Aún recuerdo la emoción. La de mi ya entonces exmarido y la mía propia. Venía a entregarme una copia del recién aprobado decreto que legalizaba el matrimonio entre personas del mismo sexo en España. Sabía que me afectaba especialmente porque mi hermano Teo estaría celebrándolo desde el cielo.
Qué gran símbolo de cariño.
Quiso la casualidad que veinte años después, el día 3 de julio, yo estuviera celebrando la "Cena del amor". Justo en aquella misma fecha en la que había entrado en vigor aquel decreto.
Justo rodeada de gentes que se querían, durante un evento organizado por The Social Hub en Madrid y servida por el chef Alberto Molinero, estrella Michelin.
Como ha dicho en diversas ocasiones Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, "la orientación sexual no es una ideología. Los derechos LGTBI son derechos humanos". Esta idea salía con cada plato en aquella cena, sin necesidad de explicitarlo.
Porque simplemente se celebraba la diversidad y especialmente la que se disfruta en España, por más nubarrones que se vislumbren.
Quedaba patente el símbolo del orgullo y del compromiso democrático de nuestro país con la igualdad. Podemos sacar pecho.
Nuestra sociedad respalda de manera abrumadora los derechos LGTBI. Por ejemplo, es destacable que, según el Eurobarómetro, el 79% de los españoles apoya el matrimonio igualitario, una de las tasas más altas de toda Europa.
Era patente, como cada año, en las calles, en la proximidad de las celebraciones del Orgullo. Un orgullo que tiene que ver con la visibilidad pública, con las manifestaciones colectivas, pero especialmente con la asunción familiar y con la personal de la diversidad.
El ser solo es el ser, que no es poco. No necesita etiquetas. No necesita modo de empleo de fábrica.
Lo dijo en su día el presidente Obama: "El amor siempre gana". Una frase no por mítica menos cierta. Aunque todos conocemos excepciones.
Lo ha dicho el presidente Sánchez: "No vamos a permitir que los devuelvan al armario". Se dijo en la manifestación de ayer, 5 de julio: "20 años avanzando en derechos: ni un paso atrás".
El hecho de que España celebre esas dos décadas de matrimonio igualitario la convierte en un referente. Lo fue en su día, con una decisión pionera; era el tercer país del mundo en aprobarlo, tras Países Bajos y Bélgica.
Desde entonces, y según datos del Instituto Nacional de Estadística, se han celebrado en torno a 75.000 matrimonios entre personas del mismo sexo. Incluso, se puede hablar de cifras récord, las de 2023, con 6.672 bodas, 3.165, entre hombres, y 3.507, entre mujeres.
Este aniversario llega para ser celebrado. Pero pilla a la sociedad con una cierta sensación de pie cambiado, o como poco en un momento en el que se vislumbran claroscuros. Hay que tocar las campanas, pero no lanzarlas al vuelo.
Hay que mantenerse firmes en la defensa, en la apropiación patrimonial de lo logrado, lo que por cierto afecta a todos los derechos que atañen a la igualdad.
Y hay que mirar fuera para entender que mientras la sociedad española respalda de forma abrumadora los avances, en Europa crece la discrepancia.
De hecho, se ha podido comprobar últimamente cómo se alzan voces que buscan el silencio: de la diversidad, de las libertades, el que sale de los armarios cerrados.
Si bien es cierto que 35 países reconocen el matrimonio igualitario en el mundo, no lo es menos que 60 no solo lo prohíben, sino que directamente criminalizan las relaciones homosexuales. Es el caso de Irán, Arabia Saudí o Uganda, donde los castigos van desde la prisión hasta la muerte.
Pero no es necesario viajar tan lejos o compararse con naciones cultural y religiosamente tan diferentes. Han aparecido chinitas en los caminos igualitarios del continente europeo. Por ejemplo, en Alemania. Lo que nunca podría imaginarse ha sucedido. Esta misma semana.
Por un lado, la presidenta del Bundestag, Julia Klöckner, decidió prohibir la exhibición de la bandera arcoíris en la fachada del Parlamento durante el mes del Orgullo. Por otro, el canciller Friedrich Merz respaldó esa decisión.
Siendo esta cuestionable, lo que no parece respetable es su respuesta razonada: "El Bundestag no es una carpa de circo". Eso sí, se decidió que la bandera sí ondeará un día, el Internacional contra la homofobia, que se celebra cada 17 de mayo.
Afortunadamente, la sociedad en general no está dispuesta a someterse a normas del pasado. Así, si en Alemania no ha parado de escucharse las voces discrepantes a la decisión, en Budapest podemos hablar de masas que salieron a la calle, desafiando la autoridad.
Nada impidió que todo tipo de personas, incluida una representación española, se manifestara en contra de la norma del gobierno húngaro, de Viktor Orbán que prohibió legalmente el desfile del Orgullo de Budapest en 2025.
Además, la decisión se apoyaba en una ley que permitía multar, reprimir y vigilar con tecnología de reconocimiento facial a los manifestantes.
Ejemplo menor, aunque considerable, el de Estados Unidos. Allí está reconocido el matrimonio igualitario, pero el Tribunal Supremo dejó abierta una puerta a posibles restricciones estatales.
Y por cierto que en Italia se han frenado avances que tienen que ver con la filiación y el reconocimiento de hijos de parejas del mismo sexo.
Es importante tener estos datos en cuenta para no dejar las llaves puestas en los armarios. Por si alguien tuviera la intención de cerrarlos.
Ni un paso atrás debería darse en ese camino que abre las puertas a la diversidad absoluta, esa que no se limita a la orientación sexual.
Las miradas tienen que mantenerse abiertas para admitir identidades trans, no binarias, intersex y queer que no hacen más que ampliar el área de visión y actuación de los derechos humanos.
Ese camino, claramente, no es ni gratis ni sencillo. Ni viene dado. Porque hay un histórico y una cultura personal, social, empresarial… Si queremos acceder a una diversidad real, se exigen cambios de mentalidad y acción.
Son cambios que afectan a la educación, a las políticas públicas y a una legislación que acompañe la realidad actual de las personas y de una sociedad mutante que habita en un cambio de paradigma.