Luis Miguel Núñez, talaverano, presidente provincial de Vox en Toledo en los inicios de  su andadura política, ha sido uno de los decepcionados del partido que han sido protagonistas en un programa monográfico, dedicado en la Sexta a contar una experiencia en la que se subraya el calificativo de secta para el partido liderado por Abascal. Uno espera que el programa se repita con los decepcionados de Podemos, porque soy de los que piensan que esos dos partidos no son sino la cara y la cruz del mismo fenómeno: populismo de izquierdas y de derechas, que ya se sabe que, como con el concepto de totalitarismo hay todavía gente dispuesta a vendernos que comunismo y nacionalsocialismo no fueron tampoco lo mismo, ni entraron nunca en competencia para ver quien conseguía mejores cifras de muertos.

Afortunadamente han bastado unos pocos años para que el fenómeno populista izquierdista vaya claramente hacia las cifras de siempre del comunismo camuflado de progresismo y enrolado en cualquier causa en donde los viejos galápagos intuyan que pueden sacar tajada a costa de los tontos útiles de toda la vida, y lo mismo parece que es la tendencia de los que aparecieron como la derecha sin complejos, alternativa a la derechita cobarde. Pasado el tiempo, asentadas las estructuras de partido, distribuido el poder interno, repartido el primer pastel en uno y otro caso ocurrió lo que la Historia con mayúsculas nos decía que ocurriría: unos y otros se olvidaron de la democracia interna que recetaban para los demás y se olvidaron de transversalidades y otras zarandajas con las que se llevaron al huerto en su nacimiento a miles de ilusos.

Una buena parte de los cuadros de Vox son antiguos peperos frustrados en su carrera política por la pocas oportunidades que el partido les dio y ellos se creían merecer. Vieron la oportunidad del éxito que el mensaje populista tenía entre la clientela de izquierdas y no hicieron otra cosa que construir el reverso del modelo. Eso sí, con el mismo mensaje demagógico, pretendidamente regenerador y justiciero que el que Podemos transmitía desde el otro lado. Un mensaje que en su mayoría se convertiría con el tiempo en una caricatura que espanta al ciudadano medio, con los pies en el suelo y con un mínimo de cultura histórica.

La gran decepción interna de los “hunos” y los “hotros”, que decía Unamuno, viene, cuando aquello de las primarias, la democracia interna y demás grandes conceptos manejados hasta la nausea, antes de tocar el más mínimo poder, se convierten también luego en pura filfa.

Podemos y Vox hacían daño a izquierda y derecha en España cuando fueron capaces de vender una transversalidad y una regeneración política que muchos incautos compraron como una novedad: otros que venían a crear el hombre nuevo. Ingenieros de almas.