A medida que las cifras de la pandemia en España se disparan muy por encima de la media europea, reflejando la que posiblemente sea una de las peores gestiones del tema en todo el mundo, tres temas me llaman poderosamente la atención: el primero, la aparente imposibilidad, puesta de manifiesto por la totalidad de los investigadores, de obtener del Gobierno cifras fiables sobre contagios y muertes.

El segundo, la supuestamente enorme dificultad para hacer algo tan aparentemente sencillo como lanzar en todo el país una app de trazabilidad. Y el tercero, la ausencia de directrices adecuadas y generalmente aceptadas sobre la vuelta a clase y a la actividad docente.

¿Qué ocurre en España, decimotercer país del mundo por producto interior bruto (o  decimoséptimo, si lo ajustamos por paridad de poder adquisitivo), según la OCDE, que lleva a que algo tan primario y evidente como contar casos declarados de covid-19, o algo tan definitivo como número de fallecidos, se convierta en una tarea imposible, y se termine ofreciendo la imagen patética de un país subdesarrollado que desconoce lo que ocurre a sus ciudadanos en sus infraestructuras? 

¿Cómo es posible que la Sanidad de un país que ha sido considerado habitualmente entre los más punteros del mundo sea tan profundamente ineficiente a la hora de reportar cifras? ¿Qué impide registrar y computar en tiempo real el hecho de que una persona, con una identidad definida e inequívoca, dé positivo en una prueba diagnóstica, sea ingresado en un hospital, acceda a una unidad de cuidados intensivos, o fallezca? 

¿Cómo es posible que la Sanidad de un país que ha sido considerado entre los más punteros del mundo sea tan ineficiente a la hora de reportar cifras?

¿Por qué razón es inviable obtener en condiciones razonables, en tiempo y forma, una cifra global que refleje el número total de infectados o fallecidos en el país? ¿Que extraño fenómeno hace que los investigadores y científicos de datos tengan que devanarse los sesos y dejarse las pestañas tratando de encontrar indicadores que les permitan construir unas series temporales mínimamente fiables sobre la evolución de la pandemia? 

El despliegue de la app de trazabilidad es algo que, como docente y profesional de los sistemas de información, también me fascina. Tras tardar muchísimo tiempo en desarrollarla, simplemente porque quienes se encargan de gestionar la crisis derivada de la pandemia - los mismos que afirmaban que "las mascarillas no sirven para nada" - manifestaban "no creer en ello", en lo que supone una auténtica declaración de cuñadismo y pensamiento retrógrado que sería completamente inaceptable en cualquier parte del mundo civilizado, resulta que ahora, que ya tenemos la app desarrollada, el problema es… que no somos capaces de poner en marcha su adopción e implantación en todo el territorio nacional, y debemos esperar semanas antes de que sea realmente funcional.

Resulta que ahora, que ya tenemos la app desarrollada, el problema es… que no somos capaces de poner en marcha su adopción e implantación en todo el territorio nacional

¿Qué decir de la vuelta a clase? Un proceso complejo, cuya dificultad ya ha sido comprobada de manera fehaciente por muchos países que inician ese proceso todos los años con anterioridad al nuestro, y del que, además, dependen cuestiones como la evolución de las infecciones o la posibilidad de que los padres y madres puedan volver a trabajar.  Y a pesar de su importancia, nuestro país no ha sido capaz de generar unas directrices que tengan en cuenta los resultados de las últimas investigaciones - que afirman, entre otras cosas, que las estimaciones de distancia social necesaria para evitar las infecciones o la capacidad de los niños para transmitir la enfermedad estaban dramáticamente mal calculadas - y puedan presentarse como un criterio verdaderamente sólido y procedente de expertos. 

¿Por qué pasan estas cosas en un país supuestamente civilizado? La razón es una y solo una: el estado de las autonomías y su planteamiento de transferencias en materias como la Sanidad o la Educación. Si alguien mínimamente cabal es capaz de citarme algún efecto positivo derivado de esas transferencias, que levante la mano.

Pero además, en la situación actual, resulta que todos y cada uno de los elementos en esa galería de desastres que hemos comentado provienen exactamente de lo mismo: de un sistema que nos ha llevado a algo tan absolutamente ineficiente y demencial como a tener 17 sistemas de salud, preocupados de cualquier cosa menos de mantener una interconexión razonable en tiempo real, o 17 sistemas de educación con sus múltiples responsables y sus muy variadas prioridades.

Que algo así suceda en un país presuntamente civilizado es sencillamente de locos, y tiene como consecuencia lo que estamos viviendo: que ante una amenaza global como una pandemia, seamos incapaces de reaccionar como lo haría un país razonablemente eficiente y coordinado. 

No soy quien para cuestionar un Estado de las autonomías consagrado en la Constitución de mi país, votada mayoritariamente en 1978. Pero cada vez que veamos el espectáculo lamentable que estamos dando con la gestión de la pandemia a nivel internacional, planteémonos cuál es la razón por la que nos pasan estas cosas. Es, simplemente, una cuestión de sistemas de información. O más bien, de falta de ellos.