Todo el mundo tiene derecho a vivir de su trabajo. Las industrias pirotécnicas han sido durante años generadoras de trabajo y alegría, pero me temo que su tiempo ha pasado en los veranos españoles. Nadie, con un poco de cabeza, con media España ardiendo y con la otra media en alerta roja, echa de menos en unas fiestas los fuegos artificiales. Es duro para los que viven de ello y que con la pandemia pasaron, como los feriantes, un calvario sin su medio natural de vida, pero el sentido común dice que es un sector que tiene que hacerse a la idea que nada será igual después de este verano.

Es verdad que en nuestra región no hay, con la excepción de la zona más oriental, esa afición a los fuegos de artificio que está tan arraigada en Levante y que es un elemento imprescindible de cualquier fiesta. Unas fallas sin fuego, tracas y árboles pirotécnicos son inconcebibles para cualquier valenciano. Pero en la mayoría de nuestras ciudades y pueblos esa necesidad del fuego es algo accesorio. Una actividad más de la fiesta pero no imprescindible.

Uno, la verdad, no había oído que en Toledo en pleno agosto se quemaría una colección de fuegos artificiales para celebrar la fiesta de la Virgen del Sagrario y mucho menos que se produciría en la proximidad de abundante vegetación como la zona del Tajo y sus islas. Como es lógico, la "pólvora", que es como de siempre la hemos llamado en mi pueblo, desbarató la felicidad de la función y en una de las cercanas islas del Tajo se declaró el consabido fuego que nos acompaña día tras día este verano del veintidós.

También, como es lógico, la única que aguarda en Toledo el informe definitivo de las causas de la quema es la alcaldesa, Milagros Tolón; mientras, también de manera lógica, la oposición municipal no tiene ninguna duda sobre su origen. Y en esto hay que decir que representan el noventa por ciento de la opinión de cualquier toledano: fiestas en La Peraleda, fuegos artificiales e incendio en una de las islas del Tajo es una cadena de pensamiento lógica a la que llega cualquiera sin necesidad de leer a Aristóteles. Pero lo que manda el librillo de la buena alcaldesa ya se sabe que jamás coincidirá con el de la oposición aunque sea blanco, en botella y con sabor a leche.

Lo siento, ya digo por las industrias pirotécnicas, algunas de las cuales dan trabajo y generan riqueza en nuestra región, pero no hay otra que rendirse a la evidencia y a lo mejor ir reemplazando el nicho de mercado hacia los espectáculos audiovisuales que hasta ahora, que uno sepa, no producen incendios en los alrededores. Este verano, bueno para feriantes, orquestas y fiesteros, es horrible para fuegos, por muy artificiales y controlados que pretendan venderlos.