
Guillermo Gortázar fue secretario de Formación en tiempo de José María Aznar. Es historiador y escritor.
Guillermo Gortázar: "Feijóo no dará gato por liebre. Sabe lo sensibilizada que está la gente tras la deriva del sanchismo"
"Ayuso tendrá su oportunidad. Es mucho más joven que Feijóo y su liderazgo es evidente".
"Casi nadie tiene acceso a los puestos de dirección si no es pasando por Nuevas Generaciones. Resulta tremendo. El partido debe abrirse a la sociedad civil".
"Es esencial que, en este congreso del PP, Feijóo transmita un mensaje de reforma muy potente que lo aleje de Rajoy".
Le ha regalado su último libro al padre Feijóo. Ha conseguido que la tesis que en él esboza brote en los periódicos y en las radios como una posibilidad. Está fuera del partido, pero conoce a los veteranos del partido. Ha logrado una corriente de influencia en un momento clave –el Congreso del PP– y por eso hemos venido a verle.
Un momento, un momento.
Hemos intentado venir a verle. Porque nos ha citado en una especie de club que frecuentan los lords españoles con pinta de lords ingleses y aquí se debe entrar con corbata.
Negocia nuestro entrevistado con el botones, que lleva un uniforme que sólo habíamos visto en Downton Abbey y nos deja pasar. En el fondo, nos molesta. Estamos entrando gracias a la presunción de vestimenta ordinaria que se le atribuye al periodista de hoy.
Subimos una escalera de caracol con nuestro invitado. Nos va contando, mientras nos agarramos a las barandillas y tropezamos con la moqueta, que frecuentó la izquierda comunista cuando tenía veinte años, que luego se hizo liberal, que se doctoró en Estados Unidos y que, en los noventa, Aznar lo fichó como secretario de Formación Nacional.
Dejó el partido cuando Aznar eligió a Rajoy igual que Franco eligió a Carrero. Cundió en él la desesperanza. Ya incubaba la tesis que ahora acaba de publicar en “El cesarismo presidencial” (Editorial Renacimiento, 2025): el sistema español es, por su nombre, una monarquía parlamentaria; pero es en la práctica una monarquía presidencial.
Todos los presidentes, empezando por Suárez y acabando por Sánchez, han ido reformando el sistema en una dirección: la neutralización de las instituciones diseñadas para controlar al Gobierno.
Él, que es un soñador, y que por eso lleva pañuelo en la solapa y nos trata como si fuéramos hijos de Pulitzer, sueña con esa monarquía parlamentaria original. Con un presidente que se llame primer ministro y que no pisotee los otros dos poderes: el legislativo y el judicial. Con un presidente que no se comporte como si fuera un jefe de Estado.
Y esta tesis –la de cambiar el nombre de “presidente” por el de “primer ministro”, además de exigir que se abandone Moncloa como residencia oficial– es la que ha recomendado al padre Feijóo.
Se llama Guillermo Gortázar (Vitoria, 1951), fue diputado entre 1993 y 2001. Sus libros anteriores de más éxito son una biografía de Romanones y un análisis de la Guerra Civil en San Sebastián, en cuyo título palpita la ironía de este hombre de pelo canoso, peinado a lo Ken Follett: “Un veraneo de muerte”.
Aquí, todo tiene pinta de estar de muerte. Entrevemos, al otro lado de las cortinas, en una sala contigua, un comedor de esos donde los platos se sirven cubiertos por un biombo de plata.
También tienen que estar de muerte los ratos de lectura junto a la chimenea. O las vistas en este balcón donde a uno, sin vocación militar, le entran ganas de saludar a las tropas.
Don Guillermo, perdón, Lord Guillermo, se sienta en un sillón y se hunde. Está totalmente hundido. Los cojines, aparentemente mullidos, parecen conectar vía subterránea con esa España del XIX que tanto le gusta.
Más que una entrevista, por el escenario, parece una tertulia. Van a ir apareciendo los asuntos en los que sigue teniendo voz, pero no voto. La encrucijada del centro-derecha. La difícil conllevancia entre liberalismo y conservadurismo. El camino para intentar alcanzar la presidencia. La relación con Vox. El difícil binomio Feijóo-Ayuso. Y tantas cosas. Tanto PP por analizar.

Guillermo Gortázar, antes de la entrevista con EL ESPAÑOL.
Una posible llegada al poder
El encarcelamiento de Santos Cerdán ha incrementado mucho en los últimos días las expectativas del PP. Sánchez sigue sosteniendo que no dimite. ¿Hasta dónde debe llegar Feijóo en los ofrecimientos a PNV, Junts y el resto de socios para una moción de censura? ¿Debe ser una línea roja la reunión con Puigdemont en Waterloo?
Si el PP acude a una reunión con Puigdemont en Waterloo, sería un suicidio político. No creo que Feijóo esté tan loco como para hacerlo. Creo que el final político de Sánchez va a provenir de su partido, y no de sus socios, que van a hacer todo lo posible por exprimirlo al máximo. Si las revelaciones continúan y Sánchez no se mueve, el partido podría romperse. También el grupo parlamentario socialista.
Felipe González le dijo a Alsina que no puede votar al PSOE de Sánchez. ¿Cree que el propio González y los socialistas de su generación pueden acabar votando al PP con tal de desalojar a Sánchez de la Moncloa? Los odios fraternos son mucho más peligrosos que los odios entre adversarios.
Felipe González jamás votará al PP. Conozco bien al socialismo de aquel tiempo. Podría contar cantidad de anécdotas. Javier Pradera, en el 96, me contó que, habida cuenta del agotamiento del felipismo, se abstendría en las generales de aquel año. En ese proceso, se produjo un vaciado de votos del PSOE, que permitió la llegada al Gobierno del PP.
Todavía no hay encuestas que otorguen al PP la posibilidad de gobernar sin una negociación con Abascal. ¿Y si la extrema derecha quiere entrar en el Gobierno? ¿Y si lo exigen como requisito ineludible?
El PP debe trazar sus pactos con partidos leales a la Constitución. Ese no es el caso del PNV ni de Junts. Pero sí es el caso de Vox.
Eso es asumir que el PP sólo puede pactar con Vox. La ponencia política del partido para este Congreso, en cambio, no establece cordones sanitarios y es lo suficientemente ambigua como para permitir pactos a ambos lados.
Vox no busca la división de España.
Pero no creen en el Estado Autonómico, que es una de las columnas de la Constitución.
Sólo impulsaría ese cambio con una mayoría constitucional, no a través de la fuerza o la ruptura. Para mí, es un partido plenamente constitucional. Es sorprendente que al PP se le hagan críticas por la posibilidad de este pacto teniendo en cuenta los pactos que hace el PSOE. Los nacionalistas periféricos deberían estar al margen de la gobernabilidad de España. No hay que tener complejo en decirlo.
Cuando Rajoy invitó a irse a los liberales y los conservadores, nacieron Ciudadanos y Vox. Feijóo está intentando rescatar aquello que se llamaba "la casa común" porque no quiere la alianza con Abascal. Es un problema casi teológico, pero en la práctica, ¿cómo se resuelve? Usted fue secretario de formación nacional.
Es difícil hacer predicciones a largo plazo, pero creo que a corto plazo la división entre el PP y Vox lleva camino de consolidarse. Eso nos devuelve al inicio de la Transición, donde existían UCD y Alianza Popular. Las dos siglas recogen un electorado muy amplio. La suma de los dos proyectos puede conformar una alternativa, espero que moderada, a la socialdemocracia.
Pese a la irrupción de Vox, en el PP conviven, con mucha dificultad, conservadores y liberales. A los liberales les generan mucha distancia las reivindicaciones de Vox en materia de aborto, eutanasia, colectivo LGTBI, inmigración…
Les inquietará lo que sea, pero siempre será mejor gobernar con Vox que permanecer en la oposición. Todo depende de la negociación que se haga. Vox no va a imponer el 100% de sus políticas. Del mismo modo, habrá que asumir que, en ese contexto, el PP no podría imponer todas las suyas.

Gortázar es autor de varios libros relacionados con la historia de España de los siglos XIX y XX.
Feijóo-Ayuso
¿Cómo analiza el binomio Feijóo-Ayuso, que a veces es de difícil convivencia? En este caso, han enterrado el hacha de guerra.
Si el PP muestra cualquier símbolo de división interna en este Congreso, sería un error mayúsculo. Estoy convencido de que ni Feijóo ni Ayuso van a cometer ese error. Va a ser un Congreso de unidad y esperanza.
¿Qué sensación le genera Feijóo?
Moderación, institucionalidad. Me parece adecuado para bajar la tensión que padecemos hoy en España. Ojalá su programa de reformas sea de verdad.
¿Y Ayuso?
Su liderazgo es evidente y tiene un futuro más allá de Madrid. Feijóo es más mayor que ella. Ya tendrá su oportunidad.
Inicialmente, en el camino a este Congreso, discreparon sobre las primarias: Feijóo quería el modelo de compromisarios y Ayuso el de “un militante, un voto”.
Tengo cierta experiencia de aparato. Estando dentro, me dediqué a estudiar el funcionamiento de los compromisarios. Y no son libres. Aunque llegan a su cargo a través de votaciones, son cooptados en la práctica por el liderazgo.
Concrete.
El aparato determina quién es el compromisario y, a partir de ahí, el presidente provincial dispone de los votos de los compromisarios a su voluntad. Por tanto, hay cuotas y los presidentes regionales son los verdaderos depositarios de los votos de los compromisarios.
Pero los militantes de base eligen a los compromisarios, ¿no?
Sí, pero los que se presentan en contra del aparato están perdidos. Porque el presidente provincial es el que tiene los teléfonos, los correos, las amistades… Siempre sale el compromisario que decide el aparato.
Usted prefiere las primarias radicales, las de “un militante-un voto”.
En el PP, sólo ha habido dos momentos rupturistas y democráticos. Cuando Hernández-Mancha ganó al oficialista Herrero de Miñón y cuando Casado ganó a Soraya.
Pero a Hernández-Mancha lo eligieron los compromisarios. Con Casado hubo un sistema mixto: primera vuelta de militantes y segunda vuelta de compromisarios.
Hernández-Mancha fue una sorpresa, es cierto. Ganó gracias a su empuje en Andalucía. En aquel momento, donde el partido no era fuerte, una región del tamaño de Andalucía podía ser determinante.
Y Casado…
Otra sorpresa. Rajoy, que se pasaba el día diciendo en público que no quería saber nada, se pasaba horas y horas llamando para que la gente apoyara a Soraya. Déjenme que insista en una cosa.
Diga.
¿Qué sentido tiene que los militantes digan primero una cosa y luego los compromisarios tengan la oportunidad de enmendarla? La democracia dentro de un partido político es una de las asignaturas pendientes más difíciles del sistema. Es un equilibrio terriblemente complicado de alcanzar.
El aparato
Igual que el PSOE, aunque hoy no con la misma intensidad, el PP es un “politburó soviético”.
Sí. Eso es importante para analizar el funcionamiento de cualquier partido. Es llamativo porque los comités ejecutivos, en teoría, nacen de los militantes. Pero lo que sucede es que la dirección elige al comité ejecutivo para que no ejerza labores de control sobre el líder y su núcleo duro.
Da un dato escalofriante: todos los presidentes autonómicos del PP, salvo María Guardiola, proceden de las Nuevas Generaciones. Dice mucho de la política.
Es tremendo, sí. Describe la endogamia que caracteriza a los partidos y la escasa o nula participación de la sociedad civil en la política. Nadie, o casi nadie, tiene acceso en este partido o en otros a los puestos de la dirección si no es accediendo desde las Nuevas Generaciones. Ojo, no digo que estos políticos no tengan buenas intenciones. Ni siquiera les niego que sean buenos políticos. Pero tiene que haber un equilibrio.
¿Qué son los corchos?
Los corchos son esos políticos que se arriman al que manda o al que creen que va a ascender. Siempre los ha habido, pero hoy son muchísimos. Están flotando en el PP y en el PSOE.

Guillermo Gortázar responde a las preguntas de Daniel Ramírez.
¿Qué le parecen los nuevos protagonistas del comité de dirección? Cuca Gamarra da paso a Miguel Tellado como secretario general. Y Esther Muñoz, portavoz en el Congreso.
Es difícil tener criterio sobre personas a las que no conozco directamente. Creo conveniente que el PP se abra a la sociedad y admita gente que no ha estado en la política habitualmente.
Dice en sus análisis que el político que más influyó filosóficamente en el PP fue Fernández de la Mora, un intelectual del franquismo, y que eso explica la dificultad del liberalismo para prosperar dentro.
Fernández de la Mora era un tipo honrado, un gran político, un tipo con mucha cabeza. Pero no creía en la democracia liberal. Tenía un concepto de despotismo ilustrado: de eficacia en la gestión, sobre todo en las obras públicas. Eso ha tenido su tradición en políticos como Rajoy. En Aznar, no, porque es un atlantista, liberal en algunas cuestiones.
¿Y Feijóo? ¿Es de esa tradición?
Corre el riesgo de recoger esa herencia. Lo que pasa es que hoy la opinión pública, debido a la deriva del sanchismo, está muy sensibilizada con la colonización de las instituciones y la necesidad de reformas. Creo que Feijóo lo sabe y que no dará gato por liebre. Es esencial que Feijóo transmita un mensaje de reforma muy potente que lo aleje de lo que fue Rajoy.
La corrupción
Dice en su último libro que la corrupción en España es, en realidad, “cleptomanía”.
En este sistema tan presidencialista, el Gobierno controla supuestamente todo, pero no es cierto debido a los innumerables contratos que concede la Administración pública: local, diputaciones, autonomías, ministerios… O se modifica el sistema, o Feijóo tendrá también casos de corrupción.
¿En qué sentido habría que hacer esas modificaciones?
Penalizando a los corruptores. Aquí siempre se habla de los corruptos, pero no de las empresas corruptoras. Que sepan que esas acciones tienen grandes riesgos. En segundo lugar, hay que convertir a los militantes y cuadros de los partidos en denunciantes, y no en cómplices, que es lo que son hoy cuando salta un caso. Como hizo Merkel.
¿Qué hizo Merkel?
El canciller Kohl, un personaje sagrado por la reunificación alemana, recibió una pequeña ayuda fraudulenta para unas elecciones. Lejos de taparlo, Merkel, que era su compañera de partido, lo denunció. Kohl se vio obligado a dimitir.
La mutación de la monarquía parlamentaria
Muchos políticos de su generación achacan a la Constitución las crisis que hoy carcomen el sistema: la territorial, la de los partidos… Usted no está de acuerdo.
No. La Constitución no es la responsable de la deriva del sistema estrenado en 1978. La responsabilidad, a mi juicio, recae en la deslealtad de los nacionalismos y en la desmedida concentración de poder en el gobierno provocada por los distintos presidentes.
Duró muy poco, según usted, la monarquía parlamentaria diseñada en el 78.
Aunque el sistema buscado fue la monarquía parlamentaria, Suárez heredó del franquismo el concepto de unidad del poder. Esa tradición ha venido imperando desde entonces. Una tradición caudillista según la cual el gobierno es absolutamente decisivo.
Gortázar menciona aquí, en la génesis del apocalipsis, dos decisiones “desastrosas”. Una de los padres de la Constitución. Otra de Suárez. La denominación de “presidente del Gobierno” en lugar de “primer ministro”. Y el traslado de la Presidencia a Moncloa.
Luego vino, para apuntalar el cóctel, la ley electoral, que con la asignación de las provincias como circunscripciones y las listas cerradas entregó a los jefes de los partidos el control absoluto de los diputados. El control del ejecutivo sobre el legislativo.

Gortázar posa con su último libro: 'El cesarismo presidencial'.
Gortázar nos cuenta que un diputado del PP amigo suyo, cuando iba a ver a Aznar, decía: “Voy a ver a mi elector”. Porque, en el fondo, a ese diputado lo había elegido Aznar, y no los votantes de su provincia.
No hay en esta España ningún tipo de tejido político-social que vincule a los diputados con sus electores, pero hay un cordón umbilical muy nítido que vincula a los diputados con su único elector: el líder de su organización.
En el propio Congreso –sigue Gortázar por este camino, luego volveremos a lo del “primer ministro”–, se desarrolló un reglamento que concede al presidente la preponderancia, ¡siempre!, sobre el legislativo: intervenciones sin límite de tiempo, control de la Mesa y, por tanto, del calendario; control de la Presidencia de la Cámara…
Estábamos en lo del traslado de la residencia del presidente del Gobierno a Moncloa. Corría 1976 y Suárez, que seguía viviendo en su chalé de Puerta de Hierro, se trasladaba por las mañanas a la sede oficial del Paseo de la Castellana, 3. Un palacio digno, muy bonito, de los que inundaban esa recta de Madrid hasta que la especulación la devoró.
Suárez arguyó motivos de seguridad para mudar la residencia oficial a Moncloa, hasta donde hacía muy poco –nos contó Fernando Ónega– habían habitado unos ingenieros agrónomos del Estado que hacían orgías de vez en cuando.
Alfonso Osorio, ministro de la Presidencia, le recomendó que no lo hiciera, pero Suárez no tuvo en cuenta el consejo. Gortázar sostiene que la seguridad de Castellana se podría haber garantizado igual que se garantiza la del pequeño chalé de Downing Street donde viven los premiers británicos. O igual que la del actual Ministerio de Defensa, justo al lado de donde estuvo la Presidencia.
Esto, que puede parecer una anécdota, tiene un valor sustancial para Gortázar porque “opera en la cabeza de los presidentes” como un estupefaciente del poder: el que llega allí olvida ipso facto que representa transitoriamente uno de los tres poderes del Estado. Se siente, de pronto, el Estado en sí.
Y más hoy, cuando Moncloa aloja toda una ciudad de asesores y estrategas dedicados al culto al líder.
Fraga y Cisneros, muy british en aquel momento, también preocupados por lo simbólico, fueron los dos padres de la Constitución que propusieron el nombre de “primer ministro” para el cargo. Una corriente ahora rescatada por Gortázar, que se lo pide al padre Feijóo y que lo extiende por todas las tertulias que puede.
Entonces, el tópico “síndrome de la Moncloa” es automático, como una inyección. Por el nombre del cargo y por el lugar de residencia.
Para mí, no existe tal síndrome. Es “la locura de Moncloa”. El síndrome es una teoría que dibuja presidentes que se aíslan poco a poco hasta acabar recluidos en un búnker. A mi juicio, el inquilino pierde la cabeza en cuanto se instala en esa especie de Ciudad Prohibida que es Moncloa.
A Gortázar, que ha conocido Moncloa en diversas ocasiones, le subleva la decoración. Sí, los cuadros, las esculturas, el mobiliario… Muy thatcheriano, compara los pequeños salones de Downing Street con los grandes espacios de nuestro palacio.
En Reino Unido, lucen distintos cuadros que relatan la historia del país. En España, no hay simbología dentro del palacio presidencial que relate nuestros episodios nacionales: “Todo es como de Ikea, de Joan Miró. Llegas ahí y puedes estar lo mismo en Suiza o Suecia que en Madrid”.
Por seguir con lo simbólico: más allá de la armadura legal que da esa preeminencia al presidente, está una voluntad suplantadora deliberativa.
Sí, los presidentes han suplantado funciones del jefe del Estado. Todos. Por ejemplo, recibiendo a jefes del Estado de otros países y sus familias, como si fueran el Rey. O colocándose al lado del Rey, como saludadores, en las recepciones oficiales. ¡El primer ministro tiene que ser saludado por el jefe del Estado, no acompañarlo!
Gortázar emplea el término “diarquía”, donde la presidencia y la monarquía comparten, en la práctica, la jefatura del Estado.
Como sosteniendo una ametralladora, menciona todos los puntos del sistema que habría que reformar para rescatar la monarquía parlamentaria. Todas las atribuciones del presidente que convendría poner en otras manos: el control del Tribunal Constitucional, el control del CGPJ, la ley electoral y los nombramientos de las instituciones públicas.