Jesús M. Paniagua, ingeniero agrónomo.

Jesús M. Paniagua, ingeniero agrónomo. Cedida

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Jesús M. Paniagua, ingeniero agrónomo, sobre el futuro del sector alimenticio en España: "Produciremos más con menos"

En su libro 'Comida. Tecnología y futuro de la producción de alimentos' explica cómo la innovación científica está cambiando la forma de alimentarnos.

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La imagen que gran parte de la sociedad conserva sobre cómo se producen los alimentos tiene poco que ver con la realidad. Persiste una visión casi bucólica del campo basada en pequeñas explotaciones, agricultores con métodos tradicionales y una relación directa y cercana con la tierra.

Sin embargo, según explica Jesús M. Paniagua, ingeniero agrónomo, esa estampa es hoy más un recurso publicitario que un reflejo fiel del sistema alimentario global. Y es que la producción de alimentos, tanto agrícola como ganadera, se encuentra ya profundamente tecnificada y lo estará aún más en las próximas décadas.

Estas reflexiones son algunas de las que Paniagua recoge en su última publicación, Comida. Tecnología y futuro de la producción de alimentos (Guadalmazán, 2025), donde analiza cómo la innovación científica y tecnológica está redefiniendo silenciosamente la forma en que el mundo se alimenta.

"La sociedad en general no es nada consciente del grado de tecnificación actual", señala. Solo quienes trabajan dentro del sector conocen hasta qué punto los procesos se han transformado, partiendo desde la mejora genética de plantas y animales hasta el uso de satélites, drones, sensores y sistemas de agricultura de precisión.

El agricultor contemporáneo, explica, controla cultivos con el teléfono móvil o una tablet, ajusta el riego a la demanda exacta del suelo y monitoriza plagas en tiempo real. Pero todo ello convive, paradójicamente, con una narrativa comercial que sigue apelando a la "pureza rústica" como sinónimo de calidad.

La cuestión es que este desfase entre percepción y realidad tiene raíces profundas. Mientras hace tan solo unos siglos la mayor parte de la población se dedicaba a producir alimentos; hoy lo hace una minoría.

Cambio radical

En España, apenas el 3% de la fuerza laboral trabaja en el sector primario, mientras que cerca del 80% de la población vive en ciudades. Y este proceso de urbanización ha desencadenado la ruptura con el vínculo cotidiano con el origen de la comida.

"Asumimos que los alimentos siempre estarán ahí, abundantes y asequibles, como si aparecieran por arte de magia en el supermercado", afirma Paniagua. Y precisamente esa desconexión es la que dificulta, a su juicio, la comprensión de las necesidades reales del campo y de los desafíos que enfrenta.

Jesús M. Paniagua ha publicado 'Comida. Tecnología y futuro de la producción de alimentos' (Guadalmazán, 2025).

Jesús M. Paniagua ha publicado 'Comida. Tecnología y futuro de la producción de alimentos' (Guadalmazán, 2025). Cedida

Uno de esos desafíos es el cambio climático, que ya está actuando como un potente acelerador de la innovación. Y es que la producción de alimentos es extremadamente sensible a las condiciones climáticas, y no admite margen para la inacción.

Los efectos son visibles. Estamos siendo testigos del desplazamiento de zonas de cultivo hacia el norte, cambios en los calendarios de siembra y cosecha, vendimias adelantadas o nuevas áreas vitivinícolas en zonas más altas.

También las plagas alteran sus ciclos y la pesca se ve afectada por el desplazamiento de los caladeros, a medida que las especies buscan temperaturas más adecuadas.

Tecnología como aliado

Ante este escenario, la tecnología se ha convertido en una herramienta fundamental de adaptación. Sistemas de control de humedad del suelo, uso más eficiente del agua, seguimiento digital de plagas o el desarrollo de cultivos y animales más resistentes a la sequía y al calor son ya una realidad.

"No se puede engañar al clima", resume Paniagua, porque adaptarse no es una opción, sino una condición para que el sistema siga funcionando.

En paralelo, emergen tecnologías que hace apenas unos años parecían ciencia ficción. La carne cultivada en laboratorio —a menudo popularizada como "carne impresa"— es uno de los ejemplos más llamativos.

En cualquier caso, Paniagua aclara que se trata de tejidos animales reales, obtenidos a partir de técnicas de cultivo celular desarrolladas originalmente en el ámbito médico.

La cuestión es que estas células se crían en biorreactores y, posteriormente, pueden "imprimirse" para darles una textura similar a la carne convencional, especialmente en productos como hamburguesas o carne picada.

No obstante, su desarrollo todavía se enfrenta a importantes barreras, especialmente las referidas al coste. Pues, pese a que los resultados técnicos son prometedores, los precios actuales no son competitivos y su aceptación social aún está por verse.

Sin embargo, Paniagua no cree que esta tecnología vaya a sustituir a la ganadería tradicional, pero sí que podría ocupar un nicho relevante en el futuro.

A futuro

Desde el punto de vista ambiental, las expectativas también requieren cautela. Si bien sus defensores argumentan que la carne cultivada es más eficiente —al evitar "desperdiciar" energía en partes del animal que no se consumen—, estas células también necesitan nutrientes y energía.

Por eso, a día de hoy, faltan datos sólidos de largo plazo que confirmen una reducción significativa de la huella de carbono y de agua frente a la ganadería intensiva.

Al mismo tiempo, la innovación biotecnológica plantea además preguntas sobre la conservación del patrimonio agrícola y cultural. Pero Paniagua recuerda que estos procesos no son nuevos.

La historia está llena de ejemplos de cultivos que perdieron protagonismo tras la aparición de alternativas más baratas o eficientes, como ocurrió con el caucho natural frente al sintético o con especias que dejaron de ser bienes de lujo.

El caso del azafrán obtenido mediante cultivo de tejidos podría seguir un camino similar: abaratar el producto y ampliar su acceso, aunque reduzca el cultivo tradicional. "A veces las cosas cambian y no pasa nada", reflexiona.

Respecto a los riesgos de una dependencia creciente de la tecnología, Paniagua adopta una visión histórica. La tecnología, recuerda, siempre ha acompañado a la humanidad en su esfuerzo por producir más alimentos. Ahora el reto está en aprender, corregir errores y quedarse con aquello que funciona.

¿Y los consumidores? Según el ingeniero agrónomo, será el mercado quien decida. Los supermercados incorporarán aquello que tenga aceptación, como ocurrió con las ensaladas de cuarta gama, inicialmente rechazadas y hoy plenamente integradas en la dieta cotidiana. Porque, concluye, la cultura alimentaria también evoluciona.

Jesús M. Paniagua, ingeniero agrónomo, sobre el futuro de la producción de alimentos.

Jesús M. Paniagua, ingeniero agrónomo, sobre el futuro de la producción de alimentos. Cedida

Mirando a 2050, Paniagua no imagina un paisaje radicalmente distinto desde el aire. Prevé que los campos seguirán sembrándose y cosechándose, quizá con maquinaria autónoma, y el regadío continuará transformando zonas áridas, aunque ahora acompañado de placas solares y sistemas de almacenamiento energético.

Los cambios más profundos, sin embargo, serán invisibles. Estarán en la biotecnología, en los datos, en la eficiencia. Producir más alimentos con menos recursos será la verdadera revolución silenciosa del futuro.