Los árboles caídos del Puente de Alcántara son la luz del revés en que se está convirtiendo España. Un país mecido por la furia y el ruido de quienes poco les importa y da igual lo que hagan con tal de mandar. La maravilla en que quedó convertido el puente la noche del viernes con su ramaje de color fue abatido el sábado al mediodía por el viento, la lluvia y el frío. Del bosque de color a la trinchera de ceniza y aire; del gran país que es España a la mierda de cantón que nos está quedando. No aprendemos, no leemos. Quizá por eso no quieren que los niños estudien en las escuelas. Para repetir los mismos errores, para trazar idénticas inercias. Para dar vueltas como el hámster en la misma rueda.

Los árboles caídos son la metáfora del tiempo de la pandemia y la vuelta atrás, el volver a vacunarnos de nuevo, a encerrarnos de gris y polvo en nuestras casas. Ya parecía que venía una ventolera limpia y ahora regresan los temores y las dudas. Las bolsas hicieron viernes negro de verdad, de los que recuerdan los periódicos, de los que hacen catacrack sin salir a la puerta de la calle. Se perdió un cinco por ciento como quien pierde la cajetilla de tabaco o las llaves del coche. Y otra vez a empezar de nuevo. Leo estos días La Bestia, la obra de Carmen Mola ganadora del Planeta, ubicada en la España de 1834 y el cólera. Todas las epidemias son semejantes. Dañan la vida y la moral a partes iguales. El hombre no sale de la misma forma que entra. Veremos qué sucede acá.

Los árboles caídos por la fuerza del viento son el fanatismo quebrado por la propia ira de españoles que no quieren serlo, pero revientan sus bolsillos con el dinero del país que maltratan. Los presupuestos ya existen, a cambio de Netflix y los dibujos navarros. Qué fijación tiene la carcundia con la tele. Creen que blanquearán su pasado reciente como el lejano, igual que con la ley de memoria dedocrática, que solo salvará del averno y el fuego al que el dedo de la izquierda diga. Lástima que no se condene el golpe de Estado del 34 con la misma fiereza que el del 36. Pero eso sería tanto como que el Psoe pidiera perdón y, francamente, no interesa.

Los árboles caídos volverán a levantarse una y otra vez como el Dos de Mayo lo hicieron los madrileños frente a los mamelucos. Porque esta patulea que aprueba presupuestos a cambio de prebendas, de tanto odiar España, olvidan que existen españoles, entre otros, ellos mismos. Cánovas dijo que español era quien no podía ser otra cosa y Bismarck asegura que somos la nación más fuerte de Europa, queriendo toda la vida destruirnos sin conseguirlo. Un españolazo es Arzallus, Pujol o los hijos de ambos, pues no hay nada más español que ir contra España. Pero el sustrato de la nación permanece y eso es lo que les jode. En Barcelona hablan castellano porque saben que es la lengua que les abre el mundo. Si fueran inteligentes, cuidarían el catalán y no lo harían un idioma para la guerra y la trinchera. Paraules d’amor senzilles l tendres… Pero aquí nos va el barro y la quijada, Goya despierto por siempre. La prueba de que España existe es que no la rompen ni sus gobernantes porque viven de ella. Cuando vinieron los franceses, el pueblo sin rey ni gobierno, de Cádiz a Gerona, los echó. Y así sucede siempre si la amenaza es real. España despertó en Barcelona con el procés como lo hará las veces que la caverna quiera romper la Historia.

Los árboles caídos, en fin, del Puente de Alcántara son la esperanza de que otro futuro viene y no tardando. El domingo ya salió el sol y volverán a lucir por la voluntad inquebrantable de quien quiere que las cosas salgan bien. Y es que el hombre, por más que tropiece y se pise los cordones, hace por sobrevivir. Más cuenta nos trae. Las luces de Navidad ya podrían encenderlas en el Congreso.