La macrogranja es el término peyorativo inventado por la izquierda improductiva para torpedear la ganadería intensiva de nuestro país. No es algo nuevo que hagan quienes solo viven de retorcer la realidad y adecuar los hechos a sus presupuestos ideológicos. Da igual que las evidencias sean notables y palpables y que la economía, la salud y la cultura vayan por un lado, que ellos ya inventarán y se convertirán en tuercebotas del lenguaje para depauperar aquello que no les interesa. La izquierda prohibicionista, que es en lo que se está convirtiendo todo aquello que queda más allá de la socialdemocracia, no solo no está de acuerdo con una forma de vida, sino que quiere uniformar a los ciudadanos haciéndolos más pobres. Como por otra parte siempre hizo el comunismo. Ahora es la carne y la producción intensiva. La macrogranja es el trampantojo de una izquierda que no se encuentra ni sabe dónde va. Ni woke ni guau. 

Los productores de carne de la región salieron el otro día en bloque para explicar que las granjas más grandes que existen no pasan de las dos mil cabezas habitualmente. Sucede, en cambio, y eso también es cierto, que muchos de esos productores piden licencias de ampliación para hacer más rentables sus explotaciones. Y es ahí donde hay que colocar el ojo para evitar daños mayores al medio ambiente. Pero como también señalan ellos, si no existe mayor rentabilidad o beneficio, no se puede reinvertir en medidas ecológicas que hagan sostenible el negocio. La ganadería extensiva ha mucho tiempo que cayó en desuso si no es de manera puntual en determinadas zonas de España por su falta de viabilidad. Solo el comunista Garzón y cuatro ricos como él pueden zamparse determinados filetes. El resto se constituyó en intensiva, entre otras razones, porque la producción de carne es necesaria para dar de comer a casi nueve mil millones de personas en el mundo que, de otra manera, no tendrían acceso a una dieta de proteínas. Como Pol Pot, Castro, Mao y Kim Jung II mataron a sus pueblos de hambre, igual es eso lo que pretende el granjero Garzón.

Aquí en la región Page ha abanderado la respuesta al ministro de juguete y Toy Story Pork. Lo ha hecho de manera contundente, como él sabe hacerlo en los medios de comunicación, aunque en el Parlamento le ha salvado la cabeza. Y es que Emiliano es lo suficientemente listo como para poner a caer de un burro a la parte parásita de un gobierno sin entrar en el juego del PP, quien por otra parte hace lo que debe cuando plantea este tipo de iniciativas. La política se ha convertido así en una especie de coches locos o autos de choque, donde cada mañana hay que esquivar el titular encendido que Maroto o el de la moto provocan. Emiliano ha hecho en esta ocasión la cuadratura del círculo, porque le ha dado a Garzón hasta el mentón y, sin embargo, ha aprobado una moratoria contra las macrogranjas. El sector ha salido en tromba y dice que se echará a la calle. Confío en la serenidad y prudencia del presidente para que no se meta en un lío innecesario, máxime cuando él sabe que la industria cárnica de la región es excelente y genera empleo de calidad. Otra cosa son las regulaciones de las distancias y los núcleos urbanos; es ahí donde debe incidirse, de igual forma que el mejor abono para la tierra es el natural que producen los animales. Lo mismo hay quien piensa que los jamones vienen luego de las granjas de Play Mobil.

Mientras tanto, la batalla política se recrudece y aquí no hay día que no comamos chuletón de encuestas. Las últimas dan una de cal y otra de arena en Castilla-La Mancha. Queda mucho para elecciones, aunque es normal que los partidos políticos sondeen. Pero los ciudadanos estamos a otras cosas. Con una inflación del siete por ciento, la luz disparada, la ómicron rota y la gasolina en las nubes, el currito de la calle interpretará los gestos de sus representantes en función de estos problemas y no los artificiales que ellos creen. Cuanto más se alejen de la realidad y se metan en su mundo, peor les irá. Porque hasta las elecciones, también tendremos la dichosa manía de llegar a fin de mes y comer chuletón de cuando en vez. Aunque le joda a Garzón.