Las masacres del inicio de la guerra en Sudán deberían haber conmocionado al mundo e impulsado una acción inmediata. No fue así.

Durante los últimos dos meses en Darfur, Sudán, las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR) han cometido atrocidades espeluznantes en la ciudad de El Fasher. Allí han disparado y matado a civiles que ya estaban devastados por más de 500 días de asedio; personas tan famélicas que se han visto obligadas a comer pienso para animales.

Quienes han logrado escapar —a menudo caminando hasta la localidad de Tawila, a 60 km al suroeste de El Fasher— están profundamente traumatizados. Según los testimonios de supervivientes atendidos por los equipos de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Tawila, los asesinatos han sido indiscriminados y con motivación étnica. Las mujeres relatan desgarradores testimonios de violaciones. Niños han llegado aterrorizados en brazos de desconocidos, huérfanos tras la violencia en El Fasher.

Ha habido personas masacradas, torturadas y ejecutadas sumariamente. Muchas siguen atrapadas o desaparecidas en medio de una violencia sin control; varios miles permanecen detenidos, retenidos a la espera de un rescate.

Mis colegas sudaneses están atendiendo pacientes mientras aguardan noticias de sus familiares. La mayoría de mis compañeros en Tawila tienen familiares, amistades o colegas que las FAR mataron en El Fasher.

Aunque las escenas que se están desarrollando en Darfur son estremecedoras y aberrantes, no deberían sorprendernos. Durante meses, la población sudanesa y numerosos observadores, incluyendo MSF, han advertido de que esta masacre sería el resultado de la toma de El Fasher por parte de las FAR.

Lo habíamos visto antes. Al inicio de la guerra en 2023, al menos 15.000 personas, principalmente de la comunidad masalit y otras no árabes, fueron asesinadas cuando las FAR tomaron El Geneina, capital de Darfur Oeste.

Personas desplazadas y heridas atendidas por MSF en Chad contaron que fueron atacadas por su tribu o etnia y se les dijo "abandonen este país o mueran".

Una encuesta de mortalidad retrospectiva de MSF mostró tasas 20 veces superiores en los meses posteriores a abril de 2023, en comparación con las cifras previas a la guerra. Casi un hombre de cada 20, de entre 15 y 44 años, fue reportado como desaparecido durante ese periodo. El Geneina está ahora prácticamente vacía de población masalit.

El campo de Zamzam, a las afueras de El Fasher, fue en su día el mayor campo de desplazados del país. La matanza ocurrida allí, cuando las FAR lanzaron un ataque a gran escala en abril, tampoco sirvió como llamada de atención. Mucho antes de esas masacres, nuestros equipos en Zamzam habían advertido repetidamente sobre la magnitud de la desnutrición y reclamado una respuesta humanitaria masiva, sin éxito.

Incluso cuando se declaró la hambruna en el campo en agosto de 2024, los camiones de MSF con suministros alimentarios quedaron bloqueados durante meses en Darfur Norte; las FAR ordenaron que no se acercaran a El Fasher bajo ningún concepto.

Más tarde, las comunidades desplazadas y sitiadas fueron atacadas regularmente con bombardeos, lo que obligó a MSF a abandonar el campo en febrero de 2025.

Lejos de ser acciones de comandantes díscolos, las atrocidades masivas que han culminado en El Fasher forman parte de una campaña deliberada para matar de hambre, desplazar por la fuerza y asesinar civiles, a menudo por motivos étnicos.

Fotografía de una mujer y su bebé en el campo de desplazados de Zamzam, en Darfur Septentrional.

Fotografía de una mujer y su bebé en el campo de desplazados de Zamzam, en Darfur Septentrional. Christina Fincher Reuters

Las FAR —que según informaciones de organizaciones internacionales y medios cuentan con el respaldo de Emiratos Árabes Unidos— son responsables de los crímenes cometidos en El Fasher. Deben poner fin de inmediato a las atrocidades masivas y a los asesinatos selectivos por motivos étnicos, y proporcionar un corredor seguro para los supervivientes.

Las partes en conflicto deben respetar sus obligaciones en virtud del derecho internacional humanitario, pero también las que dicta la humanidad básica. Ambas partes deben permitir acceso humanitario inmediato a las personas necesitadas, independientemente de quién controle el territorio.

Que esta tragedia fuera tan previsible revela hasta qué punto el fracaso internacional en proteger a la población civil es generalizado y compartido.

La muerte y la destrucción son facilitadas por demasiados gobiernos que optan por no utilizar su influencia para presionar a las partes en guerra para que dejen de matar civiles o bloquear la ayuda humanitaria. Gobiernos que prefieren emitir declaraciones pasivas de preocupación, mientras ellos y sus aliados proporcionan apoyo político y financiero; y las armas que destruyen, mutilan y matan.

Hace más de 20 años, cuando se cometió una violencia extrema similar, el mundo se movilizó por Darfur. La Corte Penal Internacional acusó al expresidente Omar al Bashir de crímenes de lesa humanidad y genocidio por las atrocidades cometidas por su ejército y las milicias yanyauid, que posteriormente se reorganizaron como las FAR.

Hoy, mientras se cometen nuevos crímenes contra los mismos grupos étnicos, los líderes mundiales no pueden apartar la mirada. Los países con influencia sobre las partes en conflicto —incluidos Estados Unidos, EAU, Egipto y Arabia Saudí, conocidos como el Cuarteto— deben actuar para impedir nuevas atrocidades.

Cuando se asiente el polvo de los horrores de El Fasher, debemos negarnos a aceptar una "nueva normalidad" de atrocidades masivas. Necesitamos compromiso político, una movilización humanitaria permanente basada en una evaluación imparcial de la situación y mecanismos de rendición de cuentas.

El mes pasado, el Consejo de Derechos Humanos de la ONU encargó a la misión independiente de determinación de hechos en Sudán que investigue los crímenes cometidos en El Fasher, un proceso que instamos a todos los Estados y partes implicadas a respaldar.

Debemos hacer más por las personas cuyas vidas siguen en peligro en El Fasher y en las localidades cercanas. También debemos garantizar que el ciclo de violencia y limpieza étnica llegue, de una vez por todas, a su fin en Darfur.

La dinámica del conflicto parece indicar que la insoportable situación de El Fasher puede no ser el final de la violencia atroz, sino un hito más en una guerra catastrófica que sigue destruyendo vidas civiles, especialmente ahora en la región de Kordofán. Tememos que más víctimas civiles y nuevas escenas de atrocidades estén aún por llegar.

*** Este artículo fue originalmente publicado en inglés el 8 de diciembre en Al Jazeera.

*** Javid Abdelmoneim, presidente internacional de Médicos Sin Fronteras