“El campo es una actividad ruinosa”. Este es el mantra que escuchamos, desde hace tiempo, a muchos profesionales del sector agrícola en nuestro país. Y lamentablemente, para una parte de esta industria es un hecho cierto.

Por un lado, nos encontramos el problema del reducido tamaño de las explotaciones. Hasta comienzos del siglo pasado, la propiedad pasaba íntegramente al primogénito. Con el paso del tiempo y el avance de la sociedad, el relevo generacional implica repartir la propiedad entre los herederos, lo que profundiza en el problema de la atomización.

Las fincas son cada vez más pequeñas: la media de tamaño de una finca agrícola en España es de 24 hectáreas, según el informe de la Consultora PWC. Una dimensión insuficiente para alcanzar la masa crítica necesaria para ser rentable, así como para generar excedentes que poder reinvertir en tecnología, que les permita modernizar la explotación y reducir costes, en un mundo cada vez más competitivo.

Este problema de pérdida de competitividad es aún más acuciante por el agravio comparativo que suponen las importaciones de alimentos de terceros países.

Productos con unos costes de producción muy inferiores a los nuestros, pero también con normativas de calidad y residuos mucho más laxas, comparadas con las exigidas por la Unión Europea para nuestros alimentos. Y este no es un desafío único de España. Ocurre lo mismo en muchos países de nuestro entorno, como Italia o Portugal.

Afortunadamente, en Europa, conscientes de la importancia de asegurar la supervivencia del sector primario como proveedor de los bienes básicos de alimentación, se buscó hace tiempo la fórmula para ayudarlo a través de la Política Agrícola Común (PAC). Un programa de apoyo al sector que pretendía impulsar su reorganización, así como la inyección de una ingente cantidad de ayudas económicas. Y es que supone el 37% del presupuesto global de la UE.

Lamentablemente, como suele suceder en toda industria subsidiada, eso nos conduce a un segundo problema: las explotaciones menos rentables que reciben esas ayudas suelen correr el riesgo de generar el efecto contrario, acomodando la actividad a la rentabilidad obtenida por el subsidio y desincentivando la competitividad.

Estas pasan, por lo tanto, a depender de este subsidio para subsistir, por lo que –en un momento en el que Europa se está planteando recortar las ayudas– es lógico que empecemos a ver manifestaciones de caravanas de tractores por nuestras carreteras.

Una reconversión agrícola real

A la vista de este contexto, lo que parecen necesitar muchas de las explotaciones agrícolas tradicionales de nuestro país, en estos momentos es acometer una verdadera reconversión agrícola. Afortunadamente, en España disponemos todavía de muchas explotaciones que sí son eficientes y altamente competitivas.

Además de la archiconocida riqueza de las huertas murciana y valenciana, no tenemos más que viajar por el sur de España y visitar algunas regiones agrícolamente pobres en el pasado que, poco a poco y muy discretamente, han sabido aprovechar su enorme ventaja competitiva –el clima, entre otras variables– y han ido desarrollando una industria hortícola puntera, convirtiéndose en el Silicon Valley de la agricultura hortofrutícola en Europa.

Por suerte, esta especialización se está extendiendo a otras regiones de nuestro país. Poco a poco, inversores como nosotros (Aurea Capital) y, sobre todo, las grandes familias del sector han ido adquiriendo fincas "subóptimamente gestionadas", sustituyendo cultivos poco competitivos por otros mucho más rentables y con mayor proyección.

Todo esto aprovechando el evidente calentamiento global que estamos viviendo y que permite el desarrollo de ciertos cultivos en zonas en las que antes era impensable, como aguacates en Sevilla o cítricos en el noroeste andaluz.

Crece la demanda 

Claramente, el crecimiento demográfico y el envejecimiento de la población en Europa están incrementando la demanda de productos más frescos y naturales. Alimentos de proximidad, sin ningún tipo de residuos o ecológicos, y cultivados en sintonía con las medidas de seguridad y estándares sanitarios de la UE. Sin lugar a duda, los más exigentes del mundo.

Para España, esto supone una oportunidad única. Poca gente es consciente de la importancia del sector agroalimentario en nuestras cuentas nacionales. Un dato esclarecedor: nuestro sector agrícola es el que consigue hacer positiva nuestra balanza de pagos.

1. España es una potencia mundial y líder en producción agrícola en Europa con el 13% de cuota de mercado (2,4% a nivel mundial) y primer productor de aceite y aceituna del mundo.

2. Tenemos una sólida cadena de valor, con una potente infraestructura de distribución.

3. Nuestra gastronomía es única (marca España).

4. Disfrutamos de un clima privilegiado, con inviernos fríos, primaveras suaves y veranos cálidos, que nos permite desarrollar una amplia gama de cultivos, desde almendros y pistachos hasta cítricos y cultivos subtropicales, muy demandados en toda Europa.

Al igual que sucede con el sol para las energías renovables, no me canso de repetir que somos “el Texas de Europa”. En España, somos privilegiados al poder contar con un clima tan excepcional. Y debemos aprovechar, al máximo, esta enorme ventaja competitiva.

Queda, por lo tanto, replantear la frase con la inicié esta columna. Como le gusta decir a nuestro equipo técnico, “el campo, bien gestionado, es una actividad muy, pero que muy rentable”.

Antes de cerrar mi exposición, me gustaría resaltar la necesidad de optimizar el uso de un recurso, cada vez más escaso: el agua. Resulta paradójico que tengamos que explicar a nuestros políticos el enorme potencial de desarrollo económico que supondría para la mal llamada España vaciada, si implementamos un nuevo plan hidrológico nacional, de gran calado, y diseñado con altura de miras, más allá de colores partidistas.

No se trata de avivar polémicas, quitándole el agua a unas cuencas para dárselo a otras en momentos de sequía. Se trata de aprovechar los momentos de superabundancia para canalizar ese preciado recurso y no dejarlo escapar.

Viendo las imágenes de ríos desbordados en el norte, mientras siguen las restricciones por la sequía en la cuenca del Guadalquivir, me pregunto qué más necesitamos para sentarnos a plantear un gran plan hidrológico, a largo plazo, que nos permita aprovechar esta ventaja competitiva.

Asistimos a una oportunidad única con la que todos saldríamos ganando.

***Jaime Rodríguez Pato es responsable de producto y director de desarrollo de negocio de Aurea Capital IM.