Me dicen mis fuentes que ayer los crogmanon invadieron Twitter y colocaron en el trending topic el hashtag #planchabragas. Alude el término a aquel hombre sumiso que hace lo que dice su mujer -en este apelativo y su mundo no hay espacio para cualquier otro tipo de relación diferente a la heterosexual y monogámica, aunque sólo sea en apariencia- y con él pretende ridiculizarse este tipo de comportamiento. La verdad es que si algo demuestra el español es que está vivísimo, aunque lo quieran cercar ahora los partidos tribales. Hemos parido los planchabragas, machirulos, machos alfas, nenazas, por no hablar de otros términos más antiguos, que arrastran ya el paso de los siglos. Quevedo moriría de gusto, aparte de archipobreza y protomiseria. Larra y Valle también.

Lo que demuestra de manera flagrante lo vivido esta última semana es que la sociedad ha cambiado y algunos aún no lo saben. Especialmente, la sociedad española y eso hay que decirlo con orgullo y admiración, porque estos días nos observa el mundo entero. La lucha de las jugadoras de la selección ha provocado incluso que hasta los últimos irreductibles y aplaudidores de Rubiales, como De la Fuente y Vilda, se hayan dado la vuelta en el tiempo añadido. La intervención del otro día del presidente de la federación, con los aplausos no de atrezzo sino redondos y sonoros, demuestra que todavía hay una pulsión autócrata y machista dentro del fútbol francamente irrespirable. Por qué no han salido aún jugadores del armario y han declarado de manera abierta su homosexualidad. Estas chicas han ganado la Copa de la Vida.

Leo en redes cosas de todo tipo, pero entre bravuconadas y meapilas, hay reflexiones que merecen fluorescente. Por ejemplo, aquella que habla de monterismo y rubialismo y determina que en la sociedad española ha prevalecido claramente el discurso de la primera frente a las actitudes y comportamiento del segundo. Me parece interesante, en tanto que pudieran ser polos opuestos de algo que sería mucho más sencillo de aprehender, si entendiéramos que el feminismo es sólo -sólo, pero nada menos que eso- la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres. Entre esos platos de la balanza -el del rubialismo y el monterismo-, tan impresentable es que un tipo como Rubiales siga siendo presidente de la federación de fútbol después de no entender que no puede darse un beso sin consentimiento ni llevarse la mano a los testículos delante de medio mundo, como que Irene Montero siga siendo ministra de nada después de un bodrio legal como la ley del sí es sí, que ha puesto en la calle a condenados por delitos sexuales. La prueba más evidente de lo que digo es que a ambos, Montero y Rubiales, ya no los quieren ni los suyos.

Hay quienes dicen que el hombre moderno está desnortado con este nuevo rol que le demanda la sociedad. Creo que es todo mucho más fácil y se basa en una cuestión de respeto y no hacer aquello que jamás querrías que te hicieran a ti. Si Rubiales hubiese pedido perdón al instante de manera sincera, sin esa entrevista bochornosa de Juanma Castaño, creo que otro gallo hubiese cantado. El esperpento del enroque del viernes sólo conduce a la melancolía. Ya únicamente quedaría que Rubiales anunciase su entrada en política y pusiera sus atributos masculinos, esos de los que tan orgulloso está, sobre la mesa. No hay confusión posible o no debiera haberla. Feminismo es igualdad, inteligencia y una causa justa. Lo demás son excesos y enfrentamiento. Y, por supuesto, planchabragas antes que machirulos. El fetichismo también trabaja.