El Alcaná

El periodista soldado

5 octubre, 2020 00:00

Leo en un periódico gratuito de la Comunidad de Madrid un editorial
titulado “Los cojones de Ayuso”. La comparan a medio camino entre Juana de
Arco y Agustina de Aragón. Asisto con perplejidad cómo las redes sociales se
han llenado de periodistas soldados a los que no les interesa en absoluto la
verdad, sino la batalla de la propaganda en la que vive subsumida la política. El
coronavirus ha desnudado las vergüenzas de la sociedad opulenta en la que
nadábamos. Ha dejado a la altura del betún a la clase política, pero qué decir
de la periodística. No me reconozco en absoluto en esta concepción del
periodismo donde lo que importa ya no es tanto que la realidad te estropee un
titular, sino que ni siquiera la ideología preconcebida te estropee un titular.
Vamos a ser los periodistas mucho peor que los comunistas de carnet, que esos
ya sabían de sobra la importancia de la propaganda para ser usada como arma.
No hay más que observar a Pablo Iglesias cuando ha hablado sin cortapisas de
los medios. No son otra cosa que armas con las que apuntar. La concepción
totalitaria del poder, en una metáfora. Y lo peor de todo, es que muchos de los
periodistas que hoy pululan por redes se lo han tragado como un sable y solo
son la voz de su amo. Y encima se dicen progresistas, cuando la prensa, la
libertad de imprenta y opinión, si tiene algún sentido es el de ejercicio del
contrapoder, mande quien mande, sea derecha o izquierda. Me da enorme
pena, me produce abatimiento y hastío encender la tele y ver una serie de
periodistas contertulios que ya sé de sobra lo que van a decir sobre qué tipo
de asuntos antes de que abran la boca. Son el periodista soldado que siempre
abaten al mismo. Coño, que digo yo que si a mí hasta Pedro Sánchez hay días
que me parece estadista, no sucederá lo mismo en otros casos.

El ejercicio del periodismo como la voz de su amo y el servilismo más
oscuro dentro de la caverna de Platón se han revelado como la verdad de las
cosas en nuestro ámbito de la comunicación. Para que luego digan que eludimos
la autocrítica y pontificamos de todo, todos y los demás, menos de nosotros
mismos. La búsqueda de la verdad en el reino de las sombras y la opinión
interesada se ha revelado infructuosa. Los editores se achantan ante el
político en tiempos de crisis, pero deben entender que sin crítica ni verdad, no
hay periodismo, no hay ventas. Tengo escrito muchas veces que al periodista
es imposible pedirle objetividad o independencia. Todos dependemos de
alguien. Pero sí que es exigible la honestidad. La honestidad ante el lector o el oyente, hasta el punto de advertir incompatibilidades en el caso de que se
produjeran. Y, por supuesto, lealtad a los hechos, sinceridad, verdad. Historias
que ya no se cuentan por mor de la ideología, que todo lo sepulta aunque luego
la realidad se encargue de derruirla. Cuando yo me enamoré de esto y
escuchaba a mis mayores en la radio, jamás pensé que tomara esta deriva. La
multiplicación de soportes digitales no ha hecho más que intoxicar las cabezas.
Se busca un titular que infoxique, agrade al amo y a dormir la siesta. Cuando la
realidad se levanta a nuestra vista, es más tortuosa que nunca y nos llevará
por delante como al resto si no somos capaces de contarla como es. Nos
echamos las manos a la cabeza porque un periódico saca la morgue en portada
y no los balcones. Y luego queremos que la gente se conciencie. Debatimos
sobre si es ético o no es ético. ¡Coño, la morgue es la realidad y tendrá que ser
enseñada!

Este periodismo es hijo también de su generación, débil, cutre y
horrorizada con la muerte. Hemos tapado el dolor y la muerte de nuestro
revistero porque no es guapo ni bonito ni da dinero ni prestigio. Y mucho
menos, votos. Pero están ahí y habrá que mirarlos de frente para contarlo,
aunque moleste. Porque, entre otras cosas, la Historia está llena de libelos de
los que ya nadie recuerda el nombre.