Con lo tranquilos que estaban los abogados…

Centrados en ganar sus casos y en interpretar las leyes mientras sorteaban grandes torres de documentos, hacían malabares con las notificaciones judiciales y atendían el famoso "que hay de lo mío" de sus clientes.

Como mucho, a algún revolucionario de turno se le ocurría proponer pasar los expedientes a PDF y ordenarlos en carpetas de Windows por [año mes].

Oye, qué tranquilos estaban…

Pero de repente, en noviembre de 2022, viene un tal ChatGPT y lo pone todo patas arriba. Algunos decían que era la invasión de la inteligencia artificial. Otros, que nos iba a quitar el trabajo. Y no solo a los abogados, también a los procuradores.

Desde Roma, pero hasta aquí hemos llegado. Y otros, que para sobrevivir teníamos que aprender de ingeniería y de prompting y, si me apuras, de física cuántica.

Desde luego, nadie puede negar que fue un punto de inflexión que sembró el miedo y muchísima incertidumbre. Y que sigue haciéndolo, porque, desde entonces, todo va cambiando cada vez más rápido.

Pasó como con los grandes filósofos. Los abogados se dividieron en los escépticos, los dogmáticos, los empíricos y los racionalistas. Surgieron vertientes de todos los pensamientos, opiniones, teorías y colores.

Tanto es así, que a día de hoy muchos no tienen claro qué es mito y qué es realidad.
Como, por ejemplo, que la IA es solo ChatGPT. O que para utilizarla es imprescindible saber del prompting este.

O que la IA, así, generalizando, ni es segura, ni es privada, ni ofrece resultados confiables. O que nos va a sustituir y nos quitará el trabajo.

Pero dentro de todas esas falsas creencias, mitos y leyendas, probablemente serían los del grupo de los pragmáticos los que se empezaron a dar cuenta de que la verdadera preocupación no era la Inteligencia Artificial, ni ChatGPT, ni sus primas hermanas.

La verdadera preocupación de los abogados y de los procuradores era buscar la forma de empezar a crecer, de una vez por todas, de forma exponencial, y no lineal, como había sucedido hasta ahora.

Y hacerlo, encima, lidiando con el gran desafío al que todos se enfrentaban en el sector legal, que tampoco era la IA, sino que cada vez hay menos casos, cada vez menos llegan a juicio y los que llegan, cada vez duran más. Ah, y cada vez las queridas y amadas costas son menores.

A raíz de aquí, algunos empezaron a innovar y a meter tecnología a punta pala porque decían que "aumentaba la eficiencia y ahorraba tiempos".

Otros empezaron a modernizarse aún más y pasaron de cero a cien metiendo la inteligencia artificial para poder "ser los primeros". Claro, a meterla con calzador. Porque sí, porque era lo que tocaba ahora.

Y dentro de esa lucha estratégica por ver la forma de diferenciarse y de innovar para tratar de escalar el negocio, se dieron cuenta de que había algo que no terminaba de arrancar.

Hasta que vino otro grupo de abogados, esta vez de la vertiente a la que podemos llamar "tecnólogos humanistas", que dijeron que daba igual la estrategia que eligieran, si no maximizaban el valor de cada uno de sus profesionales.

Y ahí, empezó una nueva preocupación. ¿Cómo entonces lograr maximizar ese valor? Detectando los verdaderos retos a los que se enfrentan cada día.

Retos como la lectura de notificaciones judiciales, la captación de asuntos, la gestión visual de expedientes, la comunicación proactiva con los clientes y la explotación real de datos.

Analizando qué tareas pueden "automatizarse" y cuáles son las que aportan el verdadero valor de la profesión y necesitan dedicarles tiempo de verdad.

Y seleccionando herramientas que por fin les permitan superar esos grandes desafíos que limitan su crecimiento y beneficios.

Herramientas capaces de facilitar la consulta y el aprovechamiento de ingentes cantidades de los datos, capaces de ofrecer respuestas fundamentadas, capaces de impulsar todas las operaciones legales para gobernar por fin el despacho y capaces de eliminar el factor caja negra y cualquier alucinación.

Herramientas capaces de garantizar la privacidad, la seguridad y la verificación. Y herramientas capaces de ofrecer todo eso, además, a través de una experiencia sencilla e intuitiva.

Y por fin, dieron con la clave. Detectando qué necesitan de verdad sus despachos, sus procesos y sus profesionales. Y siendo capaces de aprovechar la tecnología poniendo la IA a su servicio, y no al revés, para aumentar las capacidades de cada profesional legal y maximizar así su valor.

Porque, aunque todo cambie de forma vertiginosa, es momento de centrarse de verdad en lo que aporta valor real, en aquello por lo que han estudiado: interpretar las leyes, ganar casos y dedicar tiempo de calidad a sus clientes.

Porque eso no cambiará nunca.

*** Isabel Romero es Directora de Comunicación de Little John.