Se afirma como una verdad de esas que se acercan a los dogmas religiosos que los carnavales estuvieron prohibidos durante el franquismo, y si uno no hubiera vivido en una agrociudad manchega como Villarrobledo entre los años sesenta y cinco y setenta y dos del pueblo pasado quizá también lo sostendría con igual firmeza. En mi pueblo de origen nunca conocí carnavales; en plena Mancha, Villarrobledo, en aquellos años, se celebraban los carnavales de jueves lardero a martes de carnaval. Eso sí, nada que ver con el carnaval de hoy, que por lo que ve uno sigue la senda de la mayoría el modelo brasileño que se impone en  todo el mundo.

Es verdad que el carnaval de entonces se limitaba a las horas en las que se celebraban los bailes y el uso de la máscara a esos espacios cerrados, privados o públicos, aunque no faltaran disfrazados espontáneos que con mayor atrevimiento, bulla y seguidores desafiaran la prohibición de cubrir la cara en la calle. Hoy, el de Villarrobledo, con permiso de otros pueblos, ciudades y agrociudades manchegas, es sin duda una referencia en la celebración de este culto pagano.

Tras la llegada de la democracia, todos los poderes públicos se volcaron en la resurrección de estas fiestas, con muy diverso éxito. La ofensiva carnavalesca, llegó a las escuelas (ya se sabe  que cuando alguien no sabe como promocionar algo el primer impulso es llevarlo a las escuelas), a los ayuntamientos y a cualquier institución capaz de pedir o dar una subvención. Parecía que, como con tantas cosas provenientes de aquellos años para olvidar, a cualquier prohibición había que darle un vuelta como un calcetín y convertirla en obligatoria y con los carnavales se vivió en toda España ese fenómeno.

Casi medio siglo después, y dos o tres generaciones educadas en democracia las cosas se ha sosegado mucho, con respecto a aquellos primeros tiempos y la variedad de situaciones que se dan en nuestra región no puede ser más extrema.

Si por una parte, en una mayoría de lugares que tenían fuerte tradición carnavalesca, las fiestas se han convertido en las mayores del año, en otros lugares, pese al empeño de los poderes públicos y de una mayoritaria  presión social proveniente de ese fondo ideológico aplastante que es lo políticamente correcto, la resurrección no ha tenido éxito. Ni la apelación a la recuperación folclórica, etnológica,  histórica o simplemente festiva, ha sido suficiente.

Hay en la región en contraste con los grandes carnavales, lugares donde la fiesta no ha vuelto a prender, por mucho empeño que se haya puesto, y si lo ha hecho ha sido como uno de esas fiestas de fin de semana inventadas por las discotecas como la americana de los muertos de Hallowin, o como se diga, que tanto éxito tienen entre los jóvenes.

No hay manera. Hay lugares en donde todo lo más, si el tiempo acampaña, unos cuantos se comen una tortilla en el campo el jueves de comadre o lardero y pare usted de contar. El carnaval, por mucho que se empeñen algunos, toda vía no es fiesta obligatoria gracias a dios.