Más allá de la emoción que sentí al ver reconocida mi labor con la exhibición, ante nueve millones de españoles, de una portada emblemática de mis últimos días como director del periódico que había fundado un cuarto de siglo antes, he de decir que Albert Rivera acertó de lleno al alegar que su contenido explica la bochornosa incomparecencia de Rajoy. Y que Iglesias y Sánchez complementaron el gesto acorralando a la candidata suplente sin que ella fuera capaz de zafarse del todos contra la corrupción que cambió la marcha del hasta entonces plácido debate.

Albert Rivera muestra la portada de El Mundo durante el debate.

Albert Rivera muestra la portada de El Mundo durante el debate.

Esa portada se publicó el martes 9 de julio de 2013 y personalmente cuadré con un bolígrafo Bic, como el de Pablo Iglesias, las matrices de sus dos líneas de título a cinco columnas: "Los originales de Bárcenas incluyen pagos de sobresueldos a Rajoy cuando era ministro". Este era el hecho insoslayable que se deducía del documento en forma de hoja de bloc que la víspera me había hecho llegar el encarcelado Bárcenas a través de una persona de su estricta confianza.

Se trataba del primer original de la contabilidad B del PP que veía la luz. Era la demostración de que lo que había publicado el domingo 7 en mi Carta del Director "Cuatro horas con Bárcenas" era cierto. Los pagos a "M. Rajoy" aparecían de forma recurrente en los años en que formaba parte del Gobierno pese a que la Ley de Incompatibilidades le impedía recibir emolumento complementario alguno, so pena de inhabilitación.

Portada de El Mundo con las anotaciones de Bárcenas.

Portada de El Mundo con las anotaciones de Bárcenas.

En el mismo momento que tuve el documento sentí que me quemaba entre las manos. Lo recibí a las tres de la tarde y lo puse a disposición de la justicia poco después de las seis, tras haberlo fotografiado en el periódico. La hoy adjunta al director de EL ESPAÑOL, María Peral, hizo una gestión ante la Audiencia Nacional para que se habilitara su recepción en el registro y me acompañó, junto a nuestra abogada Cristina Peña, a realizar la entrega física.

A la mañana siguiente el juez Ruz, recién regresado de un viaje al extranjero, me citó a declarar veinticuatro horas después y convocó a Bárcenas para el lunes. Pese a las turbias maniobras obstruccionistas de los abogados del ex tesorero que pagaba el PP y otros oscuros personajes incrustados entre las partes personadas en la causa, mi declaración se produjo el jueves 11. Durante varias horas me ratifiqué en que todo lo publicado sobre el modus operandi de la caja negra de Genova 13 era fiel al relato de Bárcenas y en la autenticidad de la documentación entregada.

El círculo se cerró el domingo 14 cuando publiqué, también a toda portada, la reproducción de los pantallazos de los SMS de Rajoy a Bárcenas. No cabía, no cabe, no cabrá en los libros de historia otra interpretación que la de que el jefe del Gobierno protegía al extesorero para que este no revelara que durante años había estado cobrando sobresueldos ilegales. La excusa esgrimida en varias ocasiones por Rajoy de que cuando mandó los mensajes no sabía lo que ha sabido luego es simplemente mentira porque el último SMS, el de "Luis, sé fuerte", es posterior al anuncio público de la aparición del botín oculto en Suiza.

La única explicación alternativa a la indecencia personal e indignidad política que para Rajoy se deriva de esos documentos es tan inverosímil como que Bárcenas hubiera estado falsificando durante años la contabilidad B y preconstituyendo pruebas contra sus jefes ante la eventualidad de que algún día pudieran salir a la luz. Pero la comprobada veracidad de los demás apuntes, entreverados con los sobresueldos, también echa prácticamente por tierra esa conjetura.

Tiene razón Pedro Sánchez cuando alega que Rajoy debió haber dimitido entonces. En cualquier otra democracia hubiera ocurrido de forma fulminante. Cuando vio los documentos, Nick Clegg me dijo que Cameron u otro primer ministro británico hubiera sobrevivido "pocas horas" a la divulgación de algo de esa contundencia. A fin de cuentas Nixon tuvo que dimitir y dejar infamantemente la Casa Blanca en helicóptero por haber tapado las pruebas de la financiación ilegal de su campaña y mentido a continuación. Lo mismo que hizo Rajoy.

Pero en España los hábitos democráticos británicos o norteamericanos brillan por su ausencia. Todos sabemos lo que pasó después. Rajoy se atornilló al cargo y yo fui destituido a los pocos meses como director de ese diario El Mundo que había sido mi criatura y al que dediqué en cuerpo y alma todos y cada uno de los días de veinticinco años de mi vida. Aquella fue una crisis compleja de la que ya se me ha olvidado casi todo pero fue el propio presidente quien estableció el puente entre las dos orillas del conflicto cuando en ese pleno del 1 de agosto de 2013, al que tan cínicamente se refirió durante su cómodo paseo por La Sexta Noche, convirtió el ataque al periódico -"El Mundo tergiversa y manipula"- en la base de su estrategia de defensa, lacayunamente jaleada por los pancistas que integraban el grupo parlamentario popular. Los detalles de todo esto figuran en el prólogo de "Contra unos y otros", publicado hace unos meses en La Esfera de los Libros.

En el plano de la respetuosa polémica pública no faltarán ciudadanos avisados que se pregunten cómo es posible que, habiendo quedado ya demostrado en sede judicial que la caja B del PP era una realidad y que por lo tanto el tergiversador y manipulador era Rajoy, haya quienes en distintos ámbitos puedan interactuar ahora con el presidente sin exigirle explicaciones previas por sus palabras de entonces. Pero, como digo, esto es España porque si no lo fuera tampoco se entendería que Sánchez, Rivera e Iglesias hayan acudido como pardillos al debate trucado de la "operación Menina", orquestado en la oscuridad por el mismo directivo periodístico que recibió "diez o doce veces" a Bárcenas en aquellos meses en los que se intentaba taparle la boca, coordinando sus gestiones ante la policía con las de la propia vicepresidenta.

No hay mal que por bien no venga. Los lectores de cada medio sabrán si los cambios han sido para bien y el tiempo dirá si sus ejecutivos acertaron por acción u omisión en sus decisiones. Ha sido de hecho mi joven sucesor quien acaba de denunciar con tino que "los cuatro últimos años han supuesto un grave deterioro de la libertad de los medios de comunicación en España". Yo hace tiempo que he dejado de hablar de lo ocurrido y sólo la exhibición pública de esa portada por la que tanto me atacó Rajoy lo ha devuelto a la actualidad. Para mí está ya muy claro que lo que viví como un trauma fue lo que los ingleses llaman una "blessing in disguise". Una "bendición disfrazada", sí, pues de no haberse producido, yo no sería ahora tan feliz dando vida con mis compañeros de varias generaciones a EL ESPAÑOL, acompañados ya desde el primer mes -se dice pronto- por dos millones y medio de lectores.

Queda por zanjar, claro está, la cuestión de la responsabilidad política de Rajoy. Si no ha tenido los arrestos necesarios para dar la cara en el debate es simplemente porque no hubiera podido refutar de forma mínimamente convincente lo que dice esa portada. Puede alegarse que la cuantía de aquellos sobresueldos no permite achacarle un lucro personal corrupto, pero es irrebatible que su conducta tanto al cobrarlos como al maniobrar para encubrirlos supone una tacha moral indeleble que le acompañará durante lo que le quede de carrera. Y el que una parte de los españoles no pusiera el rasero de la exigencia demasiado alto, tendría la ventaja de que el resto podríamos seguir recordándolo cada día al verle consumirse al frente de un ejecutivo tan débil como su propio carácter y convicciones.