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Puedo decir que soy uno de los supervivientes del Capital Fest. La frase sonará frívola o exagerada, pero créanme, el fracaso organizativo convirtió un día de música y diversión en una pequeña batalla por la superviviencia. Es cierto que la celebración del Festival coincidió con una ola de calor inusual a estas alturas de año, pero los cientos de metros de sombra que anunciaron los organizadores se reducían a una especie de carpa muy lejos del escenario. Por no hablar de los nebulizadores...

Pese a todo, fui de los afortunados que no tuvieron que aguantar horas de cola al sol (hablé con gente que había estado dos horas y media) para hacer la recarga de la pulsera. Sin saber que Sidonie, el grupo que abría el cartel a las 13:00 horas, era baja de última hora por Covid-19, llegamos poco después de la apertura de puertas y tardamos unos veinte minutos en la recarga, algo normal en cualquier festival. Primer concierto de Varry Brava al sol talaverano y a esperar al siguiente de Miss Cafeína. Por entonces, la cola para recargar la pulsera ya había crecido ostensiblemente y la Cruz Roja tuvo que comenzar a actuar.

Había pasado más de una hora del final del primer concierto y no había pistas de que comenzase el segundo, con lo que decisimos salir del recinto para comer y buscar un lugar más fresco. Nuestro gran aliado y el de muchos fue el Parque de la Alameda, una suerte de campo de refugiados para festivaleros cuyos árboles nos salvaron de la insolación.

Con las pilas recargadas y el caos organizativo comenzando a circular por las redes sociales, volvimos al recinto poco antes de las 19:00 horas, momento en el que estaba programado el concierto de Carlos Sadness. A esa hora, los bomberos ya habían acudido al rescate refrescando a la gente con mangueras y el quilombo empezaba a montarse en las barras. Pese a todo, conseguí una cerveza y un refresco en un tiempo aceptable. 

Con la buena vibra de las rimas tropicales de Carlos Sadness fuimos a por más bebidas sin saber que las barras se habían convertido en un capítulo de The Walking Dead. Cincuenta minutos de reloj apelotonados para conseguir algo de beber. Y eso si tenías suerte, porque en algunas barras la cerveza ya se había terminado y los pocos camaremos que había para el volumen de personas estaban totalmente desbordados. 

Pensando que sería cosa de descanso entre conciertos, la siguiente vez probé a acercarme en plena actuación de La Casa Azul con la misma suerte. De ahí en adelante, la situación fue a peor porque las barras se iban quedando sin algunas bebidas. La resignación era el único asidero al que agarrarse.

El ejemplo de la gente y los artistas

Puede resultar tópico y manido, pero lo mejor del día fueron la gente y los artistas. La gente, porque pese a todos los motivos que les pusieron en bandeja no provocaron ni un solo altercado creando un ambientazo y disfrutando pese a todo.

También tuvo mucho que ver la profesionalidad de los artistas y sus equipos. IZAL, en uno de sus últimos conciertos antes de su adiós, regaló una sentidísima actuación pese a los problemas vocales de su cantante y Lori Meyers no defraudó con Noni cantando entre el público y dándolo todo. Incluso, lo que podría haber sido una pequeña catástrofe como derramar una copa de vino sobre los enchufes de las guitarras, se convirtió en uno de los mejores momentos del festival con un interminable estribillo de Emborracharme mientras los técnicos solucionaban el desaguisado.

Al final, uno de los festivales con mejor cartel del verano al que le salvó eso, el cartel. Más difícil será limpiar la reputación y reponerse al caos organizativo. Esperemos que los responsables hayan tomado nota.