Ahora que los populistas brasileños de Bolsonaro han repetido la vergonzosa maniobra de los populistas de Trump en su asalto al Capitolio, aquí nadie parece recordar que en España tenemos el dudoso honor de haber sido los pioneros de la doctrina que pretendía la legitimidad y el derecho de asalto a las instituciones... y los primeros en ponerlo en práctica.

En Madrid, el asalto a los cielos que predicaba Pablo Iglesias Turrión se llevó a cabo con aquella llamada a "rodear el Congreso" a la voz unánime de lo que por entonces era la consigna de más éxito y coreada sin rubor por los que decían traer la solución a todos los males de la democracia.

Rodearon el Congreso de los Diputados en Madrid los populistas de Podemos en una acción no exenta de violencia, frustrada a tiempo por las fuerzas del orden. Luego, en Barcelona, los populistas independentistas de toda laya y condición protagonizaron unas escenas, más vergonzosas si cabe, cuando impidieron con el uso de la fuerza la entrada y salida del Parlamento catalán de los representantes políticos elegidos en toda Cataluña. Tras aquello, el remate fue el llamamiento a la desobediencia y al levantamiento en Andalucía cuando en las últimas elecciones autonómicas Juan Manuel Moreno tuvo la osadía de ganarse el voto de la mayoría de los andaluces.

En los tres casos el populismo de izquierdas llevaba la voz cantante, secundado por independentistas o esos sectores de la izquierda que se apuntarían a cualquier rebelión contra las instituciones que representan ese sistema tan odiado y vilipendiado por los totalitarios de izquierda y derecha que es la democracia liberal. La encarnación del fascismo y el comunismo de los años treinta tienen su versión 2.0. en los populismos de uno y otro signo que odian la democracia.

En España el populismo podemita ha dado muestras, y no solo en esos tres casos citados, de que con la base leninista que le alienta se siente legitimado para salvarnos a todos, aunque nunca se nos ocurriera pedírselo. Por ahora, y ojalá siga así, el populismo de derechas representado por VOX nunca ha llegado a los extremos de deslegitimación del sistema que hemos vivido desde, que nadie lo olvide, las aciagas jornadas del 11-M.

En fin, la Historia es una cosa muy diferente a esa memoria que ahora con los sucesos protagonizados por los partidarios de Trump y Bolsonaro, olvida selectivamente a quienes han demostrado con hechos y a la más mínima oportunidad, que igual que en la Carrera de San Jerónimo o el Parc de la Ciutadella, asaltarían el antiguo convento de los Gilitos en Toledo sin ningún tipo de remordimiento y echando la culpa de sus males a la democracia. Ya lo han hicieron y muy bien a lo largo del siglo XX en todo el mundo.