La periodista Alicia Sánchez López-Covarrubias.
La frase resuena como coletilla de la indiferencia contemporánea: “¿Y qué que un cura se drogue?”. Sin embargo, la reciente detención de un sacerdote de Toledo, acusado de estar implicado en un delito relacionado con drogas, ha provocado titulares, conversaciones y no poca confusión. No solo en nuestra tierra, donde le conocemos muchos. ¿Por qué nos escandaliza más que un sacerdote se vea enredado en una causa judicial?
La primera respuesta es que toda sociedad necesita referentes. Los sacerdotes –aún inmersa nuestra cultura en la ya vaticinada “decadencia de occidente” de Oswald Spengler a principios del siglo XX- representan una figura de autoridad moral, de cuidado de lo común… de custodios de lo sagrado.
Cuando uno de ellos cae, no reaccionamos igual que ante la caída de “uno más”. Nos sentimos heridos porque nos toca en lo más profundo de la identidad colectiva. Y así de zaheridos y confusos nos sentimos hoy en España, aquel trozo de Occidente que fue motor en la Edad Media y Renacimiento de una época creativa y espiritual inspirados en valores cristianos, frente a la actual etapa de la historia inmersa en el materialismo, la técnica y el relativismo. Propio, según Spengler, de la vejez de una sociedad. Y no de su progresía, me atrevería a apuntar yo. Pero este asunto sería abrir otro melón.
Lo que puede haber ocurrido con este sacerdote, más que una incoherencia privada con categoría de delito, es una fractura con aquello que representa.
No conviene olvidar que la Iglesia es el Cuerpo de Cristo en la historia. Palabras gruesas. Esto viene a decir que la Iglesia está formada por santos y pecadores, por hombres y mujeres de carne y hueso. Afortunadamente, ¡sino nos creyéramos dioses!
Que un sacerdote caiga no invalida la obra de la Iglesia. Al contrario, la recuerda más necesaria que nunca: porque seguimos esperando de ella una llamada a la fe, al perdón, a la esperanza y a la caridad.
Doble rasero social
Curiosamente, la misma sociedad que se escandaliza porque un cura esté envuelto en un caso de drogas, ha mostrado una indulgencia ad limitum con referentes políticos y sociales. Ahí están los ejemplos de responsables públicos fotografiados en fiestas privadas con consumo de cocaína, indemnes; de futbolistas envueltos en escándalos de dopaje, indemnes; de figuras políticas indultadas tras casos de corrupción, malversación de fondos públicos o sedición, indemnes o indultados; maltratadores, sueltos. Y esto sí, nos lo tragamos sin despeinarnos.
¿Cómo juzgó Cristo?
Jesús mismo fue consciente de la debilidad de sus discípulos. Judas lo traicionó. Sin embargo, no por ello dejó de confiar en el resto de los suyos ni de enviarles la misión: “Llevamos este tesoro en vasijas de barro” (2 Cor 4:7). Mi madre a esto lo llama ser “carne de cabra”.
El sacerdote no es un superhombre, sino un hombre frágil llamado a una misión grande. Sus caídas nunca deben relativizarse, pero tampoco ser ocasión para el escarnio. Más bien nos invitan a reconocer que la santidad siempre se construye en medio de la debilidad.
El reto: no anestesiarnos
La pregunta, entonces, no es si “da igual” que un cura se vea envuelto en un caso de drogas. Claro que importa, porque lo que representa no es solo su vida privada, sino la custodia de lo sagrado y el servicio a los demás sin esperar nada a cambio, al menos en esta vida que a veces se nos hace tan larga. Pero lo verdaderamente grave sería que dejara de importarnos, que cayéramos en el cinismo de un relativismo que todo lo digiere.
Este doloroso caso del canónigo de la catedral de Toledo nos empuja a todos en lo personal, o al menos a los toledanos, a saber más sobre el miedo, la rabia, el abrazo que le ha faltado… lo que le ha empujado a, presuntamente, delinquir tras una trayectoria intachable, y que lo ha arrastrado en los últimos meses a una vida ausente de sus deberes. La noticia ha causado estupor.
No olvidemos que también el sacerdote, ante la sobreexposición que se vive hoy, precisa aún más de un exquisito cuidado de su vida interior y espiritual. De un acompañamiento fraterno. Quizás sea momento de una auditoría piadosa del estado de nuestros pastores. Hay que cuidar a nuestros sacerdotes para prevenir.
Pero nuestra tarea es más profunda: no renunciar a la exigencia de ejemplaridad. Que nos siga escandalizando es, paradójicamente, una buena noticia, significa que aún esperamos algo distinto, algo más grande, de quienes se ponen al servicio de Cristo y de su pueblo, y ya de paso, hasta de nuestros altos gobernantes. Aunque eso sí sería hoy en día casi categoría de milagro, recuperar la fe en la política.
Como periodista, espero noticias sobre el caso, confiando en que la justicia actúe y que, “El que tenga oídos que oiga” (Mateo 11:15), pero camello, camello o narcotraficante de estos habituales que pasean por nuestras calles y que tienen fichados hasta la policía… pues tampoco lo es propiamente dicho nuestro cura.
La ley no fija el número de papelinas que se pueden llevar, aunque sí especifica que más de 7,5 g de cocaína pura suele ser considerado como tráfico –por exceder de lo que podría considerarse como consumo propio ¡ajá, ajá! - y a este sacerdote parece ser que le han pillado con “una decena de papelinas” de “cocaína rosa”, una droga sintética mezclada con efectos alucinógenos creada en los años 70. Obvio, no deja de ser a) un notición por tratarse de un cura y b) un delito, aunque le hubieran pillado al mismísimo Papa Francisco.
Como cristiana y madre de condición me mueve más la confianza que la desconfianza en el entorno; la certidumbre que la incertidumbre, la esperanza que la desesperanza o la simple espera; la fe infinita en el ser humano, más que el derrotismo o el escepticismo ante noticias como estas.
Porque el escándalo, paradójicamente, es prueba de que todavía nos pellizcan y “nos jode”, que confiamos en la Iglesia; en nuestros sacerdotes y en lo que representan. Tantas veces he rezado por los curas, y sus intenciones, por nuestros gobernantes, y las suyas, –prácticamente todos los domingos pedimos por ellos los cristianos-, que el caso de don Carlos Loriente no nos debe restar un ápice de fe ni merma en nuestros principios. Y que sepa este sacerdote toledano de la Santa Madre Iglesia Católica y Apostólica, que mis oraciones también estarán con él, máxime en esta pena de telediario que pronto pasará y que la justicia reparará, sea cual sea el veredicto.