El parque Enrique Tierno Galván, situado en el sureste de la ciudad de Madrid.

El parque Enrique Tierno Galván, situado en el sureste de la ciudad de Madrid. iStock

Historias

Más árboles, menos estrés: así se convierten los parques y los jardines urbanos en sistemas de salud pública

Cada vez más estudios científicos confirman que el contacto con la naturaleza mejora el bienestar emocional.

Más información: Más depresión y ansiedad por la contaminación en las ciudades: una tarea aún pendiente y evitable

Arantza García
Publicada

Las ciudades modernas no solo concentran mucha población y actividad económica. También concentran estrés.

Según la Organización Mundial de la Salud, vivir en entornos densamente poblados y con escaso contacto con la naturaleza puede provocar altos niveles de ansiedad, depresión y problemas de salud mental.

En este escenario, los espacios verdes como parques, jardines comunitarios o plazas con árboles, cumplen un papel mucho más relevante que decorar, funcionan como auténticos sistemas de salud pública.

Cada vez más estudios científicos confirman que el contacto con la naturaleza mejora el bienestar emocional. En un momento en el que parecen dispararse los problemas de ansiedad, depresión y soledad, los espacios verdes son tan importantes como los hospitales o los centros deportivos.

Un estudio del Instituto de Salud Global (ISGlobal) reveló que las personas que residen en barrios con mayor cobertura arbórea presentan niveles más bajos de estrés, consumen menos medicaciones psicotrópicas y gozan de una salud mental más estable.

Para consolidar estos efectos beneficiosos, una de las propuestas más innovadoras es la regla 3-30-300, planteada por el silvicultor Cecil Konijnendijk y puesta a prueba en ciudades como Barcelona por el equipo de Mark Nieuwenhuijsen, director del programa de Clima, Contaminación Atmosférica, Naturaleza y Salud Urbana de ISGlobal.

Parc Guell de Barcelona.

Parc Guell de Barcelona. Gatsi Istock

Esta regla propone tres requisitos: ver al menos tres árboles desde cada hogar, vivir en barrios con un 30% de cobertura arbórea y no estar a más de 300 metros de un espacio verde.

"Observamos que las personas que vivían en zonas que cumplían la regla 3-30-300 tenían una salud mental mucho mejor, con reducciones del 23 al 76 % en indicadores como la mala salud mental autodeclarada, el uso de medicamentos para la ansiedad y la depresión o las visitas al psicólogo o psiquiatra", explica Nieuwenhuijsen.

El dato preocupante es que solo el 6 % de los habitantes de Barcelona vive en zonas que cumplen esta regla. "Aún queda mucho por mejorar", subraya el investigador, que considera urgente extender esta filosofía a la planificación urbana de otras ciudades españolas.

Biofilia, la necesidad ancestral

"El contacto con entornos naturales no solo nos calma, sino que ayuda a regular procesos fisiológicos y emocionales de los que muchas veces no somos conscientes", explica José Antonio Corraliza Rodríguez, catedrático de Psicología Ambiental en la Universidad Autónoma de Madrid.

Corraliza lleva décadas investigando el vínculo entre los espacios naturales y bienestar psicológico. Su principal conclusión es que nuestra relación con la naturaleza no es un capricho, sino una necesidad evolutiva.

"La especie humana ha vivido durante el 99% de su historia en entornos naturales. Solo en los últimos siglos hemos pasado a habitar masivamente en ciudades. Nuestro sistema nervioso está adaptado a la presencia de vegetación y agua. Lo llevamos en los genes", afirma.

Este principio, conocido como biofilia, explica por qué los espacios verdes y azules (los que incluyen agua) resultan tan atractivos.

"Nos sentimos bien cerca de un río o bajo la sombra de los árboles porque, desde un punto de vista evolutivo, esos lugares aseguraban nuestra supervivencia. Hoy, aunque no seamos conscientes, nuestro cerebro sigue reaccionando ante ellos con alivio y placer", añade.

Naturaleza cercana

Numerosas investigaciones avalan este planteamiento. En un estudio liderado por el propio Corraliza, se midieron por separado dos variables en una determinada población infantil: el nivel de naturaleza cercana y el nivel de estrés percibido.

"La correlación fue casi perfecta: cuanto más verde había cerca, menos estrés presentaban los menores. Y no era una percepción subjetiva, sino una relación estadísticamente robusta", detalla. Esta evidencia cobra especial importancia en un contexto de aumento de los problemas emocionales entre niños y adolescentes.

La falta de contacto con la naturaleza se relaciona incluso con un fenómeno denominado "trastorno por déficit de naturaleza", acuñado por el naturalista Richard Louv, que describe los efectos del alejamiento del medio natural en las nuevas generaciones.

Vista panorámica de El Retiro, Madrid (España).

Vista panorámica de El Retiro, Madrid (España). agaliza Istock

Mark Nieuwenhuijsen coincide en que los efectos son claros y consistentes: "En general, las personas que viven en zonas con más espacios verdes tienen mejor salud mental y física, y menos probabilidades de morir prematuramente. Los espacios verdes son esenciales para una buena salud".

El contacto con la naturaleza tiene un efecto restaurador sobre la mente. Pasear por un entorno verde alivia la fatiga atencional causada por el ruido, las pantallas y la multitarea constante.

"El contacto con la naturaleza permite restaurar la capacidad de concentración y reducir la rumiación mental, ese darle vueltas una y otra vez a los problemas", explica Corraliza.

La variedad de estímulos te saca del bucle y te devuelve al presente. Nieuwenhuijsen complementa esta idea con datos: "Nuestros estudios muestran que las personas que pasean o realizan actividad física en entornos naturales presentan niveles más bajos de cortisol, una mejor regulación emocional y mayor satisfacción vital".

No es moda, es necesidad

El urbanismo biofílico no es un lujo ni una tendencia pasajera. "No se trata de adornar la ciudad ni de seguir una moda, sino de responder a una necesidad psicológica profunda", insiste Corraliza. Esa mejora se traduce en menos estrés, más equilibrio emocional y una vida más plena.

Pero, advierte, no valen todos los espacios verdes. "No basta con plantar un árbol en una rotonda o colocar césped artificial. Los buenos espacios verdes son los que invitan al uso, los que se integran en la vida cotidiana, los que te animan a salir, pasear o encontrarte con otros".

¿Qué tipo de naturaleza necesitamos? Corraliza defiende la naturaleza de proximidad, los pequeños parques o jardines de bolsillo —los pocket gardens— que se pueden disfrutar sin necesidad de coger el coche. "Es preferible tener muchos espacios pequeños bien conectados que un único gran pulmón verde al que hay que desplazarse", señala.

Ejemplos exitosos como el Anillo Verde de Vitoria, o proyectos en París, Copenhague y Melbourne, muestran cómo una red de espacios verdes interconectados puede transformar la calidad de la vida urbana.

"No hace falta construir un nuevo parque monumental", insiste Nieuwenhuijsen. "Plantando árboles en las calles, cubriendo patios escolares o creando microespacios verdes en barrios densos ya se generan beneficios tangibles".

El arquitecto Juan Carlos García-Perrote Escartín, especialista en paisajes urbanos como el Paseo del Prado y el Retiro, coincide en que los espacios verdes bien diseñados son mucho más que una cuestión estética.

"En el Prado o la Castellana se ve claramente: un buen eje arbolado mejora la temperatura, la sombra, la calidad del aire y, sobre todo, la tranquilidad. Reduce la tensión del tráfico y ofrece frescor y bienestar", explica.

Nieuwenhuijsen coincide en que los retos no son técnicos, sino políticos y económicos: "Las principales barreras son la voluntad política, el conocimiento y la financiación. Muchas ciudades están demasiado dominadas por el coche y la infraestructura vehicular ocupa gran parte del espacio público. Falta decisión para reducir el uso del coche y destinar ese suelo a zonas verdes. Además, crear y mantener espacios verdes es costoso, y las ciudades suelen priorizar otras inversiones".

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Aun así, observa un cambio positivo: "Veo una tendencia creciente: cada vez más ciudades quieren ser más verdes, y eso es esperanzador. No es necesario construir grandes parques; se pueden plantar árboles o arbustos, o crear pequeños espacios verdes que marquen la diferencia".

Para García-Perrote, estos espacios tienen también un valor cultural: "El Paseo del Prado y el Retiro forman parte del 'Paisaje de la Luz', Patrimonio Mundial de la UNESCO. Son el ejemplo de cómo integrar la naturaleza en el corazón de la ciudad, generando una escena más apacible y saludable".

Aboga por mantener y reforzar los corredores ecológicos, así como proyectos como el Bosque Metropolitano, que recuperan la idea del "Anillo Verde" madrileño con criterios de sostenibilidad.

Nieuwenhuijsen apunta un reto añadido, el cambio climático. "La crisis climática y las sequías asociadas pueden complicar la creación de zonas verdes. Por eso la gestión del agua y la elección de especies adaptadas son cruciales. No basta con plantar; hay que cuidar y planificar".

La soledad urbana

La naturaleza urbana no solo cuida cuerpos y mentes; también construye comunidad. "Cuando las personas se vinculan emocionalmente a un espacio verde, lo cuidan más. Se sienten responsables", explica Corraliza.

Sus investigaciones demuestran que el contacto frecuente con la naturaleza aumenta la empatía ambiental y la responsabilidad social. Los parques se convierten en aulas al aire libre, espacios de convivencia y aprendizaje intergeneracional.

El aislamiento social se ha convertido en otra epidemia silenciosa. Las estadísticas confirman que cada vez más personas viven solas, sobre todo en las grandes urbes.

Y la soledad, además de ser emocionalmente dolorosa, constituye un factor de riesgo para la salud. Aquí, nuevamente, el verde emerge como medicina.

"Un estudio publicado en International Journal of Epidemiology, demostró que las personas que vivían en barrios con al menos un 30% de superficie verde en un radio de 1.600 metros presentaban niveles significativamente más bajos de soledad", señala Corraliza.

Los parques y jardines funcionan como escenarios sociales donde es posible romper el aislamiento: "El espacio verde actúa como un imán para salir de casa, caminar, conversar, sentirse parte de algo. Ayuda a reconstruir vínculos", añade.

Hacia un urbanismo biofílico

El desafío, coinciden los expertos, es integrar todos estos principios en la planificación urbana. No basta con sumar metros cuadrados de verde, hay que pensar en cómo se usan, quién los disfruta y qué vínculos generan.

Es lo que propone el urbanismo biofílico, diseñar ciudades que reconecten a las personas con la naturaleza, no como un lujo, sino como una necesidad.

Según los expertos, invertir en la creación de ecosistemas verdes en las ciudades no es un gasto, sino una inversión en salud pública, cohesión social y sostenibilidad. "Una ciudad verde es una ciudad más justa, más sana y más humana", concluye García-Perrote.

Corraliza lo resume con una frase sencilla pero reveladora: "El contacto con la naturaleza nos ayuda a estar mejor… y a ser mejores". Las ciudades del futuro, si quieren ser verdaderamente habitables, deberán aprender a respirar. Porque una ciudad que respira, también sana.