Juan Antonio Callejas.

Juan Antonio Callejas.

El Comentario

Aprovechando el puente

Juan Antonio Callejas
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Escribo estas líneas mientras disfruto, disfrutamos, del puente de la Constitución y de la Inmaculada Concepción de 2025 desde Villamayor de Calatrava (Ciudad Real). Quiero referirme precisamente a lo que celebramos y analizar lo que representan a día de hoy. A fin de cuentas, ¿qué mejor momento que este paréntesis festivo para reflexionar con humor sobre España, su Constitución y sus valores, bajo la mirada benévola (o quizá irónica) de la Patrona del país? Preparen café y sentido crítico, que allá vamos.

Constitución Española: un puente con grietas

Empecemos por el principio, por esa Constitución Española cuya letra parece cada día más una utopía digna de Tomás Moro (y no precisamente su "Utopía" ideal, sino una sátira involuntaria de nuestra realidad).

La Constitución proclama que España es un Estado social y democrático de Derecho, pero ¿cuánto de social, democrático y de Derecho queda en la práctica? Diríamos con sorna que algunos lo han reinterpretado: "Estado social" aludiría a los amiguetes repartiéndose cargos; "Estado democrático" a unas siglas que presumen de democracia mientras en casa impera el ordeno y mando; y "de Derecho"... bueno, me repele cuando se habla de jueces "progresistas" o "conservadores", porque lo que debe haber es una Justicia independiente.

Su artículo 14 garantiza la igualdad ante la ley, pero esa igualdad se ha vuelto papel mojado: se aprueban indultos y amnistías a la carta que convierten a unos en españoles de primera y a otros en paganos de la fiesta.

El artículo 6 de la Constitución dice que la estructura interna y funcionamiento de los partidos políticos deberán ser democráticos. Léase bien: de-ber-án. No "si quieren, tal vez, porfa plis", no: deberán. Exige que los partidos tengan democracia interna; por tanto, invita a que la frase "quien se mueve no sale en la foto" no sea legal. Es conveniente la captación de personas con idoneidad, competencia y virtudes frente a mediocres y fomentar el pensamiento crítico más que la obediencia ciega. La meritocracia ha de brillar y potenciarse: no debe prosperar el adulador, sino quien posea sano talento. Los partidos deben surgir de corrientes de opinión ciudadanas, de esfuerzos colectivos sinceros.

La Constitución de 1978 nos dio un coche de lujo —un sistema democrático plural— y lo hemos tuneado en un cochecito de feria, lleno de pegatinas populistas, consignas, argumentarios, sin motor real de participación y con un conductor autoritario al volante.

Menos mal que, de cuando en cuando, surge un soplo de aire fresco. Recientemente ha aparecido la plataforma Sociedad Civil Española, y oye, solo el nombre ya reconforta. ¡Por fin la sociedad civil asoma la patita! Esta plataforma –que aglutina más de un centenar de entidades de todo el país– ha alzado la voz para alertar de la "extrema gravedad institucional, política y social" que vive España. Su aparición es un pequeño milagro laico: ciudadanos, asociaciones y algunos veteranos de la política han dicho "basta ya" a quedarse de brazos cruzados. Han presentado un Decálogo con ideas esenciales para reconstruir lo que se está rompiendo. ¿Suena dramático? Quizá, pero léanlo y verán que no exageran. Proponen una España "de todos y para todos", frente a quienes se empeñan en dividirnos entre buenos y malos españoles. Piden revertir las leyes sectarias –desde esa infame ley de amnistía reciente hasta ciertas leyes de memoria selectiva– que parecen hechas para reescribir la historia al antojo de unos pocos. Abogan por regenerar y fortalecer el Estado de Derecho, tapar las fugas institucionales y recuperar la independencia judicial real. ¡Casi nada! Uno lee el decálogo y piensa: "¿No debería esto ser de puro sentido común?". Pues sí, debería, pero por desgracia el sentido común se ha vuelto el menos común de los sentidos en ciertos consejos de ministros.

Lo esperanzador es quiénes están detrás de este movimiento. Figuras como Jaime Mayor Oreja o María San Gil, con peso moral y experiencia, se han unido al empeño. Ver a antiguos líderes comprometidos de nuevo codo con codo con asociaciones civiles da cierta tranquilidad: es como si los adultos hubieran vuelto a la habitación donde los niños habían empezado a jugar con fuego. También se han sumado voces nuevas y diferentes: ahí está Iván Espinosa de los Monteros, que tras su paso por la política institucional lanza su think tank "Atenea" para promover ideas claras y debates serenos más allá de siglas partidistas. Y el incombustible Marcos de Quinto, exejecutivo y rara avis de independencia, prestando su voz crítica. Este último, en una reciente intervención en Tomelloso, inspiró a jóvenes empresarios y nos dejó perlas dignas de nota: "Sólo la curiosidad y la desobediencia traen el progreso", llegó a afirmar, reivindicando el espíritu crítico y el inconformismo como motores de cambio. ¡Así da gusto! Gente que no se muerde la lengua ni se deja amilanar por lo políticamente correcto. De Quinto defendió sin complejos la figura del empresario creador de riqueza, criticó la cultura del "perdón por tener éxito" y llamó a desmontar la obsesión por el igualitarismo de mediocridad. Francamente, escuchar a alguien decir "soy empresario y no tengo nada por lo que pedir perdón" con tal rotundidad refresca más que un botijo en agosto.

La democracia no se regenera sin medios libres. La Constitución garantiza la libre expresión en su artículo 20, pero los poderes fácticos limitan la pluralidad mediática. Los grandes medios bailan al son del poder: se presiona a periodistas para silenciar voces críticas y libres. Muchos reporteros incómodos son apartados, y la autocensura campea en las redacciones. Por suerte Internet abrió nuevos cauces: en las redes la gente opina y se organiza al margen de la agenda oficial. Bulos hay, sí, pero al menos se rompió el monopolio informativo y un hashtag viral inquieta a más de un político.

En resumen, brindamos por la Constitución, pero luego muchos mandamases pisotean sus artículos. La democracia española necesita un repaso de valores constitucionales. La buena noticia: la sociedad civil despierta, surgen voces valientes y muchos ciudadanos dicen "hasta aquí". Nos queda reconstruir puentes entre la España real y la oficial. Así llegamos a la segunda parte: la virtud (Inmaculada Concepción) en una sociedad relativista.

Inmaculada Concepción: puente contracorriente

Cada 8 de diciembre España celebra la Inmaculada Concepción, que es su Patrona. Es curioso cómo una fiesta que exalta la virtud más pura convive con una realidad donde la virtud no vende y la mentira útil campa a sus anchas. Hoy muchos prefieren la mentira útil, la que sirve a sus intereses y refuerza su relato. Si mentir da votos, likes o beneficios, adelante; la ética se desecha en cuanto estorba.

Incluso personas que han recibido formación para adquirir sólidos principios acaban repitiendo consignas por miedo a destacar o por afán de medrar; al fin y al cabo, es más fácil acomodarse –"si todos lo dicen, por algo será"– y dejar que la conciencia se reduzca a un susurro incómodo a silenciar. Ser virtuoso hoy no trae aplausos: se tilda de ingenuo, mientras el cinismo se aplaude y la integridad se ve como cosa de tontos. La mentira vuela, pero la verdad camina: podrá tardar, pero llega. Debemos anclar la convivencia en valores que no pasan de moda: honestidad, respeto, responsabilidad. Cuando todo se justifica y nadie dimite, ser íntegro es casi revolucionario. Se necesita valor para ser decente cuando la indecencia impera, pero la historia demuestra que a la larga esos "locos honestos" terminan salvando lo valioso.

En los peores momentos surgen personas valientes que rescatan la dignidad común. Cuando todo parece perdido, aparece un irreductible: un ciudadano que planta cara a la injusticia, un periodista que destapa verdades incómodas y un juez que aplica la ley sin favoritismos. Son luces en la oscuridad, como estrellas que brillan más cuanto más negra es la noche.

Urge tender otro puente hacia una España mejor: un puente que conecte nuestros valores fundacionales (democracia, justicia, igualdad, libertad) con el día a día del país. Ese puente hemos de construirlo entre todos, cada uno desde su orilla. Nada de "que lo arreglen otros": España somos nosotros. Si queremos políticos honestos, seamos ciudadanos exigentes y honrados en nuestra vida diaria. Si anhelamos medios plurales, ejercitemos el pensamiento crítico en vez de escuchar solo lo que nos agrada. Si deseamos una sociedad más justa, tratemos con justicia al prójimo en lo cotidiano.

En este puente celebramos dos grandes cosas: una Constitución que, con sus defectos, nos ha dado más de cuatro décadas de paz y libertad; y un ideal de virtud inmaculada que nos recuerda que la verdad y el bien existen, aunque a veces se oculten tras nubes de posverdad y mentira. Brindo por lo bueno que vendrá y lanzo un deseo: que cada uno aporte lo mejor de sí mismo desde su pequeña parcela. Porque la gran historia de los pueblos se escribe con pequeñas acciones. Como decía Cervantes, "al bien hacer jamás le falta premio". Sigamos construyendo ese puente hacia un porvenir luminoso, convencidos de que España será tan grande como lo sean las virtudes de sus ciudadanos. Y si para lograrlo hacen falta un poco de ironía y mucho amor a la verdad, que no nos falten ni lo uno ni lo otro.

¡Aprovechemos el puente!

Juan Antonio Callejas es doctor en Odontología, alcalde de Villamayor de Calatrava (Ciudad Real) y teniente reservista de las Fuerzas Armadas.