Se dice pronto lo de medio siglo, sobre todo cuando se habla de acontecimientos históricos, pero cincuenta años transcurridos en la vida de alguien suponen, por mucho que ajustemos los extremos elegidos, el paso de la infancia o la juventud a la vejez; y no hay otra, porque me parecen absurdos todos esos eufemismos que se han generalizado más cercanos a la piedad que a la claridad de la lengua, para decir que uno es viejo. Pues bien, mañana jueves, si los hados nos son propicios, nos reuniremos cuarenta y tantos viejos compañeros y jóvenes compañeras (porque a una mujer nunca le dirá uno vieja) de bachillerato cincuenta y un años después; se dice pronto.

La cita es en Villarrobledo, y aunque entre los participantes hay un número significativo de naturales y vecinos de esa agrociudad manchega, que se han visto, se ven a menudo o se han mantenido informados sobre sus respectivas vidas, algunos nos encontraremos tras ese medio siglo y pico, o tras los veinticinco años transcurridos desde que se celebró la última y única reunión de toda la promoción. De manera que algunos de nosotros nos despedimos un día con diecisiete o dieciocho años y nos volveremos a ver con casi, y sin casi, setenta. Afortunadamente, las redes sociales, y sobre todo el WhatsApp, nos van a evitar el susto de mirarnos de sopetón en el espejo y tener que adivinar quién es aquella compañera de clase que nos gustaba y nunca nos hizo el menor caso, o el compañero con el que tantos Celtas Cortos o conversaciones de fútbol compartimos.

El Instituto Laboral, luego Técnico y ahora IES Virrey Morcillo, donde pasamos siete años de nuestra infancia y adolescencia, era uno de esos institutos creados a partir de 1949 desde el Ministerio de Trabajo del falangista Girón de Velasco y la Organización Sindical con el objetivo fundamental de aunar la Enseñanza Profesional y la Enseñanza Media General en un sistema que culminaría en las Universidades Laborales. Un sistema diseñado también para mantener fuera del control de la Iglesia estas enseñanzas. Esas eran las intenciones de aquel núcleo del régimen aunque luego, como ocurrió con todo lo demás, el sistema se fue transformando hasta su liquidación definitiva por la ley de Educación de Villar Palasí de 1970 en los amenes del franquismo.

Otra peculiaridad de aquel Instituto era el mantenimiento de una residencia de estudiantes, que alguna pretendió el título de Colegio Menor a imitación de sus hermanos "mayores" universitarios, por la que pasamos en calidad de internos unos cuantos de cientos de chavales de toda España, en la que convivíamos durante el curso escolar y muchos de nosotros sólo íbamos a casa en Navidad, Semana Santa y verano.

Cualquiera que piense ahora en niños de diez años se dará cuenta del sacrificio que eso suponía, fundamentalmente para los padres, y también de los vínculos, más allá de la amistad, establecidos en la memoria para toda la vida, por los que durante siete años tan decisivos convivimos durante las veinticuatro horas del día.

Ahora, cuando veo las fotos de aquellos internos, y que me perdonen las chicas y los externos, y me cuesta reconocer a algunos de ellos, me viene a la cabeza aquello que cuentan los amigos, decía Antonio Mercero, ya gravemente afectado por Alzheimer, cuando iban a visitarlo y bajaban con él unas horas al bar del barrio: "No sé quiénes sois, lo único que sé es que os quiero".