Lo confieso: esta pasada Semana Santa, he vuelto a hacerlo. Una vez más, como hago muchas veces al año, he vuelto a coger mi coche eléctrico, y he viajado desde mi casa en Madrid hasta mi casa en A Coruña, unos seiscientos kilómetros, ida y vuelta.

En ambos casos he salido de mi casa por la mañana, tirando a tarde —como saben los que me siguen en mi página web personal, uno tiene la costumbre de intentar escribir un artículo preferentemente por la mañana antes de salir de casa— y he parado a comer en un sitio dotado con un supercargador, de esos que cada vez se ven más y de más compañías en las carreteras. En ambas ocasiones he cargado el coche en menos tiempo del que he tardado en comer, unos veinte o veinticinco minutos, y he seguido viaje hasta mi destino. Así, sin más problemas. Con total tranquilidad. Sin angustias ni ansiedad de ningún tipo.

¿Por qué lo digo así? Pues porque constantemente me encuentro con personas que me dicen que eso no puede ser y que además es imposible, o incluso que estoy mintiendo. Que esas recargas “tienen que tardar muchísimo más tiempo” (algunos hablan hasta de “varias horas”, aunque me da que no es por ningún tipo de experiencia propia, sino por eso de “me lo dijo el cuñado de un amigo”), que es tremendamente difícil encontrar cargadores, y que seguro que cuando llego están todos llenos y tengo que hacer una cola interminable, cosa que no me  ha ocurrido jamás en los más de cuatro años que hace que tengo este vehículo. Y por supuesto, que estaré todo el viaje angustiado pensando que en cualquier momento me voy a quedar tirado en medio de la carretera, cosa que tampoco me ha ocurrido —ni siquiera he estado cerca de ello— en ese mismo tiempo.

¿Por qué proliferan tanto los mitos absurdos y las mentiras injustificables sobre el vehículo eléctrico? ¿Qué lleva a personas supuestamente inteligentes a negar la evidencia y decir eso de “el coche eléctrico no sirve para viajar”, o a relatar imaginadas historias de horrores que, a poco que investigues, verás que no le pasaron a nadie nunca jamás (salvo a algún descerebrado de se dedique simplemente a desoír a propósito todas las advertencias que ofrece el vehículo)?

La tecnología de los vehículos eléctricos ha evolucionado tanto en los últimos años, que ahora, a pesar de tener un precio todavía algo superior (por poco tiempo), proporcionan por un lado una experiencia más barata que la de un vehículo de combustión si tenemos en cuenta el diferencial de coste de la carga en casa frente al precio del combustible, la práctica ausencia de mantenimiento, y las muy escasas averías. Pero los mitos siguen ahí, y siempre aparece el que te advierte eso de “¿eléctrico? ¡Uf, ya verás cuando le tengas que cambiar la batería!” (que por cierto, tras más de cuatro años de uso, sigue con su capacidad perfectamente inalterada).

La tecnología de los vehículos eléctricos ha evolucionado tanto en los últimos años

Dicho esto, hay cosas a mejorar. Por ejemplo, estaría muy bien que los cada vez más abundantes puntos de recarga de cada vez más compañías que hay en las carreteras estuviesen convenientemente señalizados y bien mantenidos, porque aunque yo tiendo a parar siempre en los de la propia marca de mi vehículo, que están estratégicamente situados y son razonablemente suficientes, tener más disponibles siempre incrementa los grados de libertad.

Si vas en coche, ves algunas estaciones de servicio señalizadas con iconos arcaicos que informan que tienen combustible de diversos tipos, incluso uno “verde” que es más falso que Judas, pero prácticamente ninguna indica la disponibilidad de cargadores, ni información sobre su potencia. Que sí, que lo puedes buscar en una app, pero que una cosa no quita la otra… una simple señal en la carretera no cuesta tanto.

También me extraña que las estaciones de servicio que las tienen no lo indiquen claramente, cuando un conductor de vehículo eléctrico, dado que tiende a planificar sus paradas y estas duran algo más que un simple llenado del tanque, tienden a gastar más, y a hacerlo además en categorías más rentables para el establecimiento.

Menos aún entiendo que las distintas compañías que montan estaciones de carga sean tan rematadamente descerebradas como para no proponer un mecanismo de onboarding sencillo, es decir, que no obligue al usuario a estar rellenando formularios como un idiota en lugar de simplemente llegar, enchufar y pagar. Eso de “¿de que modelo es tu vehículo?” (¿y a ti que coño te importa?); ese “dame el número, el PIN, el CVV y el certificado de cristiano viejo de tu tarjeta” con cien mecanismos de seguridad absurdos cuando se podría simplemente poner un maldito lector de tarjeta en el propio cargador; o ese genial “le enviaremos una tarjeta a su casa para que pueda recargar” cuando lo que quieres es recargar en ese momento, y no en el siguiente viaje… muchos de los responsables de las compañías que diseñan esa experiencia de usuario merecerían ser estrangulados lentamente con un cable de recarga.

Por último, también estaría bien que la marca de mi vehículo, que afirma tener como misión corporativa que cada vez haya más vehículos eléctricos en el mundo, incorporase también a su magnífica app las opciones de cargadores de otras compañías, ya que ha tenido a bien abrir los suyos a vehículos de otras marcas. Más que nada por eso de dar más opciones, que aunque pueda vivir sin ellas, siempre prefiero tenerlas más a mano.

Pero más allá de eso, como propietario de un vehículo que no solo me ofrece todo eso, sino que además me da una experiencia de conducción inenarrablemente más divertida por mucho menos dinero, con una aceleración que recuerda más a la de un avión que a la de un coche y al que además únicamente le he tenido que cambiar las ruedas y un filtro de aire en más de cuatro años, me siento enormemente afortunado por ser capaz de llevar a cabo todos esos “viajes imposibles”. La verdad es que no sé cómo lo hago… debo de ser un crack.

***Enrique Dans es Profesor de Innovación en IE University.