El Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) número 12 nos recuerda que, en el caso de que la población mundial alcanzase los 9.600 millones en 2050, se necesitarían tres planetas para proporcionar los recursos naturales que mantuvieran el ritmo de producción y consumo actual.

Como sólo contamos con un único y hermoso –aunque dañado– planeta, es necesario reinventar los modelos de negocio y la economía en general para transformarlos en otros más responsables y sostenibles que protejan nuestro hogar.

En el caso de la moda y según un informe de la agencia de Medio Ambiente Europea, desde la perspectiva del consumo de la UE, el sector textil del hogar, la ropa y el calzado es la cuarta categoría de presión más alta para el uso de materias primas primarias y agua, después de alimentos, vivienda y transporte.

Además, es el segundo más alto para el uso de la tierra y el quinto para las emisiones de gases de efecto invernadero. Estos impactos se producen a lo largo de la cadena de suministro y son los países productores los que sufren principalmente sus consecuencias.

'Fast fashion'

El modelo de negocio actual en la moda se llama fast fashion o moda rápida. Se trata de un modelo de producción lineal, es decir, con una gran extracción de recursos naturales, un gran volumen de producción de prendas y de venta. 

Este sistema está potenciado por lo que se denomina obsolescencia programada y obsolescencia percibida. La primera tiene que ver con la mala calidad de los productos y la segunda, con las tendencias que cambian constantemente de tal manera que nos hacen ver como obsoletos productos en perfecto estado, generando grandes impactos ambientales y, por supuesto, sociales.

Si tuviéramos la capacidad de tocar una prenda y tener un flashback de todo lo que ha pasado en su cadena de producción, seguramente la soltaríamos inmediatamente porque veríamos a millones de mujeres confeccionando sin seguros, sin contrato de trabajo, sin un salario que les permita vivir dignamente y sin seguridad en las fábricas donde trabajan. Mujeres, todas ellas muy jóvenes, que normalmente no suelen sobrepasar los 24 años.

Veríamos también tierra de cultivo y ríos contaminados. Y todo por tener una prenda de bajo coste que apenas nos vamos a poner y que ni siquiera es de calidad ni está bien hecha.

¿Cómo es posible sentirse bien vistiendo así?

¿De dónde viene la ropa?

Otro de los grandes problemas de la industria textil es que está muy segmentada y globalizada. Esto hace que apenas tengamos información de la cadena de suministro.

Para las empresas de moda, a la hora de implementar criterios de sostenibilidad, su primer gran reto es identificar su cadena de producción y conocer realmente dónde se están produciendo sus prendas. Muchas veces se subcontratan empresas más pequeñas para realizar algunas operaciones y cumplir los rápidos tiempos que les piden las compañías, lo que permite que se pierda esa trazabilidad fácilmente en un entramado de miles de talleres informales.

El plan de la UE

Por eso, uno de los puntos clave de la recién estrenada estrategia de textiles sostenibles y circulares de la Unión Europea es buscar esta transparencia y tener cada vez más información para evitar los numerosos accidentes que se dan en el sector.

Esta estrategia es una llamada de atención para comenzar un cambio sistémico de modelo de producción y consumo hacia la circularidad y la eficiencia energética que tiene como objetivo reducir las presiones ambientales y climáticas.

Dentro de esta estrategia podemos destacar algunos de sus puntos principales como el aumento de la calidad y durabilidad de las prendas, que sean más fáciles de reparar y reciclar, con un contenido mínimo de material reciclado y poniendo el foco la liberación de microplásticos provenientes de textiles sintéticos, nefastos para nuestra salud y que ya se han encontrado en muestras de sangre humana y en la placenta de las mamás.

Sobre los consumidores se busca que estén mejor informados sobre la sostenibilidad medioambiental de los productos y mejor protegidos frente al greenwashing. Para ello se establecerá lo que se llama el pasaporte digital de producto con normas y medidas estandarizadas comparables. Los usuarios y consumidores también tendrán derecho a la reparación de sus productos.

Dos puntos importantes también serán la prohibición de la destrucción de textiles no vendidos o devueltos y la Responsabilidad Ampliada del Productor Textil de manera obligatoria que bajo el principio jurídico de “el que contamina, paga” establecerá diferentes tasas para los productos según su grado de contaminación.

Estos dos últimos puntos se refuerzan con la nueva Ley de Residuos española, que trae consigo dos nuevos impuestos que gravan el depósito de desechos en vertederos y la incineración. También se prohíbe destruir productos no perecederos no vendidos, como los textiles, que tendrán que ir a canales de reutilización.

En Europa, este nuevo contexto va a ser un gran impulsor de innovación. De hecho, la moda sostenible ha traído al mercado miles de innovaciones en procesos y materiales que ofrecen alternativas muy interesantes a los usados convencionalmente. 

Ética y esperanza

El sector también se va a volver más sofisticado, pequeño y controlado, más slow y menos fast. La industria tiene por delante una gran oportunidad de avanzar, pero nada de todo esto tendrá éxito sin dos palabras clave: ética y esperanza.

Ética para tener en cuenta que cuando ganamos solos, realmente estamos perdiendo. Porque un mundo individualista no puede prosperar con los retos medioambientales y sociales actuales.

Esperanza porque todos tenemos la responsabilidad de actuar en positivo e inspirar a otros a hacerlo. Desde las pequeñas a las grandes decisiones personales y profesionales.

Sólo definiendo entre todos el camino que realmente no deje a nadie atrás, seremos capaces de cumplir con la bella visión que representa la Agenda 2030.

*** Gema Gómez es directora ejecutiva y fundadora en Slow Fashion Next.