Cuando la periodista filipina María Ressa supo que había ganado el premio Nobel de la Paz en 2021, destacó que el hecho de que lo hubieran ganado "unos periodistas de Filipinas y de Rusia" indicaba el "estado del mundo". Ressa no imaginaba aún que precisamente el estado del mundo iba a ser todavía más complicado tan solo unos meses después.

María Ressa fue galardonada por su trabajo a favor de la libertad de expresión. Su trabajo empezó en Filipinas, donde su medio Rappler se posicionó contra el Gobierno de Duterte, algo que le supuso numerosas amenazas de arresto. Pero Ressa alerta sobre los problemas de las dictaduras y populismos como el de su país, así como la desinformación en todos sus matices.

La polarización y volatilidad progresivas del contexto moldean un mundo en transformación que además sigue viviendo una revolución tecnológica. El impacto que tiene va desde la dificultad de un diálogo constructivo a la creación de burbujas informativas (las personas solo se exponen a perspectivas que refuerzan sus puntos de vista preexistentes, lo que perpetúa la polarización y evita que se consideren perspectivas alternativas) pasando por una mayor desconfianza en los medios de comunicación.

España es uno de los países más polarizados del mundo según se desprende del Barómetro de Confianza Edelman, realizado por la firma estadounidense del mismo nombre y elaborado a base de encuestas en un total de 28 países. En su edición de 2023, España forma parte del grupo de países que se considera como gravemente polarizados, con Argentina a la cabeza de ellos y entre los que también están Colombia, Estados Unidos, Sudáfrica y Suecia.

Entre los menos polarizados figuran China, Arabia Saudí o Emiratos Árabes Unidos, con Indonesia abriendo el ranking. Entre las cuatro fuerzas que están llevando a cabo la polarización: las ansiedades económicas, el desequilibro institucional, la división entre clase y masa, y la batalla por la verdad.

La polarización en la conversación se ha convertido en un elemento presente y una amenaza para la veracidad informativa y la colaboración entre agentes (sociales, económicos y empresariales). Un fenómeno que ha traído los populismos, falta de confianza generalizada y una progresiva debilidad de la democracia.

Se ha alentado a una población cada vez más dividida con un discurso motivado por los colores más que por las razones. Este escenario con falta de cohesión es en el que precisamente cobra aún más relevancia el papel social de los periodistas, capaces de ir más allá de las guerras del lenguaje para volver a ocupar el terreno de la influencia. Seguramente identificar cuáles son los temas que deben preocupar a la ciudadanía es un pilar básico para evitar la excesiva simplificación.

En esta reflexión entra también la generación de confianza por parte de las empresas a través de la comunicación de lo social de una manera clara, directa y veraz. El escrutinio al que están sometidas en tiempos de poca atención en los mensajes debería ser una ventaja para liderar con autenticidad y por y para las personas.

En un mundo con crecientes dificultades para alcanzar la cohesión social con cuestiones complejas como la desigualdad, las brechas en el empleo, talento y educación o un crecimiento alarmante de las situaciones de pobreza de las familias, es necesario contar con empresas capaces de generar progreso para todos.

Los retos sociales a los que nos enfrentamos exigen la intervención de todos los actores sociales y las empresas han demostrado ser una pieza fundamental para apoyar ese cambio e implementar nuevos modelos.

El hecho de trabajar con más indicadores no financieros ha servido para aportar claridad y rigor. No en vano, en los últimos años hemos avanzado mucho en lo que se refiere a reporte no financiero, por muchos motivos que van desde una mayor madurez de las empresas en este sentido, un nuevo modelo generado por un cambio regulatorio y por la demanda creciente de algunos grupos de interés como los inversores que están tomando sus decisiones con base en los criterios ESG.

Lo social, como una de las dimensiones ejecutivas más exigentes se enfrenta a barreras como la falta de estandarización o la dificultad a asociarlo al campo económico. Todos estos factores seguramente han permitido mayores avances a asuntos medioambientales en detrimento de las implicaciones más sociales, con un calado muy profundo en la sociedad, en la empresa y, en definitiva, en el progreso económico y social. La transformación y la recuperación que todos esperamos debe tener en cuenta los tres factores ESG, pero sobre todo ser capaces de medirlo.

Sabemos que la empresa actúa movida por la responsabilidad, la normativa o la oportunidad, en la medida en la que ponga su foco en su propósito, la gestión de riesgos o un concepto mucho más poderoso: la transformación de la compañía hacia una nueva manera de hacer empresa. En gran medida los factores ESG han sido grandes impulsores de este cambio.

Más trasparencia, una ética como principio básico y una respuesta más completa por parte de todos los agentes sociales son seguramente la receta para consolidar una nueva manera de hacer empresa y construir un futuro que conecte el progreso económico y social.

*** Ana Sainz es directora general de la Fundación SERES.