No puede ser más obvio. La política española tropieza en su peor momento desde la Transición, más santa que nunca, justo cuando la Constitución cumple 43 años, que lo mismo hubieran dado 42 que 44, o los que fueran, visto lo visto. El ruedo ibérico anda empantanado y sucio. Qué tiempos aquellos en los que la gente se entendía, incluso con los de su propia acera. Hoy la política española es un barranco despeñado sin posibilidad de emprender alguna cosa grande y común. Nadie se habla bien con nadie, ni ganas que tienen. El cuadro es de color gris pusilánime, marroncillo guarrón imponderable, y no asoma por ninguna esquina algún clareo que atisbe siquiera una ligera mejoría. Cambio climático brutal con tendencia al azul-oscuro-casi-negro.

Se mire por el lado que se mire, la zozobra del paisaje es pura melancolía. Una canción maravillosa de Sabina destrozada en un karaoke por los más tontos de la sala. No es que el gobierno sea muy malo y mentiroso, que lo es. Es que además está peleado consigo mismo y tiene desencadenada una guerra de batallitas, pedros contra yolandas y al revés, que es el peor espectáculo del mundo y con actores principales de tercera preferente. El país en vilo y esta tropa desplegando propaganda y postureos sin respeto por la gente y la honestidad, descalabrándose a pedradas de salvajes en medio de la gran tormenta, cotidiana simulación en la busca del poder y su abultada carga de privilegios. No es que sean torpes y banales, que lo son, es que además andan pueriles por la moqueta y encantados de sí mismos y de su falcon y su transversalidad, el último chiste viejuno de la factoría de la izquierda pija y cuché que nos pastorea coaligada, topicaza y vulgar. Ramplona como nunca antes.

Y enfrente ¿qué tenemos? La oposición de los gallitos galleando y dejando que el vacío devenga por inercia y mala praxis en agujero negro, por el que todo se vaya al garete del infinito, que es la nada. Paisajes en medio de la batalla, maneras absurdas de vivir. La derecha que es torcida y se pelea contra sí misma. El partido de la oposición es el de los casados contra solteros, pablos contra ayusos, en el que todo huele a sudor y caspa y los primeros ya se han puesto barrigones y llevan tufillo de cerveza. No hay como una buena poltrona genovesa, al calorcito de la estufilla de la planta noble, para olvidarse de las frescas ilusiones juveniles y meterse en las implacables guerras del poder por el poder hasta el absurdo y el ridículo televisado de estos días, que son días de aguardiente revenido y gaviotas ya sin alas. En lugar de ocupar el vacío de los pedros, cada vez más solos y más protestados en la calle, los casados se embotijan hasta arriba del pacharán del complejo y la soberbia, con la consiguiente jaqueca de miedo y temblores de la que ya es difícil salir bien. Qué torpeza inmensa cuando se lo están poniendo a huevo.

Y así suma y sigue por todo el lodazal. Buen camino llevamos, y con el hemiciclo atestado de independentistas, extremistas y otros oportunismos de variado pelaje que tienen al Gobierno acogotado en sus propias ambiciones y a la oposición despistada ella solita, que nadie le hace falta para perderse por el bosque de su estupidez. En fin, algo de sensatez queda todavía en las autonomías, y no en todas, y por ahí vamos viendo que, dentro del naufragio, todavía es posible salvar algunos muebles. España, diciembre de 2021: a ver quién sobrevive a esta deriva, sobre todo sin tener sueldo de ministro o satélites por el estilo, que, además, se lo han subido en los presupuestos. Con un par.