Por qué? Porque durante la última década, cientos de instituciones han ofrecido formación online basada únicamente en "videos grabados y webs con tutorías y ejemplos".

De nuevo… ¿por qué? Sencillamente, porque ese tipo de esquemas permiten invertir una vez en el desarrollo de contenidos, pero rentabilizarlos muchísimas veces cada vez que un alumno opta por ellos: tan simple como que el alumno se matrícula, sigue una ruta sin intervención humana ni prácticamente costes implicados, y cuando termina, si termina, se acabó. En ocasiones, como elemento "de lujo", se le ofrece "un tutor personal", que no suele ser el autor de los contenidos originales. 

Las cosas no tienen que ser así. Y es más: mientras nos basemos en esa idea, en ese lugar común que afirma que "un curso online son vídeos grabados y una web con tutorías y ejemplos", no llegaremos a ningún sitio, y seguiremos empeñados en arriesgar la salud de los alumnos de todos los niveles porque nos parece que "tienen derecho a una educación de buen nivel", y no a un "triste sustituto online". 

Razonemos: ¿qué impide a un profesor diseñar una clase con materiales de preparación bien seleccionados que los alumnos deben leer, y después ofrecer o bien un foro en el que plantea preguntas y discute con los alumnos las respuestas, o una sesión bidireccional en vídeo similar a una clase presencial participativa, o incluso ambos? ¿Qué le impide utilizar, gracias a la mayor riqueza del medio online, más vídeos, lecturas, infografías o esquemas comentados, sin que ello se convierta en un "ahí están los enlaces, móntatelo como puedas"? 

Se puede hacer, y lo sé por experiencia. Funciona. ¿Por qué, entonces, tenemos que pensar en la educación online como en una forma de hacer dinero fácil, en lugar de plantearla como una manera de tener mejor comunicación y más contacto directo con los alumnos, y de ofrecerles una educación mejor adaptada, más individualizada, de más nivel y más satisfactoria? 

¿Por qué tenemos que pensar en la educación online como en una forma de hacer dinero fácil, en lugar de plantearla como una manera de tener mejor comunicación con los alumnos?

La respuesta es que no lo hacemos porque nos detienen una serie de lugares comunes, de tópicos y de malos entendidos sobre lo que es y lo que debería ser la enseñanza en red.

En realidad, y dados los medios adecuados - que obviamente no es algo sencillo, pero pueden conseguirse - profesores y alumnos pueden relacionarse en la red de manera mucho más completa y satisfactoria que en una clase física: el tiempo y los recursos para pensar una pregunta, para plantearla y para responderla es mayor cuando la clase no está vinculada a un lugar físico en el que, además, seguimos prácticamente utilizando la misma metodología que usaban nuestros bisabuelos. 

Lo sé: hay una parte social y grupal en el aprendizaje. Muchos de esos procesos se replican también espontáneamente en la red, porque los alumnos no dejan de hablar ni de verse cuando las clases terminan, y siguen en contacto mediante herramientas de todo tipo, desde mensajería instantánea hasta redes sociales.

Y para otras actividades sociales… ya habrá tiempo, cuando el simple hecho de ir a clase y encerrarse muchas horas en una habitación cerrada con veinte o treinta personas deje de ser, como tal, una actividad peligrosa. 

Una pandemia es un momento de disrupción en el que replantear muchas cosas. Los lugares comunes y las ideas preconcebidas nos llevan a un continuismo absurdo que  impide que lo hagamos. ¿Podemos plantearnos ser más ambiciosos?