Actuar contra la cultura nunca puede ser un acto de activismo. Contra, he dicho contra. Romper, manchar, mancillar cualquier acción susceptible de atentar contra el patrimonio cultural de cualquier lugar, en cualquier país, es eso, un atentado. No es aceptable ni asumible protestar contra el cambio climático cometiendo una agresión lesiva.

Pegarse a cuadros, emprenderla a tomatazos o demás tropelías utilizando el concepto de cambio climático en vano son crímenes culturales. Así que por favor dejen de denominarse activistas los agresores. Así que por favor dejen de adjetivarlos así quienes sobre ellos escriben.

Activistas son aquellos que trabajan para la convivencia, para mejorar lamentables situaciones universales. Son quienes activamente dan la cara (pero no la rompen) por el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible.

Activistas son quienes procuran que en efecto la distribución de los alimentos mejore para acabar con el hambre en el mundo. O los que pelean por una producción sostenible y justa. O quienes trabajan activamente por la igualdad entre los pueblos. Activistas son aquellos que desarrollan una labor intensa, permanente, casi machacante para que las mujeres alcancen —alcancemos— las cotas de igualdad. Son solo ejemplos.

Activista es el padre Ángel y sus Mensajeros de La Paz, trabajando día a día para repartir alimentos entre quienes menos poseen. Fue emocionante la presentación de su libro Un mundo mejor es posible.

Sobre todo para mí porque mi hermana Gemma, directora de comunicación de la ONG Rana, fue su interlocutora. Ella define al autor como “un santo en tierra” y el escrito como “revulsivo para el alma, inyección de esperanza” porque su tesis no tiene nada que ver con esa expresión típica y tópica de ¡qué mal está el mundo!, sino más bien con ¡cuánto ha mejorado el mundo!.

“Por ejemplo, si en 2016 tres de cada cien niños murieron antes de cumplir un año, en 1950 eran quince. Ha mejorado la sanidad, la alfabetización, la educación, hay menos trabajo infantil, y todo razonado con datos.”

Activistas son empresas sociales como Acompartir, que distribuyen excedentes, productos descatalogados o devoluciones entre ONGs que previamente se dan de alta en su portal. Gestionan invendidos, pero siempre productos nuevos y no alimentarios gracias a 160 empresas donantes, que crecen cada día. Los distribuyen a 450 ONGs que atienden a dos millones de personas.

Activistas son los fundadores de Recovo que en 2021 crearon una plataforma que permite que los tejidos sobrantes —uno de los puntos débiles de la producción textil— puedan ser vendidos a otros pero también comprados por otros. En sus trabajos anteriores, habían sido conscientes de primera mano de esta zona gris de la moda de la que poco se habla.

Eran además conocedores de la que se avecinaba con la Ley de residuos y la nueva normativa europea que pone la responsabilidad en las propias empresas no solo de los invendidos de las prendas acabadas sino también de los materiales. En la actualidad desarrollan su actividad a través de su página web, aunque también pueden atender a las empresas a través de un showroom.

Cuentan con más de 450 clientes, más del 40% internacional. Su método es bastante sencillo, ya que reciben muestras del tejido, que fotografían, cargan en la plataforma y difunden, pero el material sigue en posesión de la marca.

Estas suelen ser de tamaño medio, con una facturación de entre diez y cien millones de euros anuales. Gonzalo Sáenz Escudero, cofundador y CMO de Recovo cita algunas muy conocidas por el público en general, como “PRONOVIAS, o Ecoalf o Schlesser, si bien tenemos en el horizonte a los grandes grupos”.

Debo decir que desde que conocí el proyecto me enamoró porque no solo elimina un problema, con la utilización de tejido no usado, con lo que supone de ganancia económica para el vendedor, sino que esta también recae en el comprador que aprovecha los buenos precios ya conseguidos por esas marcas.

“Podemos estar hablando de un treinta por ciento más barato al tratarse de empresas que han comprado mucho volumen.” Y todo lo miden. No solo el metraje de telas sino “el ahorro de emisiones de CO2”. Para ello, se han asociado con la consultora española Dcycle.

Y como una de mis grandes obsesiones es el impulso de la moda española, me gustó especialmente saber que tienen firmado un convenio con la Asociación de Creadores de Moda de España (ACME) para que sus asociados se beneficien de descuentos en la plataforma.

Activistas son los mexicanos de Artesano Project que han conseguido acuerdos con las maquilas de Chiautempan, Tlaxcala, también para gestionar sus excedentes de tejidos para confeccionar otras prendas. El modelo es especialmente interesante ya que, más allá del beneficio de la venta, han logrado una mejora económica para esas empresas. ¿Cómo?, mediante la reducción impositiva.

Un buen ejemplo que podría ser escalable a otros lugares; por qué no a España. Los conocí a través de Instagram (@artesanoproyect) y me pareció un proyecto que merece la pena seguir de cerca.

Activista es mi querida Rossy De Palma, recién nombrada embajadora de buena voluntad de la Unesco para trabajar por la diversidad cultural y luchar en favor de la igualdad, y no únicamente de igualdades básicas, como es el caso de la de género, sino desde luego en derechos humanos, educación, justicia social y cuestiones que como ella misma dice “resultan anacrónicas”, pero que existir existen, “como es el caso de la desigualdad salarial entre hombres y mujeres”.

Ella, en si misma diversa, por polifacética, es un ejemplo de lucha por esa igualdad, pero también de generosidad, como la propia Unesco ha destacado. Luego, el movimiento se demuestra andando. Cómo si no.