Vivimos tiempos turbulentos. Leer la prensa, ver las noticias y, ya no digamos atreverse a asomar la cabeza por alguna red social, puede suponer un pasaporte directo a estados de estrés, ansiedad y depresión.
Polarización, desinformación, precarización, populismo, discursos de odio, estigmatización de minorías, autoritarismo, impunidades bélicas espantosas y cuestionamiento de derechos y valores que dábamos por garantizados y que derivan en un debilitamiento global de las democracias.
No entraré en los diagnósticos que tratan de explicar los motivos de semejante deriva. Pero sí quiero destacar una idea: la ausencia de un proyecto colectivo de futuro, capaz de ilusionar tanto a jóvenes como a adultos que se sienten sumidos en las incertidumbres y ansiedades de estos tiempos revueltos.
Europa se encuentra en un momento clave de su historia y la deriva delirante del nuevo gobierno de Estados Unidos podría suponer un detonante para reforzar la cohesión y el orgullo compartido (no por todos) de la defensa de unos valores y de una democracia que debe afrontar no pocas amenazas.
Sin embargo, no es muy esperanzador que prácticamente la única narrativa que monopoliza el debate europeo sea la relativa a la necesidad de un rearme para responder a las crecientes amenazas.
No porque no se trate de un tema importante que sin duda merece un debate profundo, sino porque no deja espacio para que se cuele ninguna otra narrativa que haga referencia a los valores y prioridades sobre las que debe cimentarse un proyecto ilusionante de futuro.
Dicho esto, el mayor error que podemos cometer es el de caer en un estado de lamentación permanente. Sinceramente, creo que existen suficientes factores que nos permiten tener algo de esperanza de lo que se podría intuir por el ruido ambiente.
Me limitaré a exponer un ejemplo relacionado con mi experiencia profesional para destacar algunas de las herramientas de las que disponemos para fortalecer la democracia.
En España existe una red de ciudades (la RECI) vinculada al programa intercultural cities impulsado por el Consejo de Europa. Estas ciudades, junto con otras 140 más de muchos países europeos e incluso de países como México, Japón o Canadá, comparten un compromiso a favor de políticas basadas en los principios de igualdad, diversidad, cohesión y convivencia.
Más de 20 ciudades españolas con gobiernos liderados por alcaldes y alcaldesas del PSOE, PP, PNV, ERC, BILDU o Junts, colaboran, dialogan, comparten experiencias e impulsan políticas para luchar contra la discriminación y la segregación y facilitar la inclusión, sin ignorar los retos que se derivan de unas sociedades más complejas, diversas y con mayores desigualdades.
Una de las iniciativas que comparten la mayoría de estas ciudades es la Estrategia Antirumores, impulsada por primera vez en Barcelona hace 15 años, con el objetivo de cuestionar los prejuicios, la desinformación y las narrativas tóxicas y promover un cambio de actitudes y percepciones sobre la diversidad.
Para esto se apuesta por crear redes de colaboración con una gran diversidad de agentes de la sociedad civil, que trabajan codo con codo con la administración para conseguir el máximo impacto.
Centros educativos, entidades, bibliotecas, centros de salud, espacios deportivos, asociaciones vecinales, de comerciantes, de familias, de inmigrantes, universidades, centros religiosos, etc., unidos para promover el conocimiento, el pensamiento crítico, la empatía y construir narrativas alternativas más rigurosas y constructivas sobre la convivencia en la diversidad e impulsar actuaciones concretas para romper prejuicios y discursos de odio.
A muchos les sorprende que ante un tema tan sensible y politizado como el de la convivencia en la diversidad, existan estos espacios de cooperación entre actores tan diferentes a partir de la construcción de consensos políticos y sociales que (casi) nunca merecen la atención de los medios.
Pero es que estoy convencido de que esta es la manera, el camino que debemos seguir para afrontar muchos de los grandes retos que tenemos por delante.
En este camino quiero destacar el papel que juegan los emprendedores sociales. Personas y organizaciones a las que les mueve una necesidad de impulsar iniciativas innovadoras que exploren nuevos caminos para promover cambios sociales con impacto.
Pero el emprendimiento social solo tiene sentido si se basa en sumar, colaborar y cooperar con las administraciones y con otros agentes de la sociedad civil.
Las ciudades, en este contexto, juegan un papel parecido al de los emprendedores sociales, en el sentido de que son el terreno en el que se puede apostar más por la innovación, por romper inercias, tomar caminos inexplorados, apostar por la creatividad y sobre todo profundizar en los valores y en las prácticas democráticas.
Pero esto no es inherente a las ciudades per se, es donde se concretan las discriminaciones, la segregación y las desigualdades más extremas.
Al fin y al cabo, estamos hablando de si existe el compromiso político y de si se traduce en presupuestos, pero también en estrategias integrales y transversales que incluyan las políticas urbanísticas y de vivienda, las políticas culturales, educativas, de participación, de deporte o de comunicación entre otras.
El ejemplo de estas ciudades debe inspirar a otras y sobre todo a las políticas de los gobiernos autonómicos, del central y al conjunto de instituciones europeas.
Pero para ello también es importante que estas ciudades, desde la riqueza y el compromiso de su sociedad civil, sumando la energía e innovación de los emprendedores sociales, apuesten por construir narrativas alternativas que consigan llegar a la mayoría social, ofreciendo un futuro más esperanzador basado en una apuesta inquebrantable por los derechos humanos, la cohesión, la convivencia y la igual dignidad de todas las personas.
Ante las turbulencias, las amenazas, las narrativas tóxicas y derivas autoritarias, debemos, en definitiva, rearmarnos de más democracia.
*** Dani de Torres es fundador de la Estrategia Anti-Rumores – Ashoka Fellow 2024.