
Imagen de archivo de un menor de la mano de sus padres. Reuters
Más de uno de cada 10 niños vive con ansiedad o depresión: un estudio español culpa a la contaminación del aire
Una investigación liderada por el Vall d’Hebron y el Sant Joan de Déu alerta que la exposición a la polución puede afectar al cerebro de los más pequeños.
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A los niños les resulta más difícil expresar lo que les pasa cuando no se encuentran bien. Al fin y al cabo, es a lo largo de su infancia, una etapa clave para el desarrollo de cualquier persona, cuando comienzan a construir su lenguaje, su forma de relacionarse con el mundo, y la consciencia de sus emociones. Por ello, detectar a tiempo los primeros signos de ansiedad, tristeza persistente o conductas violentas puede ser tan complejo como crucial.
Lo que quizá no todos los padres hayan advertido aún es que el aire que sus hijos respiran podría estar mermando su estabilidad emocional. Depresión, agresividad: no solo la genética o el contexto familiar influyen. Es una de las conclusiones del último estudio liderado por el Vall d’Hebron Instituto de Investigación (VHIR) y el Instituto de Investigación Sant Joan de Déu (IRSJD), que advierte de que la contaminación atmosférica agrava el riesgo de sufrir trastornos emocionales en la infancia.
En el mundo, más del 13% de los menores sufren problemas de salud mental y muchos se prolongan hasta la edad adulta. El estudio, que ha evaluado a 4.485 menores de entre 5 y 10 años en Cataluña, constata que la exposición continuada a partículas como el dióxido de nitrógeno (NO₂) o las PM10 —aquellas inferiores a 10 micrómetros que pueden provenir de fuentes naturales como incendios, al igual que de otras antropogénicas, entre ellas las emisiones de los vehículos—tiene un impacto directo sobre su bienestar psicológico.
Allí crecen, así crecen
Los investigadores, conscientes de que la ausencia de un corpus bibliográfico que estudie en profundidad los efectos del entorno en la salud de la infancia, analizaron datos recogidos en 48 centros tanto públicos como privados y cuestionarios dirigidos a las familias sobre la conducta de sus hijos. Igualmente, evaluaron la calidad del aire en los años previos al estudio y la cercanía de espacios verdes.
Los resultados, publicados a finales de marzo en la revista Child and Adolescent Mental Health, son claros: los efectos nocivos de la contaminación se hacen visibles ya al cabo de un año. Los investigadores no encontraron diferencias significativas ligadas al nivel socioeconómico ni a la genética, lo que refuerza el papel del entorno físico como desencadenante o amortiguador de los trastornos.
Las conclusiones de la investigación impulsada por la Fundación 'la Caixa' pueden complementarse con las de otro estudio realizado en 2024 desde el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal), que revelaba que la exposición a gases contaminantes —en especial el NO2 que emiten los tubos de escape— estaba relacionada con el retraso del desarrollo de la capacidad de atención en edades tempranas.
"El córtex prefrontal, la parte del cerebro responsable de las funciones ejecutivas, se desarrolla lentamente y va madurando durante el embarazo y la infancia", alertaba entonces la autora Anne-Claire Binter, quien también alertaba de la posibilidad de que los niños se vean más afectados por este fenómeno que ellas, dado que "los organismos femeninos controlan mejor el equilibrio del estrés oxidativo [que aumenta por la contaminación del aire], lo que podría mitigar el efecto de la contaminación del aire en las niñas".

La contaminación de los coches afecta a la capacidad de atención de los niños.
En el caso del estudio del Vall d'Hebron, pese a la alarma, puede leerse un matiz esperanzador: si el aire viciado incrementa la tensión interna, el verde la alivia. Según los investigadores, el hecho de tener espacios abiertos con vegetación a menos de 100 metros del colegio reduce el comportamiento agresivo de los niños y adolescentes, con diferencias observables incluso cuatro años después de la exposición.
En un contexto en el que muchas urbes europeas —Madrid y Barcelona entre ellas— superan los niveles de contaminación recomendados por la OMS, Rosa Bosch, coordinadora del programa SJD MIND Escuelas en el IRSJD y coautora del informe, apunta en declaraciones recogidas por EFE que "es clave apostar por estrategias para mejorar la calidad del aire y ampliar los espacios verdes, especialmente en áreas cerca de las escuelas".