Si uno atiende al sentido que Naciones Unidas otorga a los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) -y los diecisiete retos que la humanidad queremos y debemos aceptar-, termina por entender que la utopía es posible. Porque es necesaria, y porque carece de alternativa.

Más de 170 naciones, posiblemente las más capaces y necesitadas al mismo tiempo, aceptan trabajar de forma positiva y cuantificable en pos de “erradicar la pobreza, proteger el planeta y garantizar que todas las personas del mundo, sin distinción, gocen de paz y prosperidad”.

Esa es, sin duda, la utopía del siglo XXI, concebida no a partir de cómo ha de concebirse una sociedad nueva e idealizada, sino de cómo podemos mejorar, de forma paulatina, progresiva y universal, a partir de las virtudes y necesidades del mundo actual.

Emiliano García-Page, presidente de Castilla-La Mancha, reivindica el papel de la Agenda 2030

Emiliano García-Page, presidente de Castilla-La Mancha, reivindica el papel de la Agenda 2030

No se trata de destruir y levantar sobre las cenizas una nueva humanidad, sino de convencernos de que la evolución es posible. Y lo es sobre la base del altísimo grado de intercomunicación existente, de la paulatina eliminación de barreras culturales, físicas y sociales, y del rápido deterioro de la vida en el planeta a causa de un cambio climático del que somos en gran medida responsables.

Es, además, una causa justa que generaciones y generaciones de seres humanos han soñado durante siglos. Por ella han peleado y desangrado. Y nos implica a todos tanto a nivel colectivo como individual.

Porque si los gobiernos podemos llegar a acuerdos en materia medioambiental, colaborativa y económica, los ciudadanos pueden aportar su esfuerzo mediante el cambio de hábitos de consumo, de relación con la naturaleza, de respeto a la diversidad, y de apuesta por la solidaridad.

El precedente inmediato permitió un avance razonable en materia de reducción de las desigualdades a nivel global. Aquellos Objetivos de Desarrollo del Milenio acordados en el seno de Naciones Unidas para el periodo 2001-2015 nos animan, pese a todo, a fijar una hoja de ruta más ambiciosa, más detallada, más posible.

¿Hay alguien que de verdad se oponga a la posibilidad de “poner fin a la pobreza en todas sus formas y en todo el mundo”? ¿O a “poner fin al hambre”? Que exista una explicación de por qué todavía existen grandes bolsas de pobreza en todas las sociedades no implica necesariamente que tenga justificación.

La utopía del siglo XXI se concibe a partir de cómo podemos mejorar a partir de las virtudes y necesidades del mundo actual

Tenemos medios y capacidad para redistribuir la riqueza, reequilibrar el acceso a los bienes fundamentales y, de esta manera, generar una dinámica de desarrollo colectivo. Pero no solo se trata de una idea general, es una batalla que hay que dar en cada localidad, en cada región, en cada nación, en cada continente.

Es una batalla que se debe ganar en los despachos. Pero también en las calles, en las comunidades de vecinos, en las empresas.

En estos últimos años hemos logrado reducir en un 50% ambas lacras para la humanidad. Este impulso debe superar las grandes crisis humanitarias creadas por las guerras de estos años y permitirnos actuar con inteligencia. La mejor forma de frenar las migraciones obligadas es generar las condiciones de paz, bienestar y salud indispensables para que nadie se vea obligado a abandonar su tierra en contra de su voluntad.

Pero todo ello no sería suficiente si dejamos de avanzar en la garantía de salud y bienestar, mediante la promoción de una vida sana para todas las personas, de acuerdo a su edad. Y ello nos obliga a expandir el acceso a una sanidad eficaz, en la atención, pero también en la prevención.

Como Gobierno regional trabajamos en ello con nuestra población, pero debemos igualmente implicarnos en la universalización de la sanidad. Saber que todavía seis millones de niños y niñas mueren cada año antes de cumplir cinco años de edad, o que el VIH sigue siendo la principal causa de muerte en adolescentes del África subsahariana, no puede dejarnos insensibles.

Que exista una explicación de por qué todavía existen grandes bolsas de pobreza en todas las sociedades no implica que tenga justificación

Hay otros objetivos no menos urgentes. Sobre todo, porque a medida que se van cumpliendo, permiten ser a la vez herramienta para lograr los demás. Hablamos de garantizar la “educación inclusiva, equitativa y de calidad y promover oportunidades de aprendizaje durante toda la vida para todos y todas”.

O de “lograr la igualdad entre los géneros y empoderar a todas las mujeres y niñas”. O garantizar el acceso “al agua y su gestión sostenible, así como el saneamiento”. También de “garantizar el acceso a una energía asequible, segura, sostenible y moderna” y de “promover el crecimiento económico sostenido, inclusivo y sostenible, el empleo pleno y productivo y el trabajo”.

Hablamos de “construir infraestructuras resilientes, promover la industrialización inclusiva y sostenible y fomentar la innovación”, “reducir de las desigualdades en y entre los países” y “lograr que las ciudades y los asentamientos humanos sean inclusivos, resilientes y sostenibles”. De modos “de consumo y producción sostenibles” y de “adoptar medidas urgentes para combatir el cambio climático y sus efectos”.

Si nos fijamos bien, los ODS constituyen un programa de gobierno universal que respeta la diversidad, la autonomía, la libertad y la diversidad, pero llama a la colaboración, el entendimiento y el intercambio justo a partir de una explotación racional de los recursos naturales.

Precisamente por ello, se incluye el reto de “conservar y utilizar en forma sostenible los océanos, los mares y los recursos marinos para el desarrollo sostenible”, y “proteger, restablecer y promover el uso sostenible de los ecosistemas terrestres, efectuar una ordenación sostenible de los bosques, luchar contra la desertificación, detener y revertir la degradación de las tierras y poner freno a la pérdida de biodiversidad biológica”.

Los ODS constituyen un programa de gobierno universal que respeta la diversidad, la autonomía, la libertad y la diversidad, y llama a la colaboración

La humanidad no tiene por qué agotar el planeta, cuya capacidad de regeneración es inmensa si no cortamos de raíz el ciclo de la vida. Pero sin una llamada a la paz y a la justicia -y también al compromiso de los gobiernos firmantes- nada mejorará realmente.

Por eso, los últimos retos son tan importantes como los primeros, pues se convierten en herramienta y vía de cumplimiento, además de un fin deseable en sí mismos. “Promover sociedades pacíficas e inclusivas para el desarrollo sostenible, facilitar el acceso a la justicia para todos y crear instituciones eficaces, responsables e inclusivas a todos los niveles” y “fortalecer los medios de ejecución y revitalizar la alianza mundial para el desarrollo sostenible”.

Nosotros, como Gobierno de una comunidad autónoma que sabe de la dureza del clima, de la importancia de la agricultura y el medio natural, de la posibilidad de generación de energías limpias gracias al sol y al viento, de la alimentación como necesidad y como vía de redistribución de riqueza, de la solidaridad para no dejar atrás a nadie cuando la crisis aprieta, apostamos por reformar y revitalizar el medio rural. Generando, así, corrientes de energía circular y de empleo verde asociado a la naturaleza y su conservación.

Hablamos también de la reversión del fenómeno de la emigración mediante el impulso del empleo joven y la retención y recuperación del talento. Apostamos porque la formación, hasta su máximo grado, no dependa de la capacidad económica de las familias y sí de la voluntad y capacidad de la persona.

Generamos un clima permanente de concertación social y apoyo a la inversión sostenible. Defendemos el acceso al agua y su uso racional, y apostamos por la libertad y la cooperación, por el respeto a la norma y la participación ciudadana en la toma de decisiones.

Y defendemos la necesidad de permeabilizar fronteras y barreras de todo tipo, frente a quienes creen que hay que levantarlas, defenderlas con crueldad e impermeabilizarlas para que la visión de los problemas de los demás no amargue nuestra comodidad.

Por eso nos sentimos integrados en una Europa que lidera la voluntad de desarrollo universal en paz, democracia y libertad, y aspiramos a un mundo capaz de responder a estos diecisiete retos que la ONU ha lanzado bajo el manto de los ODS.

***Emiliano García-Page Sánchez es presidente de Castilla-La Mancha.