Imagen de archivo de un taxi en la parada del paseo de la Vega, en Toledo.

Imagen de archivo de un taxi en la parada del paseo de la Vega, en Toledo.

Opinión CRÓNICAS DE BABILONIA

Taxi

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Este fin de semana me quejaba con una amiga de que coger un taxi en Toledo se ha convertido en una tarifa plana, de 15 euros no baja. En estas estábamos cuando vimos pasar un coche verde chillón. “Son los Bolt”, me comentó, “están aterrizando en Toledo, y sinceramente, a ver si aterrizan pronto y del todo”. “Así sea”, le contesté.

Al llegar a casa me puse a investigar un poco más sobre el tema. Según cuenta este digital, desde el pasado mes de agosto los ‘taxis verdes’ están operando en Toledo y, como era de esperar, la bronca con el sector del taxi tradicional está servida desde entonces. Los taxistas de toda la vida insisten en que Bolt opera ilegalmente en la ciudad, pero claro, ¿hasta qué punto también es legal el monopolio del sector taxi en lugares como Toledo capital? Y es que, lo mires desde el punto de vista del que lo mires, un servicio sin competencia es un monopolio y los monopolios siempre los terminan pagando los mismos (léase los clientes).

Pongo un ejemplo: hace un par de sábados, un trayecto en Uber desde Madrid le costó a mi amiga 90 euros por 70 km. El mismo día y en el mismo tramo horario, un taxi me cobró a mí 15 euros por un trayecto de no más de 5 kilómetros… y sin salir de Toledo. Por cierto, según me dijo, su Uber no era negro y brillante, era tan taxi como el mío, pero gestionado a través de la susodicha aplicación.

Ya ha pasado el tiempo suficiente para poder afirmar que se equivocaban los agoreros que decían que los Uber y compañía iban a acabar con el servicio público del taxi. Cada vez que visito ciudades con el sector del taxi liberalizado, puedo comprobar in situ que los taxis no han desaparecido, ni mucho menos, de las calles. Además, en pleno siglo XXI, me parece bastante lógico poder saber lo que me van a cobrar antes de usar un servicio. ¿Y a usted querido lector?

Pero el mejor ejemplo de que los taxis en las ciudades son más un monopolio que un servicio público lo tengo cada vez que utilizo un taxi de pueblo. Porque ellos sí que son un servicio público. Sin ellos no habría nadie para llevar a los mayores al médico, a los chavales a la FP del pueblo de al lado o a coger el avión de esas vacaciones que llevamos un año preparando. Corríjanme si me equivoco, veo pocos Uber o Bolt recorriendo las comarcales.

Hace años que conozco a Álvaro, uno de estos taxistas de pueblo, y realmente su monopolio es el de chuparse todas las fiestas de la zona llevando y trayendo chavales, a cualquier hora, llueva, nieve o haga 40 grados a la sombra.

Por eso no dudo en ponerme en contacto con él para que me cuente su experiencia. Como me explica, su taxi es mucho más que un servicio de transporte, es casi una institución local, una especie de hilo invisible que une a los vecinos, las historias y las generaciones.

No hay secreto que no haya escuchado, ni historia que no haya transportado en su coche. Además de conductor, ejerce de psicólogo, confidente, consejero y hasta testigo silencioso de más de un romance. Sabe quién se fue, quién volvió, quién tuvo un nieto y quién cambió de coche. Y, aunque lo sabe todo, nunca lo cuenta. La discreción es parte del oficio. En un mundo lleno de prisas, donde todo se pide con una app, hay cosas como la confianza que no se pueden descargar.

Pues eso, no estaría mal que la Administración Pública se dedicara a acabar con monopolios obsoletos, como el del taxi en las ciudades, y se dedicara a cuidar un poco mejor a estos taxis de pueblo, reforzando su categoría de servicio público… ¿Pido mucho? Se verá.