Hace unos días escuché a una amiga repetir una frase que, según me contó, solía recordarle su abuela: "Cuando el cántaro se rompe, esa agua no vuelve". Por eso conviene pensar antes de decidir y asumir que la elección hecha será la adecuada por haber sido plenamente vivida.
Una vez tomada la decisión, llega lo más difícil: pasar página. Nunca lo ha sido. Ni en el amor, ni en la amistad, ni en el trabajo y, mucho menos, en la muerte. No se trata solo de cerrar un libro, sino de aceptar que lo que fue ya no será. Y que, aunque duela, hay que seguir escribiendo.
Pasar página es rendirse a lo inevitable: susurrarse "ya está", aun cuando no lo esté. Porque hay ausencias que permanecen incluso cuando parten. Amores que no mueren, sino que se transforman en suspiros, en melodías que ya no puedes escuchar, en rincones impregnados de un olor que se resiste a desaparecer. "Hay despedidas que se quedan a vivir contigo", escribió Elvira Sastre. Y lo sabemos.
También en la amistad punza el adiós. Duele cuando quien te conocía de verdad deja de preguntar cómo estás. Cuando una conversación se enfría sin razones. Cuando comprendes que no hay peleas, solo distancias. Y lo peor: que no hay vuelta. La confianza, cuando se rompe, nunca suena igual. Porque tú ya no eres la misma. Ni la otra persona tampoco.
Y luego está la muerte. Esa página que nadie quiere pasar, pero que se vuelve definitiva. Una que se arruga con lágrimas. Que pesa en el alma cada vez que pronuncias un nombre en pasado. No se trata de olvidar, sino de aprender a vivir con la ausencia: dormir con la silla vacía al lado, con la voz que ya no responde, con la risa que solo vive en la memoria.
Pasar página, sí, pero entendiendo que no es traición recordar, perdonar o incluso desear olvidar. Que se puede seguir adelante sin renunciar a lo vivido. Que hay abrazos que no se borran. Que hay palabras que siguen siendo refugio. Que no es nostalgia, es memoria.
Y en todas esas páginas late lo que diste sin recibir, lo que te vació mientras creías que llenabas. Las veces en que apostaste con todo y perdiste, en que amaste de más a quien no supo —o no quiso— quedarse. Pero incluso eso enseña. Porque, como recuerda Elvira Sastre: "Uno no se rompe por amar, se rompe por callarse". Y tú hablaste. Y te entregaste. Y por eso no debes reprocharte nada.
El tiempo no borra, pero suaviza. Lo que antes arañaba, hoy apenas roza. Lo que antes dolía, hoy emociona. El nombre que ayer callabas, hoy puedes pronunciarlo sin temblar.
Todos pasamos páginas, cada uno a su manera. Aceptamos que no todo es para siempre. Que incluso lo hermoso se acaba. Que hay adioses que rompen, pero también nos hacen más humanos. Y que hay que pasar página cuando el qué dirán y la fama rota nos persiguen, porque cargar con lo ajeno duele tanto como lo propio. Y, sobre todo, debemos permitir que cada persona pase la suya a su ritmo, sin juicios ni reproches, siendo hombros dispuestos y fuertes para sostener, escuchar y consolar. Así que sí. Pasarás la página.
Lenta, a veces llorando.
Otras, con una sonrisa agradecida.
Pero la pasarás.
Y descubrirás que la vida sigue.
Y que tú también.