Hay días en los que las noticias se contraponen. Como la vida misma. Cara y cruz siempre. Sucedió el pasado miércoles. En el desayuno, un comentario realista que caía del lado del pesimismo. La diseñadora y, desde mi humilde punto de vista, sabia de la sostenibilidad, Kavita Parmar, hablaba de fibras.
Según sus investigaciones, el crecimiento de las fibras naturales no es ni medianamente comparable con el de las artificiales. No por imaginado, el disgusto es menor. Ahí están esperando muchas de las que se usaron siempre para convencer de sus bondades. Entre otras, la de mejorar la relación de la ropa con el cuerpo.
Siendo esto importante, no es lo único fundamental. Cierto es que, al fin y al cabo, la piel es el mayor órgano del ser humano. Así más vale que se cuide lo que la cubre. Pero además, las fibras naturales conviven con su ecosistema y, por tanto, protegen la biodiversidad. No usarlas tiene sus consecuencias.
Ese mismo día, se dio a conocer el Premio Nacional de Innovación 2025 en la categoría de pyme innovadora. Y, esta es la buena noticia, recayó en Sepiia 2080. La moda, por primera vez premiada en estos galardones.
Las prendas inteligentes y sostenibles de la marca eran reconocidas por la unión de ciencia, diseño y tecnología. La realidad es que la marca, creada y comandada por Federico Sainz de Robles, es tecnológicamente revolucionaria.
Sus camisas, polos, gabardinas, pantalones… no se arrugan ni manchan. Son antibacterianos, ligeros y transpirables. Además, se producen en España a partir de materiales reciclados y son completamente reciclables al final de su vida útil. Eso reduce la necesidad de materias primas vírgenes.
Coincidía con uno de esos tórridos días de verano. Eso no es noticia. En verano lo sería que nevara. Pero ya se sabe que el calor excesivo y mantenido, ese que, por ejemplo, deja víctimas, se ha convertido en una tónica que asciende peldaños. Ese que, según el servicio europeo Copernicus, convirtió 2024 en el año más caluroso jamás registrado, con una temperatura media global 1,6 °C superior a la del periodo preindustrial.
En Filipinas, se alcanzaron 53 °C. En Francia, se superaron los 40 °C. En Los Ángeles, los incendios forzaron el desplazamiento de más de 180.000 personas en enero, un mes históricamente frío.
Natural, dicen algunos. Es verano. La realidad es que no, no es natural. Tantas y tan frecuentes olas de calor son más largas, frecuentes e intensas que antes. Y son el resultado directo de la acción humana. De nuestra acción.
Y ahí es donde entra en acción la moda. ¿Deberíamos asociarla al cambio climático? Por supuesto. Según la Agencia Europea de Medio Ambiente, en el continente cada individuo adquiere 19 kilos de ropa anualmente y genera 16 de residuos textiles. Si a eso se añade la responsabilidad del textil como productor del 10% de las emisiones globales de CO₂, no hay que ser matemático para resolver la ecuación.
Estos datos ligan con las primeras líneas de este artículo. Porque la mayoría de las prendas que se adquieren se fabrican con derivados del petróleo. A esto hay que sumar el, muchas veces, despropósito de una distribución hipercontaminante y de un consumo en ocasiones exacerbado.
Se habla mucho de los límites planetarios. Pero del dicho al hecho va un largo trecho. O se toman medidas serias o no habrá avances. No es que los vetos sean la panacea, pero resulta ejemplarizante que Francia haya prohibido la publicidad de marcas de fast fashion como Shein o Temu.
Además, también desde este año, obliga a etiquetar las prendas con un informe sobre su impacto ambiental: emisiones, agua usada, reciclabilidad y liberación de microfibras.
"Cada prenda que tiramos sin usar es una pequeña bomba climática" ha dicho la ministra gala de Transición Ecológica, Agnès Pannier-Runacher. Y está claro que cuanto más barata es una prenda, más fácil es que se deseche después de pocos usos.
Este periódico ha hablado en múltiples ocasiones del paso adelante que ha sido la creación del SCRAP español del textil, Re-viste. De hecho, dos scraps más se han puesto en marca, respondiendo a la obligatoriedad de las marcas de responsabilizarse de lo que ponen en el mercado. Ya se ven contenedores por algunas ciudades españolas para depositar residuos textiles. La cuestión será ahora responsabilizarse fehacientemente del reciclado.
No es la ropa en sí la culpable. Es su amplísima cadena de valor. Son sus materiales. Los que se usan y los que no se usan. Es su producción. Es su distribución. Y es su uso, ahí donde cada ciudadano tiene la palabra.
Debería crearse una campaña que concienciara de que la ropa que se desecha por carecer de valor podría estar contribuyendo (con todas las emisiones de su cadena de suministro) a esa sensación cada vez más frecuente de vivir en el trópico.
Hoy ya no se trata de preguntarse si debemos o no cambiar de hábitos. La decisión es otra: cómo y cuándo. Ya mismo, y cada uno a su manera. Con prendas que tengan el valor que otorga el "armario emocional" (Verino dixit).
Por tanto, comprando ropa de mayor calidad, primando esta a la cantidad. Recordando que la segunda mano también existe. Primando las prendas que ofrecen información transparente. Pero también aquellas que se han fabricado en cercanía y las que se han realizado con fibras naturales. Los materiales nobles no llevan ese apellido por casualidad o esnobismo.