En su visita a China, la Secretaria del Tesoro estadounidense, Janet Yellen, ha afirmado que su país baraja la imposición de fuertes aranceles a las exportaciones chinas de productos como vehículos eléctricos, paneles solares o baterías de litio, debido a que “China es simplemente demasiado grande para que el resto del mundo absorba esta enorme capacidad”. Según la economista norteamericana, “cuando el mercado global se ve inundado de productos chinos artificialmente baratos, la viabilidad de las empresas estadounidenses y extranjeras se pone en duda”. 

El problema, claro, va un poco más allá de una pretendida “justicia histórica”. Aunque China es, de largo, el líder absoluto en emisiones de dióxido de carbono y gases de efecto invernadero, los problemas que vivimos se deben, fundamentalmente, a las acciones históricas de territorios como los Estados Unidos o Europa, que son los que fundamentalmente nos trajeron hasta donde estamos y lo utilizaron para situarse, en distintos momentos históricos, como líderes económicos mundiales. 

Ahora, China — e India en menor medida — tienen una estrategia trazada que pasa por desarrollarse incrementando sus emisiones hasta alcanzar su máximo en torno al año 2030, en el caso de la primera, o incluso más allá en el de la segunda, con todo lo que ello conlleva a nivel global. Y claro, cuando las advertencias para que detengas tu desarrollo vienen precisamente de quienes, con el suyo, lo hicieron evolucionar hasta la peligrosa situación actual, los planteamientos de justicia planetaria se vuelven sumamente complejos. 

Por otro lado, la escalada de producción de China está precisamente en los productos que el mundo necesita para lograr rebajar sus emisiones: vehículos eléctricos, paneles solares y baterías. Cada uno de esos productos tiene, y no seamos tan ignorantes como para pretender negarlo, efectos netos positivos sobre las emisiones: por supuesto que producir un vehículo eléctrico, un panel solar o una batería genera emisiones, pero está fuera de toda duda que a lo largo de su ciclo de vida, ahorra muchas más emisiones de las que genera su fabricación, dando lugar a un efecto neto positivo. 

Hace tiempo que los datos pusieron en su sitio a los ignorantes que pretendían que un vehículo eléctrico provocaba generaba en su fabricación y carga más emisiones de las que ahorraba al no tener que quemar nada para moverse: incluso en el país que más contamina de Europa para producir su electricidad, Polonia, el balance de un vehículo eléctrico es netamente positivo. 

La escalada de producción de China está precisamente en los productos que el mundo necesita para lograr rebajar sus emisiones: vehículos eléctricos, paneles solares y baterías

Lo que China argumenta es que, aunque su ciclo lleva algo de retraso porque su entrada en el mundo desarrollado ha sido más tardía, su contribución industrial es fundamental y necesaria para que la descarbonización del mundo se lleve a cabo a tiempo. Algo discutible, pero indudable si vemos la actitud de las compañías norteamericanas, o europeas, que prefieren claramente ralentizar su evolución. 

El sector automoción es buena prueba de ello: mientras China se convierte en la potencia mundial absoluta en vehículos eléctricos, Europa y Estados Unidos, con la evidente excepción de Tesla, juegan al avance lento y prefieren hacer lobby para posponer las fechas límite y la aplicación de niveles de emisiones más bajos. China contamina más, indudablemente, pero los productos que fabrica y vende al resto del mundo generan importantes ahorros de emisiones, algo que no se puede decir de unos Estados Unidos o una Unión Europea cuyos fabricantes, por lo general, se dedican a ralentizar descaradamente su descarbonización y a tratar de seguir vendiendo básicamente lo mismo que vendían hace años, o a hacernos trampas al solitario con unos vehículos híbridos que circulan como vehículos de combustión la mayor parte del tiempo. 

¿Tiene sentido sancionar a China con fuertes barreras arancelarias por convertirse en el motor de la descarbonización del mundo, a costa de cimentar un fuerte desarrollo económico y de incrementar fuertemente sus emisiones, con la vista puesta en un descenso algo más tardío, a partir de 2030? 

¿Es acaso lógico castigar a China por convertirse en el motor de la descarbonización del mundo vendiendo más vehículos eléctricos, paneles solares y baterías que nadie, aún a costa de contaminar durante más tiempo? ¿Tiene sentido castigar a China con aranceles por convertirse en el verdadero motor de la descarbonización del mundo, aún a costa de contaminar más durante algunos años?

¿Qué preferimos? ¿La alternativa de muchas empresas estadounidenses o europeas de no hacer nada y dedicarse a hacer lobby para que todo siga igual el mayor tiempo posible? ¿Qué queremos? ¿Susto o muerte? 

***Enrique Dans es Profesor de Innovación en IE University.