Los andaluces se dieron cuenta muy tarde, pero Castilla-La Mancha es otra cosa. Cae por su propio peso: cuando un partido se perpetúa en el poder, sin la imprescindible alternancia política, termina confundido consigo mismo y con el sistema. Y la democracia se convierte en un régimen. Es decir, algo nefasto. Adormecido, clientelar, lleno de vicios y malas costumbres. Terminó pasando con José Bono en un largo cuarto de siglo: decías Castilla-La Mancha y estabas diciendo PSOE; decías PSOE y en realidad sólo era Bono, que se había mimetizado tanto con la región que todo era un cúmulo de confusiones de identidad: ¿y yo qué soy, un yogur o un Danone? Una mala pregunta. Ahora nos propone el presidente Emiliano García-Page la misma ecuación: pedir Coca-Cola en lugar de un refresco, es decir, escoger del menú al PSOE cuando lo que de verdad queremos es Castilla-La Mancha. Ya sé que toda esta parafernalia es sólo un juego de malabares de la clase política, el arte del espectáculo y el entretenimiento, pero no corramos el riesgo de terminar empachados: con la gran variedad de gin-tonics que hay en el mercado, ¿por qué tomar siempre la misma marca?