José María Aznar, expresidente del Gobierno entre 1996 y 2004, en un contraluz.
Un "desamor atlántico": cómo Aznar se convirtió en el más 'antiTrump' del PP para "anular" la propaganda de Sánchez
Desde que Trump se presentó por primera vez a la presidencia, Aznar ha buscado erosionar la imagen del magnate en España. "No es conservadurismo, es populismo temerario", concluyen sus editoriales.
La posición geopolítica del expresidente impide que Sánchez vincule al PP con Trump y la "internacional reaccionaria".
Más información. Aznar: "Es difícil traicionar más que Sánchez. Habría que preguntarle si yo soy uno de los señores de los puros".
Aznar se redujo a sí mismo y para siempre la jornada laboral en 2004: jubilado de la profesión que más le gustaba, la política, a los 51 años. Prometió no presentarse más a las elecciones. Lo hizo cuando, todavía lejos el 11-M, quizá habría podido seguir gobernando. El dato es un aldabonazo en la costumbre si se compara con los mandatos voraces que enlazaba González y los que ahora pretende enlazar Sánchez. Desde entonces, Aznar se dedica al "atlantismo".
Entre libros de Historia, fotos de Reagan y retratos de Thatcher, soñaba con que el atlantismo era eterno, ¡por el atlantismo hacia Dios!, impermeable a cualquier redifinición del orden mundial.
Aznar entiende por "atlantismo" la cooperación entre los países de América del Norte y Europa a través de la OTAN –con Estados Unidos a la cabeza– para garantizar la seguridad colectiva y la supervivencia de las sociedades occidentales. Hasta que llegó Trump.
Cuentan quienes mejor conocen a Aznar que hay que andar con cuidado. Aznar no es un hombre muy expansivo, pero si está con ganas y te pilla por banda, "te mete una clase de atlantismo igual que Anson te mete una de monarquía". Es su obsesión. El atlantismo. Por decirlo con la terminología católica que él practica, el apostolado del atlantismo.
Y ahí reside el misterio del volantazo político de esta semana: Aznar, convertido en el más 'antitrumpista' del PP. Aznar, más ácido y contundente en el antitrumpismo que la izquierda. Aznar, dispuesto a todo para que la política española no se impregne de Trump.
En realidad, lo que ha ocurrido tiene que ver con lo "viral". El último editorial de Faes, titulado "Brazos en alto", se viralizó en redes sociales y en periódicos más cercanos a la oposición. Los actores mediáticos de la izquierda lo difundieron con más cuidado. El furibundo alegato de Aznar contra el presidente de los Estados Unidos desmontaba la consigna de Moncloa. Con esa lluvia de calificativos, ¿cómo va a asociar Sánchez ahora al PP con Trump? ¿Cómo va a vincular Sánchez a Feijóo con Abascal?
El editorial de Faes no era una novedad. A través del atlantismo –luego lo explicamos con más detalle–, Aznar ha sido fieramente antitrumpista desde que supo de la existencia de Trump. Advirtió de los riesgos del cliente de Stormy Daniels –así lo llama– nada más llegar a la presidencia por primera vez. Lo atacó por el asalto al Capitolio, lo criticó por desmembrar el legado del Partido Republicano y lo maldice cada día, como en un credo a la defensiva, por promover la aparición de las autocracias en Europa.
Aznar es un huérfano de atlantismo que pasea por el mundo como si Elon Musk hubiera traído Marte a la tierra y no reconoce ni el pato asado de Horcher. Mira a Estados Unidos y no comprende. O sí comprende. Y por eso ha puesto su maquinaria a funcionar. Es el Aznar que puso los pies sobre la mesa en las Azores cuando el atlantismo se le fue de las manos. Está disfrutando en su ataque utópico a Trump... porque cornea con mucho realismo a Sánchez.
Sin embargo, como siempre sucede en una política tan polarizada, las tomas de posición vehementes entrañan un coste de oportunidad. Es lo de la sábana. Pegas un tirón para arroparte por un lado y te destapas por el otro. En este caso, los que van a pasar frío serán los barones del PP que necesitan a Vox para cuadrar los Presupuestos, para sacar adelante leyes reseñables.
Si en palabras de Aznar –uno de los oráculos del PP más conservador–, Trump es un "populista temerario" que amenaza con plegarse a la "Santa Rusia", ¿con quién estarán pactando Carlos Mazón, Jorge Azcón o María Guardiola? ¿Es conveniente pactar con alguien así? Ahí, por contrapartida, sí estaría dando una baza a la izquierda. Aznar, por si acaso, recuerda que hoy los pactos son "inexistentes" y las coaliciones "imaginarias".
Moncloa y Aznar
Una de las consignas más reenviadas por los fontaneros de Moncloa se titula "quien pueda hacer, que haga". Lo dijo Aznar literalmente, es verdad. Lo dijo así, a su manera, dura y castellana, con deje un tanto castrense, para pedir a intelectuales, escritores, cineastas y políticos que resistieran a lo que él llama "sanchismo". Pero en ningún momento llamó a subvertir el orden constitucional, que es lo que dice Moncloa que dijo Aznar.
José María Aznar, al que para ir al hilo de los tiempos podrían rebautizar "Imanol", como firmaba su abuelo cuando era nacionalista, es desde hace años el icono de la "ultraderecha" que Sánchez quiere descubrir en el PP. Es una cuestión de descarte. Aznar da miedo, es una especie de Darth Vader. Rajoy y Feijóo... no dan el perfil.
Ironizando sobre esto último, cuando entrevistamos a Aznar por última vez, nos dijo a contraluz –movía muy poco los labios y daba miedo de verdad, parecía Darth Vader– que le preguntáramos a Sánchez si él era uno de "los señores de los puros".
Se nos ha olvidado lo de los puros porque Moncloa lanza muchas más consignas que leyes, pero hubo un tiempo en que Sánchez dibujó un grupo de señores con puros que estaban buscando dar un golpe de Estado para derrocarlo. Ahí, en medio de esa densa humareda, estaba Aznar. Encendiendo un puro tras otro en el imaginario de Moncloa.
Escapamos a tiempo de la clase de atlantismo, ¡hasta ha montado un Instituto Atlántico para la chavalería!, pero entre los papeles que inundaban las estanterías de la oficina de Faes, a pocos metros de la casa donde vivió don Pío, ya estaban los textos que ahora vamos a repasar. La incompatibilidad de Aznar y Trump es, en palabras de algunos veteranos, "un desamor atlántico". Aznar, de una sola mujer, sólo tiene ojos para Ana.
Aznar y Trump
Conviene que nos retrotraigamos a 2005. Uno de los primeros editoriales de Faes al dejar Aznar la presidencia del Gobierno pedía la incorporación de Ucrania a la OTAN. De haber ocurrido aquello, no habría habido invasión. O peor, de haberla habido, habríamos ido a la Tercera Guerra Mundial. Pero no, Putin no se habría atrevido. Putin atacó porque sabía que Europa entraría en parálisis.
La petición de entrada en la OTAN de Ucrania era atlántica porque ponía un bloque de hormigón a un posible intento de Rusia por alterar el equilibrio de poder establecido.
Pasemos la cinta de golpe hasta enero de 2017 –no vamos a ser nosotros más intensos que Aznar con lo del atlantismo–, cuando Trump llegó a la Casa Blanca por primera vez. Ahí el expresidente lo definió como un populista temerario que podía poner en riesgo las relaciones otanistas. También lo acusó de haber "mutado el Partido Republicano en séquito personal". Cuentan –probablemente la frase sea apócrifa– que cuando el último Bush, el amigo de Aznar, vio lo del trumpismo, dijo: "¿Qué mierda tan rara es esta?". No se le ha visto en actos con Trump.
Esa ha sido otra de las preocupaciones atlánticas de Aznar: la desaparición del republicanismo como sistema de pensamiento. Los anteriores líderes del partido, mal que bien, respondían a una corriente, a unos principios más o menos comunes. En Trump, el único principio es él.
Cuando cayó en las elecciones, Aznar lo celebró con un editorial que llamaba a los republicanos a "reconstruirse", a "recuperar y modernizar su mejor tradición política", "a forjar una nueva alianza con sus votantes" que no "suscriba barbaridades". Acerca del asalto al Capitolio, mencionó "su increíble y tal vez delictiva pasividad contemporizadora" con los implicados. Lo llamó "el desvarío de Trump".
El desvarío respecto a la hegemonía coquistada por Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial y afianzada con la caída del Muro de Berlín. Ahí, los americanos adquirieron privilegios, pero también obligaciones morales con Occidente. Esa es la tesis de Aznar.
Aznar siempre vio a Trump como un proteccionista muy alejado del liberalismo y la tradicional economía de libre mercado. Muchos años antes de la polémica actual, avisó: "Es un hombre enamorado de la palabra arancel. Si se consuma su pasión, la industria europea, el sector del automóvil y la seguridad jurídica en el tráfico mercantil van a sufrir las consecuencias de ese romance".
Trump volvió a ganar y Aznar volvió a percutir: "No es una buena noticia ni para España, ni para la Unión Europea ni para la OTAN. Es un populismo adobado de planteamientos proteccionistas, aislacionistas, y de actitudes intemperantes que en su momento llegaron al abierto desafío institucional alentando ni más ni menos que un asalto al Capitolio".
"Demagogo impredecible con falta de decoro".
Aznar está convencido de que Trump, y ahora Vox, están prostituyendo el conservadurismo. Escribió esto cuando se hicieron la primera foto juntos: "Abascal quiso retratarse con el candidato de Estados Unidos que bate más récords de frivolidad irresponsable".
Y lo más importante, una premonición: "Trump amenaza con cancelar más de setenta años de Alianza Atlántica".
Llegados ya, al fin, al momento actual, podemos resumir así las últimas andanadas de Aznar contra Trump –y, por ende, contra la fontanería de Moncloa–: "No parece muy patriótico ni de derechas aplaudir aranceles de represalia contra productos españoles; tampoco secundar por activa o por pasiva la victoria de un excoronel del KGB. Es tan pintoresco como fiar al cliente de Stormy Daniels la restauración de la moral tradicional. La convención de Washington ha tenido de conservadora lo que el Palmar de Troya tuvo de católico".
Catalogó a los partidos europeos en la órbita de Trump –incluido Vox– como la quinta columna de Putin.
Aznar, con resignación cristiana, de la de verdad, cuenta que sólo le queda una esperanza frente a Trump: que tras este mandato, no habrá otro. Lo impide la Constitución.