"Vestir sostenible es un lujo". "Yo no me lo puedo permitir". "La moda sostenible es sólo para gente con dinero". ¿Te suenan estas frases?
Existe la creencia generalizada de que vestir de forma sostenible es un privilegio reservado a unos pocos bolsillos. Esta percepción se debe, en parte, al auge de marcas premium que, hace ya algunos años, situaron la sostenibilidad en el centro de su negocio y sus estrategias de marketing.
Incluso algunos creadores de tendencias llegaron a presentar la sostenibilidad como el nuevo lujo. La intención no era mala (hacerla deseable y aspiracional), pero nadie previó los daños colaterales. El más evidente: la frustración de muchas personas que entendieron que la moda sostenible no estaba a su alcance.
De hecho, cada vez que se realiza una encuesta a la población sobre su relación con el consumo de moda sostenible, los resultados evidencian la voluntad mayoritaria de hacerlo, pero la incapacidad por considerarlo una alternativa demasiado cara. ¿Pero y si la realidad fuera otra?
Vestir sostenible no es tanto una cuestión de dinero sino de actitud.
En primer lugar, existen muchas marcas, de distintos tamaños, estilos y rangos de precio, que cuentan con políticas de sostenibilidad ambiental y social igual o más sólidas que las marcas que se presentan como sostenibles, pero que nunca han puesto este concepto en el eje central de su comunicación, ya sea para no ser acusadas de greenwashing o por estrategia de marketing.
Por lo tanto, comprar en estas marcas no nos convierte, per se, en consumidores menos sostenibles. Sí que es interesante que nos informemos mirando etiquetas y sus páginas web, en busca de datos, certificaciones y evidencias que muestren cómo trabajan.
Es cierto que se trata de una tarea a veces frustrante, porque como consumidores nos cuesta discriminar qué es cierto y qué no. Afortunadamente, cada vez son más las regulaciones que marcan las reglas de juego y unifican cómo las marcas tienen que comunicar sus atributos sostenibles.
Pero más allá de las marcas, quizás lo más importante sea revisar nuestros hábitos de consumo. Empezar por hacernos una pregunta sencilla antes de comprar: ¿realmente me lo voy a poner?
Según la Fundación Ellen MacArthur, hace veinte años una prenda se usaba unas 200 veces antes de ser desechada. En 2015 esa cifra había bajado a 50 usos y las últimas encuestas la sitúan entre siete y diez veces. Y comprar ropa que no vamos a usar, sí que sale caro.
Precisamente, una manera de asegurar que una prenda va a tener una vida útil larga y, por lo tanto, de vestir de manera sostenible, es apostar por la segunda mano o el alquiler.
Además, son fórmulas que demuestran, una vez más, que vestir sostenible no tiene por qué suponer un mayor coste económico al consumidor, ni una pérdida de beneficios para las marcas.
Probablemente, esta sea la clave por la que muchas empresas están viendo en estos modelos una oportunidad de mercado sólida y nada efímera.
De hecho, un informe reciente de KPMG y la Federación de Moda Circular prevé que los negocios circulares crecerán un 7,7% anual durante los próximos cinco años en Europa.
En el caso de España, el estudio sitúa el crecimiento medio en un 8,1% anual hasta 2034, siendo el país donde más impacto tendrá el mercado de la reutilización.
¿Las razones? La popularidad de la moda vintage entre la población joven, una infraestructura de comercio electrónico en auge y una red cada vez más densa de tiendas físicas y online, tanto independientes como impulsadas por las propias marcas.
Y finalmente, pero no menos importante, vestir sostenible también implica sacar el máximo partido de lo que ya tenemos en casa: combinando nuestras prendas de formas distintas, alargando su vida útil o cuidándolas para que sigan viéndose como nuevas.
Para ello, es clave seguir las instrucciones de lavado y cuidado que marcan las etiquetas, repararlas si tienen algún desperfecto y almacenarlas correctamente.
Muchas marcas han habilitado espacios en sus webs en las que explican todos los detalles de mantenimiento, y ofrecen servicios y kits de reparación.
La Fundación Ellen MacArthur estima que prolongar la vida útil de una prenda en tan solo nueve meses puede reducir su huella de carbono, agua y residuos entre un 20% y un 30%.
Además, alargar el uso de la ropa reduce la necesidad de comprar nuevas prendas, algo que vuelve a demostrar que vestir sostenible, a menudo, sale más barato.
Así que, la próxima vez que escuches a alguien decir que vestir sostenible es un lujo fuera de su alcance, puedes recordarle que vestir de forma sostenible no es necesariamente una cuestión de dinero, sino de actitud.
Y que el verdadero lujo, y también el más insostenible, es adquirir ropa sin tener claro el uso que se le dará ni el cuidado que requerirá.
*** Sònia Flotats es directora de Move! Moda en Movimiento.