Golazo por la escuadra sobre la bocina. Sánchez estira su manual de resistencia. Lo multiplica, lo convierte en leyenda. Se encarna en el mito del que resiste gana. Es la derrota más dulce del sanchismo, la victoria más amarga de Feijóo. La noche electoral deja un escenario complejo y abierto, con todo por delante, amenazante y clave Puigdemont, pero pinta extrañamente en rosa para Sánchez, azul oscuro casi negro para Feijóo. Un tiempo raro. Terrible golpe para un candidato popular que acariciaba la Moncloa llevado por el viento favorable de las encuestas y una euforia cansina que paraliza y equivoca. El PP ha caído muy por debajo de sus expectativas, pero lo venía advirtiendo medio mundo: a Sánchez nunca se le da por muerto ni enterrado. Hasta que lo está del todo. Grave error: el killer es Sánchez, él tiene la última palabra. Y lo ha vuelto a hacer. La segunda parte de la campaña del PP, tan despistada y absurdamente exultante, ya apuntaba algún indicio de que el paso iba cambiado. Y por el medio se han colado siete millones y pico de votantes socialistas. Un golpe inesperado.

Así que ya veremos. El puzzle que sale del 23-J es endemoniado, y en buena medida está en manos de Puigdemont y el PNV, pero Sánchez sabrá también probablemente ganar esta batalla y convertirse de nuevo en presidente. Tiene esa madera y muy claro el horizonte. El fondo, la forma. El como sea. Y volverá a ser presidente, aunque la legislatura se presente corta y de miedo. Un presidente aupado por Cataluña, que le ha llenado las urnas de votos y que el es mayor granero del PSOE, marcando la diferencia y el camino del resto de España, como ya pasó con Zapatero. Salvo la irrupción de un cisne negro, y anoche Puigdemont amenazó con serlo, Sánchez mantendrá la Moncloa y Feijóo se quedará por el camino. El hombre tranquilo se pierde en la cuneta. A las dos derechas les queda ahora por reflexionar sobre este resultado y las batallas chusqueras que han protagonizado en medio de la campaña electoral. Qué talento: liarse a garrotazos con las urnas abiertas en canal. Anoche Feijóo anunció su intención de intentar formar gobierno, pero probablemente se trate de un acto heroico que no está del todo a su alcance. Misión casi imposible. Como mucho, vamos a una repetición electoral.

Ahora, por tanto, se abre probablemente una nueva etapa en España que es un viejo camino. El universo Frankenstein. Todo cambia para que todo siga igual. Y Sánchez hará todo lo que sea necesario para darle nuevo brillo y gloria a su poder. La sombra del bloqueo planea sobre la legislatura, pero no habrá dudas, no le temblarán las manos. Pagará el precio que sea necesario, como sabemos desde 2019. Puigdemont, el PNV y lo que tenga que caer. Triste pena de una España trágicamente dividida que ayer votó en dos bloques casi idénticos: once millones de votos para cada lado y unos cuantos para los independentistas que, paradojas españolas, tendrán la sartén por el mango y le marcarán otra vez la ruta a Sánchez, que la recorrerá dócilmente, como en los últimos cinco años. Arre, arre, caballito. Y Feijóo no podrá hacer mucho más que seguir mirando al tendido y atender a lo que pase en Génova, que pasará. No sé quién fue que reclamaba anoche a Ayuso, extemporáneamente.

Y en todo caso, sea lo que sea, con gobierno o sin gobierno, con bloqueo o sin él, con repetición o no de las elecciones, el sanchismo ha triunfado en este sueño de una noche de verano. Salía derrotado por goleada y está en disposición de renovarse en la Moncloa. ¿Quién da más? Sánchez ha ganado contra todos, una vez más, y se ha merendando todas las encuestas. Le ha sonreído el 23 de julio. El verano azul se ha vuelto rojo y desde la playa el votante socialista ha renovado masivamente la fe en su nueva religión y ha saltado todas las alarmas de Génova, donde se han llevado la sorpresa de su vida. Nadie entre los populares esperaba este resultado tan corto y esta victoria tan pírrica e insuficiente. Feijóo no ha podido cumplir con el sueño de esos millones de españoles que llegaron a creer que eran muchos más. Maldita ilusión. Ahora, en efecto, Feijóo ha ganado las elecciones e intentará formar gobierno pero difícilmente lo conseguirá. La decepción de los suyos, en todo caso, es el sentimiento de la noche. Se han quedado sin el gin tonic de celebración. Y Abascal también. La fiesta anoche andaba más por Ferraz. Personalmente, no espero de nadie ninguna otra grandeza que nos lleve por un mejor camino.